No son historias paralelas, pero sí casos que demuestran que no importa fama, fortuna ni familia cuando se trata de buscar la credibilidad de un (o una) juez. Hoy escalofría el documental en el que Rocío Carrasco ha contado el maltrato, según su relato, ha sufrido por parte de su entonces marido, Antonio David Flores: humillaciones, daño físico y, sobre todo, distanciamiento de sus hijos. Hace 20 años un relato de violencia de género, también por parte de una mujer famosa, no logró conmover tanto. Y eso que había foto con ojo morado de por medio. La mujer era Carmina Ordóñez, y un juez no creyó que el responsable de aquellas magulladuras había sido su tercer y último marido, el bailarín Ernesto Neyra.
Carmina y Ernesto se conocieron en el Rocío de 1997. Lo que ocurrió entre las primeras juergas flamencas entre el polvo del camino y la portada de abril de 1999 en la que Carmina Ordóñez, con la cara amoratada, contaba que se había caído en la bañera, jamás lo sabremos. Esas mismas fotos fueron la prueba que ‘la divina’ mostró al juez para demostrar que había sufrido violencia de género. Este no la creyó: según contó posteriormente la abogada Cristina Almeida, no daba el perfil de mujer maltratada.
El auto desgrana los tres motivos por el que el juzgado de instrucción número 6 de Madrid desestimó la demanda: primero, porque los hechos «no se denunciaron en su moment»»; segundo, porque «no se aportaron certificados médicos sobre los daños sufridos»; y tercero, porque «no se puede constatar la existencia de indicios reveladores de que la señora Ordóñez haya vivido un estado de agresión permanente y de sometimiento al querellado».
En 2001, Carmina Ordóñez buscó resarcirse o encontrar otro tipo de justicia en televisión, en el programa ‘Crónicas Marcianas’. En 218, dn el programa de biografías célebres ‘Lazos de sangre’, Julián Contreras, el hijo pequeño de Carmina Ordóñez, recordó en aquellos momentos como uno de los más tristes de los años finales de su madre. La mayoría creyó que Carmen contaba el maltrato para hacerse notar, que «vio una oportunidad para crear expectación y hacer exclusivas».
En aquellos años, la violencia de género aún se enmarcaba dentro de los parámetros del crimen pasional y los celos. En aquel contexto, la denuncia de Ordóñez supuso cierta esperanza para las víctimas, que veían su tragedia en el ‘prime time’ de televisión, aunque ‘la divina’ sufrió cuando no la creyeron.
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«Mi madre se casó dos veces, tuvo dos hombres en su vida y luego todo lo demás para mí está sumido en una nebulosa completamente opaca», confesó Julián Contreras en ‘Lazos de Sangre’. «No veo nada ahí. Viví cosas muy escabrosas. Yo fui testigo presencial y por eso lamento mucho lo que ella vivió. Aquellos que piensan que mi madre vio en eso una oportunidad para llamar la atención, que sepan que ella nunca necesitó hacer eso», concluyó. Han pasado casi 20 años, pero Rocío Carrasco ha tenido que enfrentarse a la misma incredulidad que Carmina Ordóñez: la imagen de mujeres fuertes y poderosas, a las que pocos visualizan como objetivo conseguido de un maltratador.
Los estereotipos, esa expectativa de ver la imagen de víctima perfecta, hacen que las mujeres que no encajan en el cliché tengan dificultades a la hora de ser creídas ante los tribunales, resulta un peligro enorme en los juzgados de violencia de género. El Comité CEDAW (encargado de seguir el desarrollo de la Convención para la Eliminación de toda Discriminación contra la Mujer) explica cómo los estereotipos afectan a «la credibilidad de las declaraciones, argumentos y testigos de las mujeres, razón por la cual «pueden hacer que los jueces interpreten erróneamente las leyes o las apliquen defectuosamente». Los estereotipos «comprometen la imparcialidad e integridad del sistema de justicia, que puede dar lugar a la denegación de la justicia, incluida la revictimización de las denunciantes».
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