James Dean podría ser su nieto, pero Edna Ferber no tiene marido, ni hijos, ni es una septuagenaria al uso. Corre el año 1955 y el joven rueda Gigante junto a Rock Hudson y Elizabeth Taylor cuando los visita una señora con el pelo blanco y un humor que es todo cactus. No es una fan, ni ha venido a hacerse fotos con ellos: la estrella es ella y llega al rodaje para ver qué está haciendo el director, George Stevens, con su libro. Se sienta junto a Dean, que la mira algo extrañado, y ella le pide que le enseñe a echar el lazo. Él, encantado, la ayuda a hacer el nudo y la observa divertido cuando la ve levantarse e intentar lanzarlo como una vaquera.
En ese momento de su carrera, James ya había hecho teatro y televisión, sólo tenía dos grandes títulos en cartel y estaba rodando el tercero. Pero no le hizo falta más para pasar a la posteridad: no como a Edna, que ni siquiera el Oscar que logró Stevens por Gigante impidió que su obra cayera en el olvido.
Ferber fue durante los años 40 una de las novelistas mejor pagadas de la editorial Doubleday, la más importante entonces y casa de Joseph Conrad o Somerset Maugham. Llegó hasta ahí con esfuerzo y sin padrinos, como explica Eliza McGraw, autora de Edna Ferber’s America, monográfico en el que analiza los 30 libros que dejó la cáustica escritora criada en una localidad de Wisconsin. “Nunca había habido una mujer periodista en Appleton. La ciudad, aún siendo abierta, me colocó en el papel de la chalada. No loca, pero sí extraña”, cuenta sobre sus inicios en el Appleton Daily Crescent, donde empezó a escribir con sólo 17 años.
Edna, periodista
Ya en sus primeros textos se atisba su chispa. A Peculiar Treasure, su autobiografía, es un ejemplo. En ella presume de lo que considera un gran logro: que no la contrataran para tratar sólo cuestiones femeninas ni para escribir columnas con consejos para chicas: “Y pude cubrir las mismas noticias que cualquier reportero”. Así fue como una joven que apenas había pasado por la universidad informó sobre las convenciones de demócratas y republicanos para la agencia United Press Association y más tarde, juicios como el de Bruno Hauptmann, el condenado por el celebérrimo caso Lindbergh.
Su trabajo como informadora la lleva a publicar su primer libro con 24 años. Lo titula Dawn O’Hara, nombre del trasunto por cuya boca resume su experiencia como reportera. En él habla de algunos temas que Virginia Woolf desarrollaría casi veinte años después en la serie de conferencias recogidas en Una habitación propia. “Es muy difícil intentar convertirse en una verdadera mujer escritora en el seno de la familia, especialmente cuando la familia se niega a tomarte en serio”, explica Ferber sobre las dificultades de las mujeres para dedicarse a las letras.
La hija de un granjero y una tendera describe esas situaciones sin gravedad y con mucho humor. Uno directo e hiriente, pues como indica McGraw, ya entonces está convencida de que las mujeres son superiores a los hombres, algo que no le impide ser crítica con algunas amigas, con su hermana o con su propia madre, cuya relación llegó a describir como equiparable “a contraer el tifus”. Con esa lengua y ese coraje, Edna Ferber abandona el Medio Oeste y se planta en Nueva York.
Mujeres fuertes
Broadway, donde adaptaron algunas de sus primeras obras, fue su primer contacto con la farándula, pero la fama le llega en 1925 al ganar el Pulitzer por Así de grande, novela que Hollywood llevará al cine en varias ocasiones. En esa historia, la protagonista es Selina, una joven que quiere ser profesora y dedicarse al arte, pero que acaba optando por llevar una granja para criar a su hijo y darle opciones. Ya en ese texto, Ferber deja claro que ella las señoras las construye firmes y para ello, es preciso mostrar también sus contradicciones. “Sus mujeres dirigen negocios, cosechan, van a la guerra y muestran roles de género contemporáneos, habilidades transgresoras e independencia”, apunta McGraw.
Las suyas no son mujeres-bloque, ni estereotipos: las mujeres de Ferber reflexionan y dudan. Como ella. Le ocurrió con una de sus obras más importantes, Cimarron, que a pesar de la repercusión y los beneficios obtenidos tras llevarla Anthony Mann a la gran pantalla, también le supuso varios sinsabores.
Cuando parte de la crítica la acusó de hacer un retrato demasiado romántico de su historia de indios y vaqueros, dudó de su capacidad y creyó que haberse documentado “sólo diez días” para escribirla podía ser la causa de sus carencias. Por eso pasó sus últimos años investigando y visitando escuelas y familias de comunidades tribales desde Florida hasta Arizona. Quería revisar lo que apuntó en Cimarron con otra profundidad y otra perspectiva y escribir otro libro, pero un cáncer la mató antes de ponerse a ello.
Una dedicatoria a Hitler
Cimarron también le causó otro tipo de disgustos. “Esa tal señora Ferber es la persona más desagradable que ha pisado Oklahoma… ¿Por qué no se queda en el gueto del que haya salido?”, leyó en un diario la hija de Jacob Ferber, inmigrante húngaro y judío.
Edna siempre mostró mucho interés por sus orígenes, que le habían ocasionado más de un problema a su familia, y se mostró muy preocupada por el ascenso del nacionalsocialismo en Alemania. Pero lo hizo siempre a su manera, tirando de la herramienta que todo lo puede: el humor. Por eso, en 1938 quiso dedicarle al Führer sus memorias: “A Adolf Hitler, que me ha hecho mejor judía y un ser humano más comprensivo”. Sus editores se negaron y ella decidió decir lo mismo pero en clave y dedicárselo a sus sobrinas “con la esperanza de que el motivo por el que escribí este libro sea pronto un anacronismo”. Pero no lo fue.
Su judaísmo también fue el motivo por el que Ferber vio como la obra que la acercó a James Dean, Gigante, llegaba al Comité de Actividades Antiestadounidenses impulsado por Joseph McCarthy. Como en muchas escenas del libro se reflejaban las condiciones de vida de los peones mexicanos, se la tachó de comunista. En el fondo, como explica la experta Ann Saphira, lo que se ocultaba en esa acusación era el mismo antisemitismo que la autora sufrió con Cimarron.
Peleona y con mal genio
“Escribir no es un trabajo divertido. Es una combinación de excavar zanjas, escalar montañas, arar y dar a luz. Pero ¿divertido? ¡Nunca!”, escribió la autora, convertida ya en una celebrity que daba fiestas tan sonadas que hasta las cubría el New York Times. En ellas inició alguna de sus famosas peleas. “Era sin duda una persona violenta. Con Edna siempre había que medir las palabras”, dice la actriz Katherine Hepburn en una biografía de Ferber escrita en 1978 por su sobrina nieta, Julie Goldsmith Gilbert. Por esas páginas sabemos que estuvo sin hablarse con casi todos sus amigos al menos una temporada. Con todos menos con uno: William Allen White, sobre el que Goldsmith asegura que movió los hilos para que le dieran el Pulitzer a su tía y siembra dudas sobre la legitimidad del galardón.
Ferber también fue parte del Círculo Vicioso del Algonquín, tertulia organizada por Dorothy Parker en Manhattan a la que asistían Groucho o Harpo Marx, periodistas y críticos de Broadway para hablar de la vida cultural de la ciudad. La única condición era dejarse los paños calientes en la puerta, algo que encantaba a Ferber, que en sus inicios como periodista ya se encontraba cómoda en el papel de “azote de la ciudad”.
Sin obra en español
Las estudiosas que han abordado la obra de Ferber aseguran que fue una feminista avant la lettre, que desde muy joven vio claras las diferencias entre hombres y mujeres, y que de alguna forma, eso marcó una biografía sin hijos, sin parejas y sin romances. A lo que sí dedicó mucho tiempo fue a analizar la posición de las mujeres en la sociedad, y muy especialmente en el sector en el que ella se movía. Por eso recordaba con desdén que con sus dos primeros libros, algunos críticos aseguraron que eran obra de un hombre que firmaba con seudónimo. “Siempre he creído que es imposible determinar el sexo de alguien por el estilo de su escritura”, escribió ella al respecto, pues era de la opinión de que si el autor capta más atención que el texto “es que la escritura es mala”.
Con esa premisa en mente, no le habría gustado que Katherine Evan dijera en el Washington Post que “algunas de las historias que escribió Ferber pueden resultar un poco polvorientas, pero la historia de su vida no”. En España, sólo se editaron entre los años 40 y 50 Cimarron, Gigante y unas obras completas imposibles de encontrar hoy. La editorial Nórdica reeditó en 2015 Así de grande, pero aparte de ese título no hay nada más en el mercado actual firmado por la singular Edna Ferber. Y es una pena pues en muchos de sus títulos adelanta los temas que siguen preocupando hoy a las mujeres, escriban o no.
Artículo publicado originalmente el 14 de abril de 2018.
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