La primera apareció en una caja de zapatos. Estaba sobre una mesa, en un mercadillo de antigüedades de Dallas. Hugh Nini y Neal Treadwell, un matrimonio de texanos residentes en Nueva York, solían ir los domingos a echar un vistazo a los mercadillos después de ir a la iglesia. Les atraían las antigüedades, pero no especialmente las fotografías. Aquel día en concreto lo que les llamó la atención fue la caja de zapatos. La abrieron y dentro había lo que parecían imágenes de casas: hogares de Dallas, hogares de todo tipo. Entre ellas, como si hubiera estado esperándolos, había un retrato de una pareja de hombres abrazándose. Creían que habían dado con un pequeño tesoro. Era una fotografía antigua, incluso —se dijeron— puede que de hace un par de siglos, el XIX. La compraron. Comentaron que habían tenido suerte y que con toda probabilidad era imposible encontrar otra vez algo así. “Seis meses después nos topamos con otra”, le recuerda Neal a uno de los muchos reporteros que se interesaron por la historia Que hay detrás de Loving. Una historia fotográfica (Duomo Ediciones), el libro que reúne350 de las cerca de 3.000 fotografías que han adquirido en los últimos 20 años y que ya está a la venta en España.
Todas ellas tienen algún tipo de rastro de sus protagonistas, que no se tomaron la fotografía con la ligereza con la que se toman las fotos hoy en día, sino con dificultad, pues algunas datan de 1850, año en el que el deseo de cualquier tipo de libertad —todavía existían los estados esclavistas— era eso, un mero deseo. El volumen compila retratos de 1850 a 1950, y no era nada sencillo en ese entonces tener acceso a una cámara fotográfica.
De ahí, dicen los coleccionistas, la condición de pequeños tesoros de cada una de las imágenes que contiene esta publicación. Imágenes en cuyo reverso podían leerse desde los nombres de los amantes hasta la fecha, el lugar o lo que fuese que estuviese pasando en el instante en el que se tomaba la fotografía: un aniversario, un pícnic, un esperado reencuentro. Ninguno de ellos quería ni podría olvidar ese momento. Lo curioso es que algunas de esas pistas han permitido a Neal Treadwell y a Hugh Nini dar con familiares de aquellos protagonistas. Algunos se han prestado a compartir lo que sabían de ellos y su historia está publicada en el libro. Otros, con toda seguridad, no dejaron nada atrás. No era fácil. El mundo deploraba la homosexualidad con una ferocidad hoy impensable. La pareja de coleccionistas aún se emociona cuando contempla una de las piezas más famosas de su repertorio. La que muestra a dos hombres sosteniendo un cartel en el que puede leerse Not married, but willing to be (Aún no estamos casados, pero nos gustaría).
Con algunas de ellas ya no dieron en mercadillos, sino que fueron en su busca. La colección recoge instantes encantadores, emotivos, furtivos, de pasión, divertidos, juguetones —como la fotografía de la pareja que posa bajo un paraguas, en mitad del campo, en la que uno le está colocando un anillo en el dedo a otro, desposándolo, ante la mirada de otro amigo— y en los que a veces no aparecen solos, sino en compañía de algún cómplice, un testigo de su amor, un amor por entonces prohibido. Pese a todo, pese a la absurda ilegalidad, la libertad que cada una de las imágenes transmite es apabullante. Cada una de ellas deja claro de qué manera el amor no entiende de nada más que de amor. Los autores están tan contentos con el resultado que están valorando realizar un segundo volumen de temática militar.
Evidentemente, en tanto que reflejo de una sociedad en perpetuo cambio, las fotografías no solo nos invitan a viajar por el mundo —ya que proceden de lugares como Estados Unidos, Australia, Bulgaria, Canadá, Croacia, Francia, Alemania, Japón, Grecia, Letonia, Reino Unido yRusia—, sino también nos pasean por la moda, la estética y hasta el diseño de coches de cada una de las épocas que retratan. Son pura historia social. Es por eso que Treadwell y Nini aseguran en el prólogo del libro que “si al principio las fotografías que comprábamos parecían hablarnos directamente a nosotros, en un segundo momento tuvimos la sensación de que nos involucrábamos, sin siquiera saberlo, en una auténtica ‘misión de salvamento”. ¿Por qué? “Estas fotografías habían resistido a una prueba impuesta por el tiempo que había durado entre 70 y 160 años, y por tanto nos convertimos en guardianes de aquellos supervivientes, cuyas vidas y cuyos sentimientos solo ahora ven la luz”. Fue con el paso de los años que ellos se sintieron en la obligación de darlas a conocer. También hablan de cómo las eligen. Tienen una regla: mirar directamente a los ojos de los hombres retratados en las fotografías. Porque, dicen, “la mirada que tienen las personas cuando están enamoradas es inconfundible. No se puede fingir. Quien alberga ese sentimiento no puede ocultarlo”. Y no debe hacerlo.
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