María Jammal: "No podemos ignorar las almas de los refugiados"

«Nadie puede estar seguro de que que algún día no será un refugiado», advierte la joven abogada y psicóloga Maria Jammal, criada en Haifa (Israel), de madre bielorrusa y padre árabe-israelí. Jammal estaba trabajando como voluntaria en la isla de Lesbos (Grecia) cuando la crisis de los refugiados alcanzó su punto álgido, hace cinco años. Entonces tenía 28 años y empezaba a dar sus primeros pasos profesionales como abogada especialista en Derecho de la Propiedad Intelectual. Sin embargo, la experiencia en el campo de los refugiados le cambió la vida. Allí se dio cuenta de que, mientras todo el mundo se esforzaba por ofrecer algún tipo de ayuda «física» -barcos de rescate en alta mar, comida, ropa, mantas, medicinas-, nadie se preocupaba por un aspecto esencial para recuperar la dignidad humana: la salud mental.

Al regresar a Haifa, Jammal y su marido, el psiquiatra Essam Daod, decidieron fundar Humanity Crew, que tiene como objetivo dar asistencia y servicios de atención terapéutica a los refugiados. La idea inicial era ofrecer soporte psicológico a los que huían a través del Mediterráneo, en su mayoría de habla árabe (idioma que tanto Maria como su marido dominan), pero la organización cuenta en la actualidad con un equipo de terapeutas on line que le permite asistir a desplazados de todo el mundo, desde víctimas de desastres naturales a inmigrantes latinos que intentan cruzar la frontera de México y Estados Unidos. «Todas estas personas han sufrido algún tipo de trauma», añade con voz suave la joven activista pelirroja, que el pasado 4 de noviembre recogió en Barcelona el Premio Internacional de la Fundación Princesa de Girona (FPdGi), un galardón creado para reconocer el talento y altruismo de los más jóvenes.

Un insomnio severo

Maria Jammal, de 32 años, fue galardonada «por su excelente trabajo como cofundadora y directora ejecutiva de Humanity Crew, una organización que hace visibles los problemas de salud mental que sufren los refugiados y crea soluciones para ellos». Problemas como estrés postraumático, los traumas severos, la ansiedad y el insomnio que, si no se tratan, dificultarán su integración en los países de acogida.

Mujerhoy Estudió Psicología y Derecho en la universidad de Haifa y después logró una beca Fulbright para cursar un Máster en Derecho en la universidad George Washington, en EE.UU. ¿Por qué decidió renunciar a una prometedora carrera profesional para crear una ONG?

María Jammal Cuando regresé de EE.UU., mi plan era el de cualquier persona de mi edad: encontrar un trabajo, casarme, comprarme una casa, un coche… De hecho, ya tenía los dos primeros. Pero mi marido, Essam, que es psiquiatra, se acababa de ir a Grecia para trabajar como voluntario en los campos de refugiados. Le habían llamado porque necesitaban médicos que hablasen árabe. Me dijo que no tenía sentido que me fuera con él si no era médico. Pero no le hice caso y me compré el billete.

M.H. ¿Y qué panorama se encontró?

M.J. El día que llegué a Lesbos me tocó atender a una mujer kurda que estaba gritando porque había perdido a su bebé en el mar. Tenía la misma edad que yo. Recuerdo que su ropa y su pelo apestaban a la gasolina que impregnaba la cubierta del barco. La abracé y lloramos juntas. Quería que la consolara, nada más. Poco después sucedió uno de los peores naufragios que se recuerdan, tengo la fecha grabada: 28 de octubre de 2015. Unas 200 personas volcaron al agua, murieron cerca de la mitad… A mi alrededor había mucho caos: padres buscando a sus hijos en el hospital, maridos intentado localizar a sus mujeres, hermanos que no se encontraban… Yo ayudé a hacer listas con nombres y nacionalidades, a calmar a la gente desesperada. Al día siguiente, mi marido y yo visitamos el campo. En una de las tiendas nos encontramos a una mujer en pleno ataque de ansiedad, chillándole a su marido porque había rescatado a varios niños en el mar, pero no había logrado salvar a sus tres hijos. Fue muy duro, no sabía qué decirle. Nos invitaron a café, querían hablar. Mi marido estaba destrozado, pero yo le dije: «Vamos a quedarnos y a tomar café con esta gente». Fue cuando me di cuenta de lo importante que era preguntarles: «¿Cómo estáis?, ¿qué tal vuestra familia?». El 2 de noviembre regresamos a Haifa, aún conservaba mi trabajo allí, pero convencí a Essad de que teníamos que crear una ONG para recaudar dinero, comprar cosas, formar a un equipo de voluntarios… Para volver de manera un poco más profesional. En menos de dos semanas fundamos Humanity Crew y enviábamos el primer equipo de terapeutas a Lesbos. Ya no podía quedarme a vivir en Haifa. Y acabé dejando mi puesto de trabajo.

M.H. Supongo que era esencial hablar árabe para poder hacer un trabajo terapéutico con los refugiados.

M.J. Sí, pero no solo es importante la lengua, también lo es entender la cultura de sus países, sus costumbres, sus reacciones… Los países árabes tienen su forma particular de hacer el duelo y para ofrecer terapia psicológica hay que adaptarse a su cultura. Recuerdo que una vez, en Lesbos, una organización europea decidió poner en marcha un programa de empoderamiento de mujeres en el campamento de refugiados. Yo pensé: «¡Eso solo va a generar más violencia contra esas mujeres!». No puedes pretender empoderar a las refugiadas con un enfoque occidental, decirles que sean independientes y fuertes, y que se rebelen contra sus maridos. Lo único que vas a conseguir es que el marido se sienta aún más humillado. En sus culturas, el hombre es el cabeza de la familia y de repente se ve viviendo en un campamento de refugiados, sin poder alimentar a su mujer y a sus hijos. Pierde su dignidad; así es como los hombres se deprimen. Si quieres empoderar a las mujeres, empieza por trabajar con los hombres.

M.H. ¿Qué soluciones propusieron?

M.J. Un día preparamos un café árabe en el jardín del campamento -bueno, ese espacio libre que hay entre tienda y tienda- y poco a poco los hombres fueron saliendo de las tiendas y sentándose en círculo, con su taza de café. Sin querer, acabamos creando un grupo de apoyo. El café es una manera de entrar en la sociedad árabe, donde la psicología no está muy aceptada. Una parte importante de nuestro trabajo es dejar claro que no pretendemos «ayudar»: los refugiados son gente fuerte, no necesitan nuestra compasión, ni que les victimicemos. Lo que tenemos que hacer es capacitarlos para que puedan valerse por sí mismos y recuperar la esperanza.

Los REFUGIADOS no necesitan nuestra compasión, sino herramientas para volver a empezar».

M.H. ¿Los niños sufren más?

M.J. Te explicaré un caso que me quedó grabado, el de Ahmed, un niño que llegó al hospital totalmente traumatizado, después de haber sido rescatado en el naufragio del 28 de octubre. Ahmed ni reía ni lloraba, ni siquiera se inmutaba cuando le ponían una inyección. Los médicos le cerraban los ojos para que no se le secaran y se durmiera. Dormí tres noches a su lado, le abrazaba y le hablaba en árabe. Hasta que por fin se levantó de la cama. Se acercó a la ventana y sus primeras palabras fueron: «Quiero volver a casa». Me di cuenta de que le había salvado, pero vi el enorme trauma que puede causar en el futuro de un niño que su alma se separe de su cuerpo. No podemos ignorar las almas de los refugiados.

M.H. ¿Cómo ayudan a los niños?

M.J. Nosotros aplicamos el «protocolo Benigni», que se llama así a raíz de la película de La vida es bella [del cineasta Roberto Benigni]. Intentamos hacer con los niños refugiados lo mismo que el protagonista hacía con su hijo en el campo de concentración nazi: convertir una vivencia horrible en una historia positiva, fantástica… Los convertimos en «héroes». Si el niño ha sobrevivido a un naufragio, para evitar que entre en pánico, le decimos: «¡Qué valiente has sido, te tiraste al mar!». Ellos oyen hablar de política y de guerras continuamente, en la televisión, en internet, en boca de los adultos… pero no entienden nada ni lo conectan con su realidad. No hay que mentirles, sino adaptar la historia a un lenguaje de su edad, a un relato que les borre el mal recuerdo en el futuro.

M.H. En España tenemos dificultades para integrar a los «menas», menores inmigrantes no acompañados. ¿Su situación mejoraría si les ofrecemos más atención psicológica?

M.J. El estrés postraumático, si no se trata, puede afectar a las capacidades de aprendizaje y comunicación de los niños. Se vuelven más vulnerables al extremismo, a los crímenes, la violencia, el alcoholismo… Los gobiernos deberían reforzar los programas de atención psicológica como el nuestro, tanto si son favorables a acoger refugiados como si no. A los primeros les digo: tenéis que invertir en su salud mental, para convertirlos en buenos ciudadanos y trabajadores que contribuyan al país. A los gobiernos que no quieren refugiados, les digo: si queréis que regresen a su país, tenéis que empoderarlos, conseguir que se sientan suficientemente fuertes para regresar.

M.H. Suena como un buen motivo para conseguir fondos

M.J. Sin embargo, no es difícil. Suena extraño, pero la mayoría de nuestros donantes no son europeos. Mi marido dio una TED Talk hace año y medio, y eso nos abrió una ventana a las oportunidades filantrópicas en EE.UU. También continuamos recibiendo mucho apoyo de nuestra comunidad originaria, en Haifa.

M.H. Humanity Crew tiene su sede en Israel, un país con las fronteras blindadas, de donde es complicado entrar y salir…

M.J. Muchos refugiados que atendemos son palestinos que ya fueron refugiados en su día. Palestinos refugiados en Siria, que ahora tienen que volver a ser refugiados.

La Fundación Princesa de Girona se creó hace 10 años para promover el talento joven en la cultura, la educación, la ciencia y la empresa. En esta edición, la psicóloga y abogada Maria Jammal, cofundadora de la ONG Humanity Crew, recibió el premio FpdGI internacional de manos de la princesa Leonor.

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