Gibson Girl, el primer ideal moderno de belleza

Las llamaban Gibson Girls porque fue el ilustrador Charles Dana Gibson quien supo primero captar y después imponer su código estético: pieles de porcelana, largas melenas en recogidos alborotados, cinturas estrechísimas y voluminosos contornos. En el año 1890, a su regreso a Nueva York tras haberse empapado de las corrientes que imperaban en Europa, el dibujante dio vida a la primera Gibson Girl en un ejemplar de la revista Life. A largo de los 30 años siguientes, el prolífico artista también la plasmaría en numerosas ocasiones para Harper’s Weekly, Scribner’s y Collier’s, mientras que sus imitadores lo harían para otras tantas cabeceras, convirtiendo a la Gibson Girl en el primer ideal universal de belleza de la era moderna: su rastro puede adivinarse en la obra de nuestros Ramón Casas y Joaquín Sorolla y su reinado perduró hasta que fueron derrocadas por las flappers tras Primera Guerra Mundial.

Se trataba no solo una tendencia estética, sino también social: a ambos lados del Atlántico se hablaba de una «nueva mujer» que traspasaba los límites que se habían impuesto durante la era victoriana. La nueva mujer era independiente o, al menos, tenía un empleo. Practicaba deporte y esto se reflejaba en su atlético aspecto. Y estaba interesada en las últimas tendencias de estilo. La incipiente industria de la moda y la belleza supo monetizar muy pronto estos tres factores.

Altas, delgadas e inalcanzables, las chicas que Charles Gibson plasmaba en blanco y negro eran educadas, multifacéticas, ágiles e independientes. Al principio solo eran trazos a pluma del dibujante, pero de su mera imagen se deducía una personalidad, una actitud, una poderosa presencia. Eran de clase alta, mentalidad inquieta y ademanes relajados. Podían ser progresistas, pero no demasiado. Aunque las ilustraciones mostraban cierta camaradería con los hombres, no se desafiaba ni la tradición patriarcal ni la separación en esferas de la vida: pública y profesional para los hombres, privada y doméstica para las mujeres. Podían ir a la universidad e incluso trabajar, pero no suponían una amenaza para el hombre y sí una aspiración para las mujeres. Porque las ilustraciones de la Gibson Girl mostraban a una fémina responsable y orgullosa de su imagen y su bienestar físico, lo que se convirtió en el objetivo al que aspirar en términos de apariencia y modales.

Exudaban encanto y autoconfianza, un reto que las casas de moda y los salones de belleza de París, Londres y, sobre todo, de Nueva York resolvieron en forma de vestidos largos (que se fueron acortando hacia el tobillo a medida que el movimiento sufragista ganaba adeptas) de cuellos altos y rígidos, cinturas muy estrechas, caderas y pechos muy pronunciados y brazos despejados. En la cabeza, sombreros amplios, recogidos tipo pompadour o semirrecogidos tipo bouffant. El corsé victoriano aún no se había desterrado del todo, pero había evolucionado a un modelo más amable llamado swan-bill, típico de la era eduardiana, que retorcía el torso hacia adelante y la caderas hacia atrás. Era más corto por encima de la cintura, pero se alargaba por debajo. En París se llegaron a realizar modelos que casi alcanzaban las rodillas. Esta lencería propiciaba la silueta en forma de S característica de las delgadas pero curvilíneas Gibson Girls, a medio camino entre la fragilidad y la voluptuosidad, pero siempre insistiendo en una expresión etérea que las alejaba de la lascivia.

Aunque nadie representó a la Gibson Girl como la trágica Evelyn Nesbit (sobre estas líneas), es un error habitual creer que ella inspiró este ideal. En realidad, tenía solo seis años cuando Charles Gibson esbozó a su criatura por primera vez. “La vi en las calles, la vi en los teatros, la vi en las iglesias. La vi por todos lados y haciendo de todo. La vi holgazaneando en la Quinta Avenida y trabajando detrás de los mostradores de las tiendas… No existe ninguna Chica Gibson, pero hay muchos miles de chicas estadounidenses. Demos gracias a Dios por esto», declaró el ilustrador en una entrevista a The New York Times Sunday Magazine en 1910. Lo cierto es que se sabe que su hermana (Josephine Gibson) y su esposa (Irene Langhorne Gibson, así como las cuatro hermanas de esta, una de las cuales fue Lady Nancy Astor, la primera mujer parlamentaria en Reino Unido) compartían rasgos con esta especie de Afrodita de la Gilded Age. También se rumoreaba que las mujeres de la alta sociedad de Philadelphia y Nueva York posaron anónima, voluntaria y felizmente para el ilustrador, que en 1902 (aunque algunas fuentes apuntan a 1905) organizó un concurso para descubrir a la Chica Gibson por excelencia.

La seleccionada para encarnar la quintaesencia de la belleza estadounidense resultó ser europea: la belga Camille Clifford supo evolucionar de modelo a actriz, y de actriz a millonaria. Tras su periplo estadounidense se mudó a Londres, donde se casó dos veces, ambas con miembros de la nobleza. Crió caballos y vivió feliz y opulentamente hasta 1972. También el propio Gibson se enriqueció con el fenómeno: llegó a comprar una isla, la de Islesboro en Maine, y una revista, la propia Life, en cuyas páginas habían nacido sus chicas. Hoy, muchas de sus obras se atesoran la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.

Peor suerte tuvo la otra gran Gibson Girl, Evelyn Nesbit, para muchos la primera top model de la historia, estatus que ostentaba antes incluso de empezar a posar para el ilustrador: ya había aparecido en anuncios de revistas como las versiones estadounidenses de Harper’s Bazaar y Cosmopolitan, cuyas portadas acabaría protagonizando. La escultura Innocence (también conocida como Maidenhood) de George Grey Barnard replica sus divinas proporciones en mármol.

Nesbit empezó a trabajar como modelo a los 16 años para poder mantener a su familia. Pronto evolucionó a cantante y actriz en Broadway, desde cuyas tablas enamoraría, entre otros, al actor John Barrymore (el abuelo de Drew), al magnate Harry Kendall Thaw y al arquitecto Stanford White. El segundo asesinó al tercero de esta lista, lo que derivó en lo que la prensa entonces llamó «el juicio del siglo». Se descubrió que White había violado a Nesbit, quien más tarde se casó con el violento Thaw. Para librarlo de la silla eléctrica, sus abogados centraron la atención en Evelyn, a quien los periódicos y la sociedad convirtieron en una especie de Jezabel moderna. Huyendo de los tabloides, llegó a Londres y París, donde trabajó como bailarina del Moulin Rouge. Tras algunos intentos de suicidio y superar diversas adicciones, acabó instalándose en California donde alcanzó la estabilidad y cierta fama como escultora y donde fallecería en 1967. Nadie ha representado mejor la esencia delicada, que no frágil de la Gibson Girl.

Aunque atrás quedaron los corsets, la sombra de este ideal es alargada: lánguidas, indiferentes y con una estética de la que se infiere cierta forma de estar en el mundo, es fácil establecer paralelismos entre las Gibson Girls y las aesthetics que constantemente surgen de las redes sociales. La vanilla girl, la soft girl o la estética coquette entroncan directamente con este arquetipo de feminidad. Salvando las distancias, la forma de posar y el credo estético (naif, sofisticado y algo así como involuntariamente sexy) de celebridades como Ariana Grande, Elle Fanning o Zooey Deschanel demuestran que aún sigue latiendo el corazón de las Gibson Girls.




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