Bajo un cielo gris poco característico del junio parisino, cubierto de nubes semejantes al mármol, Pierpaolo Piccioli, de 52 años y director creativo de Valentino, se agacha contemplativamente, ceño fruncido, barbilla sobre el puño. Imita, intencionadamente, la famosa escultura de Auguste Rodin El pensador. Una estatua de bronce pende sobre su hombro en los jardines de la antigua residencia del escultor a las afueras de la ciudad. Es el día después del desfile masculino de la primavera 2020 y faltan menos de dos semanas para el desfile de alta costura del próximo invierno. Piccioli tiene mucho en lo que pensar.
Aunque la pose es algo paradójica. No es que Piccioli no sea un pensador: su obra rebosa intelecto, con frecuentes referencias a obras de arte y literarias. Estas últimas reflejan sus estudios en la universidad Sapienza en Roma durante los años 80, antes de pasarse al Diseño de Moda en el Istituto Europeo di Design. Aun así, Piccioli trabaja desde el corazón, no desde el cerebro. O tal vez desde el alma. «Ahora sigo mis instintos –asegura–. Creo que con este trabajo tienes que cambiar la percepción de la gente».
Curiosamente, el nombre que Rodin puso en un principio a su escultura contemplativa y agachada fue ‘El poeta’, algo que Piccioli sin duda es. Su visión tiene una clara tendencia poética, una que incluye gasa y lazos, y cascadas de tafetán y plumas de avestruz en los vívidos y brillantes colores de los frescos romanos. Hasta su ready-to-wear es poético: la colección otoño/invierno 2019-2020 lo es literalmente, inspirada en parte por el Movimiento para la Emancipación de la Poesía, la organización italiana que de forma anónima ha bañado las calles de Roma, donde está situado el estudio de Valentino, con sus obras.
Eso se ve reflejado en los motivos recortados de estatuas neoclásicas abrazadas llenas de amor, flores y textos que decoraban las prendas. Los estampados eran una colaboración –o, como dice el propio Piccioli, «una conversación»– con Jun Takahashi, de la firma japonesa de culto Undercover, que también aparecieron en la colección masculina presentada en enero reforzando la idea de la mujer y el hombre Valentino como amantes desdichados, pero bien vestidos; las palabras, por su parte, fueron obra de ese prodigio de la oratoria llamado Mustafa The Poet.
Piccioli colocó en cada asiento de su desfile un libro de poesía titulado Valentino on Love, con obras de Mustafa y de otros tres poetas contemporáneos: Yrsa Daley-Ward, Robert Montgomery y Greta Bellamacina (curiosamente, estos dos últimos son pareja). Tras la pasarela, un neón de texto creado por Montgomery con la frase ‘las personas a las que quieres se convierten en fantasmas en tu interior y así las mantienes con vida’.
«La poesía y la alta costura son algo que puede pertenecer al pasado», sostiene Piccioli encendiendo un cigarrillo. «Hacer esto en Valentino podría resultar predecible. Quería hacerlo de una manera novedosa para que la poesía pudiera ser un lenguaje de todos, más moderno y contemporáneo. A veces me gusta trabajar sobre conceptos muy conocidos y darles una perspectiva diferente». Se detiene, rodeado de humo. «No buscaba lo bonito, quería lo apasionado«.
Estoy mostrando una imagen de Piccioli algo incorrecta, como alguien taciturno y serio, también intenso. No lo es en absoluto. Sí es, sin duda, muy serio en su trabajo, y hace una gran cantidad del mismo, mostrando ocho colecciones al año para Valentino, una de las casas más influyentes y exitosas del mundo de la moda. Durante casi una década dirigió la marca junto a Maria Grazia Chiuri; en 2016, la diseñadora se convirtió en la directora creativa de la línea femenina de Dior, y desde entonces Piccioli vuela en solitario.
Su talento es inmenso; su obra, reconocida internacionalmente y muy apreciada. Concretamente en los últimos años ha presentado una serie de impactantes colecciones que no han hecho más que confirmar la amplitud de su imaginación, la creatividad de los talleres de Valentino y un apasionado amor tanto por las mujeres como por la moda en general. Las tardes pasadas al cierre de cada semana de la alta costura de París en las salas del Hôtel Salomon de Rothschild viendo florecer la visión de Piccioli nunca dejan de ser embriagadoras.
Y cuando le preguntas al diseñador por ciertos temas como la costura o Roma, por ejemplo, lo que pronuncia es pura poesía. «Roma es una ciudad diferente a todas las demás –afirma sobre la Ciudad Eterna–. Está llena de capas de diversas épocas, de diversas experiencias que cambiaron la ciudad. Puedes ver a Pasolini, y ángeles católicos y barrocos, y puedes ver el paganismo, que sigue presente. Y Rossellini y Cinecittà, y el sentimiento Fellini. Puedes sentir la soledad de Antonioni, su tipo de melancolía. Pero sigue teniendo la grandiosidad del Imperio».
Pese a todo ese lirismo y a la indudable arrebatadora belleza de las prendas que hace, Piccioli es, además, una persona normal. Es divertido, modesto, cortés y afable. Tiene tres tatuajes: las iniciales de sus tres hijos en un brazo y la de su mujer, Simona, sobre el corazón. El añadido más reciente es un tigre sobre el muslo. Y no reside en la capital italiana de la moda, Milán, ni en la propia Roma.
Vive en Nettuno, a unos 60 kilómetros al sur de la sede creativa de la marca en la Piazza di Spagna. Es la localidad donde nació en 1967, siete años después de la fundación de la casa por su meticuloso y elegante creador, Valentino Garavani, y su socio, Giancarlo Giammetti. De hecho, fue ‘Mr. Valentino’ (como es conocido Garavani) quien reclutó a Piccioli y Chiuri de Fendi para que dirigiesen el equipo de accesorios de Valentino en 1999.
La dedicación de Garavani a la moda y en especial a la alta costura fue evidente desde edad temprana: el diseñador recuerda que a los seis años tuvo una rabieta porque su madre le obligó a ponerse una pajarita que le resultaba demasiado áspera. No hay constancia de este tipo de anécdotas, ni apócrifas ni de otro tipo, sobre Piccioli. «La casa Valentino es conocida como una marca muy exclusiva de alta costura donde el estilo de vida es parte del sueño«, declara Piccioli. Es ciertamente el caso con la idealizada vida de Mr. Valentino, con múltiples palazzos, châteaux y yates. «Para mí, el lujo es vivir al aire libre, junto al mar», revela Piccioli sonriendo. «Mi gran objetivo es cambiar esa visión del lujo para que pase de representar un cierto estilo de vida a ser una comunidad de gente que comparte valores«.
Esa es una idea que en verdad fascina al diseñador; lo excepcional es cómo, con aparente facilidad, es capaz de trabajar en Valentino a escala micro y macro a la vez. Sus desfiles hacen grandes declaraciones, pero tienen implícitos el arte de la moda, la sensación de que han sido creados por una mano humana, y de que están basados con firmeza en la realidad. «La ropa de diario para mí es el streetwear –explica–. Creo que cada pieza tiene que tener su propia dignidad».
Habla en concreto sobre su colección ready-to-wear del otoño que ahora empieza, donde la poesía y las imágenes poéticas se destilan en pragmáticas piezas de inspiración deportiva como abrigos y sudaderas pulcramente cortados, con la misma elegancia que se aprecia en los embriagadores y etéreos trajes de noche de gasa tan propios de la tradición Valentino. «Mi idea de la belleza se basa en la diversidad; la idea de la belleza de Mr. Valentino se basaba en una clase específica de belleza –apunta Piccioli–. Siento que no impongo un aspecto en concreto, solo propongo piezas. La diferencia radica en no mostrar a una mujer ideal, sino la idea de que la individualidad es belleza».
Pese a todo, la visión de Piccioli consigue situarse entre dos mundos. Mr. Valentino y Giammetti son generalmente los primeros en ponerse en pie para aplaudir sus colecciones, a menudo con lágrimas en los ojos en paternal expresión de agradecimiento por sus dos vástagos: Piccioli y el negocio. Es poco habitual que los fundadores estén tan involucrados emocionalmente con el negocio tras hacerse a un lado, y excepcionalmente raro que hagan tan público su apoyo. Pero es interesante ver cómo evoca las palabras de la obra de Montgomery en la pasarela de Valentino sobre mantener vivos a los fantasmas de tus seres amados.
Dada la inevitable evolución que se ha producido tanto en el propio Piccioli, primero como parte de un dúo dinámico creativo y últimamente en solitario, como en el mundo en general en la década y pico que lleva a las riendas del Valentino-post-Valentino, me pregunto qué quiere el diseñador que represente la marca en la actualidad. Piensa como Rodin. «Creo que lo que más importa ahora es la vida real –concede–. Y estoy seguro de que eso es lo que quiero hacer, afrontar la realidad. No escapar de ella». Después de nuestra reunión investigo en qué estaba pensando El pensador de Auguste Rodin, qué significa la escultura. Es un gran hombre, absorto en sus pensamientos, con un físico poderoso que sugiere una gran capacidad para la acción. Quizás Piccioli se parece aún más a él de lo que yo pensaba.
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