Charles Addams nunca fue un niño como los demás. Desde muy pequeño dio muestras de un peculiar sentido del humor, repleto de referencias macabras, y unos gustos poco convencionales, como pasear por el cementerio de Westfield, localidad de Nueva Jersey en la que nació y vivió parte de su infancia. La casa familiar, un edificio de tres plantas semidestartalado situado en Elm Street, también excitaría la imaginación del muchacho que, años después, se inspiraría en él para dibujar la mansión de una familia que tampoco era demasiado convencional: los Addams.
Acabado el instituto y conscientes del talento de su hijo, los padres de Charles le animaron a hacer aquello que realmente le gustaba y le hacía feliz: dibujar. De este modo, el joven se matriculó en la escuela de arte y, en 1932, envió su primer chiste a la prestigiosa revista The New Yorker. Para sorpresa de todos, no solo fue publicado sino que los editores le animaron a enviar más.
Durante esos primeros años, las colaboraciones en The New Yorker no eran más que una diversión para Addams, cuya ocupación principal era trabajar de dibujante comercial para agencias de publicidad y retocador de fotografías en Detective magazine. A pesar de que estaba especializada en crímenes, los editores de esa publicación consideraban que algunas imágenes eran demasiado escabrosas, por lo que encargaban a Addams eliminar de los cadáveres esa sangre que resultaba excesiva para el estómago del lector.
En los huecos libres que le dejaban los muertos y los anuncios, Charles Addams iba publicando cada vez con más frecuencia en The New Yorker, hasta que la empresa editora decidió contratarlo. Esto le permitió dejar los otros trabajos y comenzar a hacerse un hueco en el mundo editorial, ilustrando portadas, libros de otros autores y, lo que más le gustaba, chistes. Corrían los años finales de la década de los 30 y, hasta entonces, el grueso de la producción de Addams eran viñetas de temática variada, sin un personaje icónico, hilo conductor, ni características comunes más allá de su trazo y su inteligente sentido humor. Tanto es así que, unos meses después, creó un chiste de tal complejidad que permitía conocer el desarrollo intelectual de una persona.
¿Lo pillas?
El 13 de enero de 1940, Charles Addams publicó una de sus habituales viñetas en The New Yorker. La escena mostraba a dos esquiadores en mitad de una pista nevada. Uno se desliza ladera abajo dejando tras de sí el rastro de sus esquíes que, al toparse con un árbol que está en mitad del camino, se bifurca a los lados del tronco provocando la extrañeza del otro esquiador y del lector. Un chiste aparentemente sencillo pero que, según los expertos, es suficientemente abstracto como para que no pueda ser comprendido por menores de 15 años.
De hecho, la eficacia de la viñeta para establecer la madurez mental hizo que fuera incorporada a algunos tests de inteligencia como el de Binet-Simon, instaurado por el Gobierno Francés a finales del siglo XIX para determinar el nivel de madurez de los alumnos en la enseñanza pública.
La escala Binet-Simon se basa en 30 tareas de complejidad creciente. Las primeras pueden ser resueltas por todos los niños, incluidos los que sufren de algún retraso intelectual. Las últimas, más elaboradas, incluyen la construcción de frases complejas, inventar rimas, contar de modo inverso o hacer razonamientos deductivos según una serie de datos. El resultado establece la edad mental del niño, que podrá ser igual, mayor o menor a la de su edad física, lo que permite determinar el curso en el que debe ser inscrito y si precisa o no de ayuda pedagógica extra.
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El éxito del chiste hizo que muchos de los dibujantes de The New Yorker comenzaran a pensar viñetas protagonizadas por esquiadores con intención de lograr una repercusión semejante, pero ni siquiera el propio Addams sabía por qué había tenido tanto éxito. “Creo que la clave está en el segundo esquiador. Sin él no estás seguro de que eso haya realmente sucedido y eso le aporta el elemento lógico que de otra forma no tendría”, explicó posteriormente sin demasiado convencimiento.
La gran familia
Para cuando se publicó el chiste del esquiador, Charles Addams ya llevaba dos años intercalando entre sus chistes para viñetas de una peculiar familia formada por un matrimonio un tanto tétrico, un par de hijos con tendencia a las trastadas más salvajes, un tío un tanto asocial y un mayordomo que parecía un pariente de Boris Karloff. En definitiva, un grupo que, gracias a sus rarezas y al contraste con las familias convencionales con las que se relacionaban, permitía a Addams reírse de la clase media norteamericana de la época.
A pesar de que no era una serie regular y que ni siquiera tenían nombre, los lectores empezaron a fijarse en ese extraño grupo y, conscientes de su potencial, la cadena ABC decidió comprarle a Addams los derechos para grabar una serie de televisión. El contrato incluía una cláusula que, no por curiosa, era menos importante: ponerle un nombre a la familia, a cada uno de los personajes y definir sus rasgos de comportamiento para que los guionistas pudieran desarrollar las tramas.
De este modo, con el nombre de “La familia Addams” la serie comenzó a emitirse en 1964 y, aunque cesó sus emisiones en 1966, el éxito de la serie en todo el mundo hizo que se convirtiera en un clásico de la cultura popular, se produjeran infinidad de productos de merchandising, que se editasen libros recopilatorios de sus chistes y se pusieran en marcha otros proyectos audiovisuales, como una película con el elenco televisivo o una serie de dibujos animados.
No obstante, mientras la vida profesional de Addams iba viento en popa, su faceta sentimental hacía aguas. Había contraído matrimonio dos veces. La primera en 1942 con Barbara Juan Day, que inspiró el personaje de Morticia Addams y, la segunda en 1954, con la abogada Barbara Barb. En ambos casos acabó divorciándose así que, después de estas malas experiencias, entre los planes de Addams no estaba precisamente volver a casarse. Con lo que no contaba era con que el destino le deparaba una sorpresa.
Lo que la rareza ha unido…
En los años cuarenta, Charles Addams había conocido a Marilyn Matthews Miller, a la que todo el mundo llamaba familiarmente Tee. Aunque se gustaron, ambos estaban casados y prefirieron no poner en riesgo sus respectivas familias. Años después y con dos matrimonios fracasados cada uno a sus espaldas, volvieron a encontrarse y, esa vez sí, se casaron.
Al igual que Charles, Tee era una amante de lo macabro y de los cementerios, lugares a los que solía acudir con Addams cuando viajaban a otras ciudades para admirar las esculturas, disfrutar de la tranquilidad del lugar y, por qué no, hacer un picnic sobre las tumbas o las praderas del lugar. De hecho, la ceremonia de boda de Tee y Charles, celebrada el 31 de mayo de 1980, se ofició en el cementerio de mascotas que ella tenía en su casa de Water Mill en Nueva York.
A mediados de los ochenta, la pareja se mudó a una casa de campo en el condado de Nueva York a la que llamaron “La ciénaga”. Allí pasaban la mayor parte del tiempo aunque, por motivos laborales y porque era el lugar en el que guardaba su colección de armas antiguas y armaduras, Addams decidió conservar su apartamento de Nueva York. A las puertas de ese edificio fue donde, el 29 de septiembre de 1988, sufrió un ataque al corazón. Aunque fue trasladado al St. Clare’s Hospital and Health Center, falleció horas después en la urgencias de ese centro médico.
Tenía 76 años y a pesar de haber podido disfrutar en vida del éxito de sus creaciones, no le dio tiempo a ser testigo de la popularidad que vivieron los Addams a partir de los noventa. En 1991, Barry Sonnenfeld dirigió una versión con actores reales, entre los que se encontraba Anjelica Huston en el papel de Morticia, Raúl Juliá en el de Gómez, Chistopher Lloyd en el de Fétido y una debutante Christina Ricci como Miércoles. A esta película le siguieron varias secuelas, un musical, la reedición de la serie de televisión en DVD y, ahora, una versión en animación 3D, que es la que más respeta el aspecto original de los dibujos de Addams.
Dirigida por Conrad Vernon y Greg Tiernan, esta nueva versión ha logrado una recaudación de 35 millones de dólares en su primer fin de semana de proyección en Estados Unidos. Una facturación que ha hecho que MGM y United Artists Releasing anuncien ya una segunda parte para 2020. Una de las razones del éxito de esta producción se debe a la participación como actores de doblaje de personajes famosos como Charlize Theron, Finn Wolfhard, Martin Short, Snoop Dogg o Bette Midler. Un detalle que no se ha respetado en la versión castellana que se estrena mañana y en la que, a diferencia de lo que sucede en otras ocasiones, no hay famosos. Ni siquiera Ángel Garó, que podría haber puesto voz a todos los personajes como hizo en FernGully. A Charles Addams le habría encantado, aunque solo sea por lo terrorífico de la propuesta.
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