En el mundo de la aromaterapia, la lavanda ocupa uno de los primeros puestos en demanda, pero décadas antes de erigirse como uno de los imprescindibles para ambientar cualquier estancia, ya los romanos la usaban para sus prácticas de baño y, muchos de los soldados de la Primera Guerra Mundial, la emplearon como antiséptico para las heridas.
Versátil y funcional a partes iguales, su uso siempre ha alcanzado órbitas dispares e incluso es muy recurrida para la elaboración de infusiones. Pero hasta el momento una de sus características más útiles y menos conocidas era desconocida: la capacidad de mejorar nuestra piel.
A remedios naturales ya es sabido que no hay quién gane a la botánica. Como antiinflamatorios, en métodos antioxidantes e incluso para atacar a las bacterias. Los ingredientes que aporta son incuantificables, pero si hay una tendencia que este año está saliendo a la luz es la de emplear el uso de la lavanda también para ayudar a la piel ya que se ha comprobado que su composición ayuda aumentar la circulación de la sangre.
Esta característica permite que, tanto el oxígeno como los nutrientes más beneficiosos de la lavanda alcancen el nivel de la piel consiguiendo formar una barrera natural que protege y promueve su fortaleza y ayuda a equilibrar los niveles de su pH.
Las casas de belleza están apostando con fuerza por incluir entre sus ofertas productos que incluyan lavanda en propuestas que alternan desde limpiadores faciales hasta aceites. Al regenerar las células cutáneas, mantiene la tez firme y ayuda a evitar la aparición de arrugas producidas por la vejez. También es muy común que si se recurre a la medicina natural, se aconseje el uso de la lavanda en tratamientos de acné, por falta de hidratación o en molestias o agresiones que haya sufrido la piel, como picazones, quemaduras o heridas leves.
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