Cuando Roald Dahl aceptó escribir Solo se vive dos veces (1967), recibió esta fórmula: "Debes poner tres chicas. La primera es pro-Bond y se queda hasta el primer acto, cuando se la carga el villano, a ser posible muriendo en los brazos de Bond. La segunda es anti-Bond y normalmente lo captura, él tendrá que salvarse aturdiéndola con su encanto y potencia sexuales; muere de forma original —y a menudo espeluznante— hacia la mitad de la cinta. La tercera conseguirá sobrevivir hasta el final”. Aquella era la quinta película de 007, pero medio siglo después y ante el estreno de Sin tiempo para morir: ¿han mejorado las condiciones para las chicas Bond?
Para el espía hedonista, las chicas eran uno de tantos artilugios hermosos que le gustaba tener alrededor –coches, trajes, mujeres– y ellas tendrían más o menos incidencia en la película dependiendo de la resistencia que opusieran a acostarse con él. Cuando Zena Marshall le preguntó al director quién era su personaje, Miss Taro en James Bond contra el doctor No (1962), este se limitó a describirla como “una mujer que existe en las fantasías de todos los hombres, pero no en el mundo real”. Y por eso en esta saga hay algo mucho peor que ser una fresca: no serlo. Toda mujer que amenace el estilo de vida de Bond debe ser eliminada. Este trato funcional ha convertido a las chicas de la saga en el arquetipo de la misoginia en el cine anglosajón y cada nuevo pasito –Holly Goodhead, agente de la CÍA, científica y piloto en Moonraker (1979); Rosie Carver, la primera chica Bond negra en Vive y deja morir (1973); Monica Bellucci interpretando a la primera mayor de 50 años en Spectre (2015)— hasido celebrado como un gran salto para la civilización occidental. Ursula Andress es la más icónica por ser la primera y por resumir la esencia de la chica Bond: posa para ser observada por la cámara, es exótica y por tanto sexualmente disponible, lleva un puñal que sugiere el misterio de si va a ser peleona y es el único personaje que parece no haber visto ninguna película de Bond antes.
En su primera conversación con Bond, Honey Ryder —los nombres parecen siempre el resultado de una apuesta perdida— le cuenta que su vecino la violó y ella lo asesinó con una viuda negra para que agonizase durante siete días. Pero hoy el mundo solo la recuerda mojada saliendo del mar. Esto no es culpa de Honey ni de Ursula, sino de una saga determinada a pasar a la posteridad por su forma y no por su fondo. Chica Bond es una etiqueta machista —por “chica”, cuando todas son mujeres; y por “Bond anulando su identidad— en la que conviven mujeres muy distintas que lo único que tienen en común es que son glamurosas, delgadas y jóvenes y que no tienen pasado ni futuro al margen de su interacción con James. Ellas no tienen personalidad, pero él tampoco anda sobrado, de modo que la única forma de equiparar a una chica Bond con el propio Bond es la acción: dándole cosas que hacer y no solo cosas que dejarse hacer. Pussy Galore en James Bond contra Goldfinger (1964) sabía judo porque su actriz, Honor Blackman, era experta —aunque eso no detuvo a Bond para violarla en el granero en una escena cuya música pretende hacer pasar por romántica—; la villana Fiona Volpe en Operación trueno (1965) utilizaba a James para acostarse con él y después capturarlo, tratándolo como él trata a las mujeres —“Había olvidado su ego, señor Bond, según el cual si le hace el amor a una mujer ella empezará a escuchar coros angelicales, se arrepentirá y se volverá buena… ¡Pues esta mujer no!”— y, por supuesto, muriendo tiroteada por haber cuestionado el statu quo del héroe; y aunque fuera de las buenas, Tracy Bond —Diana Rigg, tan famosa por la serie Los vengadores que cobró más que George Lazenby— también debía ser fulminada por haber llevado a 007 al altar en Al servicio secreto de su majestad (1969). Y entonces llegó Vesper Lynd —Eva Green— a enseñarles a todas cómo se hace.
Casino Royale (2006) aprovechó que Pierce Brosnan pasaba el testigo a Daniel Craig paramodernizar la franquicia con un Bond de gimnasio que sale mojado del mar —¡ahora ellos también son objetos sexuales!— y una chica Bond que había visto todas las películas: sabía que él esperaba que sus mujeres fuesen “placeres desechables en vez de conquistas valiosas”, flirteaba como en una screwball de Hepburn y Grant y, cuando él le daba un vestido de noche para ir a una gala, ella aparecía con un traje para él. Su muerte, sin embargo, puso a las chicas de nuevo en la casilla de inicio. James se planteó abandonar su trabajo por Vesper, así que debía ser exterminada y convertida en un detonante para la trama de venganza de Quantum of Solace (2008). El miedo de Barbara él le daba un vestido de noche para ir a una gala, ella aparecía con un traje para él. Su muerte, sin embargo, puso a las chicas de nuevo en la casilla de inicio. James se planteó abandonar su trabajo por Vesper, así que debía ser exterminada y convertida en un detonante para la trama de venganza de Quantum of Solace (2008).
El miedo de Barbara Broccoli —hija de Albert, el productor original, y matriarca de la saga desde su reactivación con GoldenEye (1995)— a pasarse de frenada y actualizar tanto a Bond que acabe neutralizando su esencia la ha llevado a dar dos pasos atrás por cada paso adelante: en El mañana nunca muere (1997) la coronel Wai Lin —Michelle Yeoh— tiroteó y persiguió tantos malos como Bond y sin depender de sus órdenes; en El mundo nunca es suficiente (1999) Denise Richards interpretó a una físico nuclear que correteaba semidesnuda, la otra candidata fue Geri Halliwell. El agente 007 no podrá permitirse dejar de ser una fantasía masculina, y eso implica una irresistible competencia de seducción, pero sí podría modernizarse haciéndole un hueco a sus chicas, y así ellas también puedan funcionar como fantasías aspiracionales para las espectadoras.
Los diálogos de Ana de Armas en Sin tiempo para morir los ha reescrito Phoebe Waller-Bridge y ha avisado de que no la contrataron para hacer menos machista a Bond, sino para hacer menos machista la película. Él seguirá siendo, tal y como lo juzgó M —Judi Dench, la primera jefa de Bond en consonancia con el nombramiento de Stella Rimington como directora del MI6 en 1992—, “un dinosaurio sexista y misógino; una reliquia de la Guerra Fría cuyos encantos adolescentes, aunque no tienen efecto en mí, atrajeron a la joven que envié a evaluarlo”. Cuando M murió en Skyfall (2012), en brazos de Bond, su despedida tuvo una solemnidad que demostró que la saga sabe tratar a sus mujeres. Solo falta que quiera hacerlo.
Ellos también cambian
Aunque arquetípica, la figura de Bond se ha modificado según el actor que lo ha interpretado.
Sean Connery: El hombre de los andares de oroA Ian Fleming le pareció demasiado rudo (él pensaba en Cary Grant), pero Connery practicó sus andares y el resto es historia.
George Lazenby: Licencia para escaparEl único que se ha casado y que huyó cuando le ofrecieron un contrato de siete películas.
Roger Moore: Vive y deja morirMoore tenía 46 años cuando debutó como 007, así que no le quedó más remedio que tomarse a sí mismo a pitorreo.
Timothy Dalton: Panorama para fracasarEl más parecido a las novelas, tuvo los peores resultados comerciales de la saga porque competía con los canallas callejeros de La jungla de cristal y Arma letal.
Pierce Brosnan: El espía que se amóBond dejó de parecer un personaje casposo gracias a que Brosnan se lo tomaba en serio, con entrega física y sin un ápice de ironía. Era como un niño jugando a ser espía.
Daniel Craig: Solo para sus tristes ojosEl Bond posterior al 11-S ya no sonríe, sangra mucho más y no parece disfrutar tanto de la vida. Ha tenido que dejar de fumar y ya no aspira a salvar el mundo, porque el mundo no tiene remedio.
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