Elizabeth Warren, el azote de Trump: ¿y si fuera ella?

Vestida con una elegante chaqueta púrpura, casi cardenalicia, Elizabeth Warren afirmó con aplomo en el debate del 20 de noviembre: «Estoy cansada de los oportunistas multimillonarios. Es hora de que les pidamos a quienes están en la cima que paguen más para que nuestros hijos tengan una oportunidad real».

¿Por qué está Warren en boca de todos? ¿Qué la distingue de los anodinos senadores con ínfulas de grandeza que pueblan los recintos políticos de Washington? A sus 70 años, la senadora por Massachusetts no se relaja. Su Fitbit dice que camina, al menos, siete kilométros al día, y está en un virtual empate por el segundo lugar de las encuestas para las primarias del Partido Demócrata. Cuando ya faltan menos de 75 días para el caucus de Iowa (las asamblea de las que suelen salir los candidatos mejor situados para la carrera electoral) Warren pelea, codo con codo, con el veterano senador Bernie Sanders y busca hacerle sombra al ex vicepresidente Joe Biden, representante del establishment del partido y gravemente herido por el affaire ucraniano y las sospechas de corrupción. Además, a última hora se ha sumado a la carrera el multimillonario y exalcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, de 77 años, quien acaba de formalizar su candidatura.

En un mundo dominado por las promesas imposibles y las estrategias efectistas, la senadora brilla porque tiene planes. Muchos. Incluso hay camisetas con la consigna «Warren tiene un plan para eso». Sus estrategias, pensadas y claras, abarcan un cúmulo de temas que parten desde la epidemia de opiáceos y la condonación de los créditos universitarios, hasta el seguro médico para todos, el cuidado infantil o la prohibición de la explotación petrolera mediante fracking (una técnica muy contaminante).

Michael Bloomberg ha anunciado que entra en la carrera con una inversión de 150 millones en la campaña. Warren se financia con aportaciones de donantes individuales.

¿Y a quién le da miedo Elizabeth Warren? Para empezar a hombres como Mark Zuckerberg, al que le preguntó retóricamente: «¿Te intriga por qué creo que Facebook tiene demasiado poder? Empecemos por su capacidad para frenar el debate sobre si Facebook tiene demasiado poder», dijo después de que la red social retirara (y volviera a colgar) los posts y anuncios en los que ella proponía reducir la influencia de los oligopolios digitales –Facebook, Google y Amazon sobre todo- o incluso trocearlos.

«Su fuerte está en la protección de derechos económicos, limitar la influencia de los lobbies en la política, y el monopolio de las empresas tecnológicas -afirma María Puerta-Riera, profesora adjunta de Ciencias Políticas en el Valencia College de Florida-. Y su mensaje está dirigido a la clase media pero, a diferencia de Sanders, ella se presenta como una mujer ecuánime, en control y muy segura de la viabilidad de su oferta».

Aliada con el Power Dressing

La senadora despierta la atención de todos los campos, incluso en el de la moda, donde según los expertos nunca comete errores. Su guardarropa sobrio, funcional y elegante, caracterizado por pantalones oscuros y brillantes chaquetas de una amplia gama de tonos que van desde el magenta al púrpura, la hacen resaltar entre el mar de grises y negros que pueblan los eventos políticos, recuerda a la fórmula estética de Angela Merkel. ¿Su diseñadora preferida? Nina McLemore, un clásico del power dressing de Washington, que crea diseños para transmitir seguridad, liderazgo y autoridad y es, probablemente, la diseñadora desconocida más conocida del mundo.

Desde que asumiera su escaño en 2013, su ascenso al estrellato político ha sido vertiginoso, incluso para los estándares del star system político estadounidense, en el que un magnate convertido en protagonista de un reality show terminó en el Despacho Oval. En 2016 ya era una influyente colaboradora en la campaña presidencial de Hillary Clinton y su nombre se mencionó como posible candidata a la vicepresidencia. Nada mal para una académica que previamente fue republicana y que desde 1977 se había dedicado a la enseñanza y la investigación de temas enfocados en la ley comercial y la legislación de la bancarrota.

La crisis financiera provocada por la burbuja inmobiliaria en 2008 fue la gran oportunidad para ella que, en 2010, fue sacada de las aulas, literalmente, para crear una agencia de protección para los consumidores de productos financieros. Barack Obama estaba empeñado en que presidiera ese organismo, pero los republicanos se opusieron a su nominación por lo que, poco después, decidió entrar en política.

La gente cree que el sistema está contra ellos y dolorosamente tienen razón».

Como senadora se hizo célebre por sus duros interrogatorios contra los banqueros responsables de la crisis. «La gente siente que el sistema está manipulado contra ellos. Y la parte dolorosa es que tienen razón. El sistema está amañado«, dijo en una de sus intervenciones más célebres, durante la Convención Demócrata de 2012. «Las compañías petroleras consumen miles de millones en subsidios. Los multimillonarios pagan tasas impositivas más bajas que sus secretarias. Los CEO de Wall Street, los mismos que destruyeron nuestra economía y millones de empleos, todavía se pavonean por el Congreso, sin vergüenza, exigiendo favores y actuando como si tuviéramos que agradecerles algo. ¿Alguien aquí tiene un problema con eso? Porque yo sí lo tengo».

Otro de los momentos que apuntaló su carrera viral hacia el estrellato lo tuvo en 2017. Cuando, en medio del debate para la confirmación de Jeff Sessions como el nuevo fiscal general, la senadora fue interrumpida varias veces mientras leía una carta de Coretta Scott King, viuda de Martin Luther King. Warren no se arredró al ver que un hombre intentaba por todos los medios que se callara y prosiguió su lectura. Después explicó todo el suceso y volvió a leer la misiva en un vídeo de Facebook que tiene más de 13 millones de reproducciones.

Claroscuros

Pero a pesar del brillo de su oratoria y la aparente efectividad de sus planes, la carrera de Warren tiene sus claroscuros. En 2018, el presidente Donald Trump la acusó de haber usado, sin pruebas, su ascendencia étnica -entre los antepasados de Warren hay, de hecho, un nativo americano- para avanzar en su carrera académica. Y se burló de ella llamándola Pocahontas. Pero es sobre todo su prosperidad financiera -entre propiedades inmobiliarias, derechos de autor e inversiones diversas acumula un patrimonio valorado en unos 12 millones de dólares-, lo que ha despertado las suspicacias de los multimillonarios que dicen que, en realidad, carecería de legitimidad moral para atacarlos.

La niña que fue Betsy

Pero ¿de dónde viene esta rara avis de la política estadounidense? La historia comienza con una niña que se llamaba Betsy Herring, tenía ocho años y vivía en Oklahoma a finales de los 50. Estados Unidos vivía una época de florecimiento económico, tras ser una de las naciones vencedoras de la II Guerra Mundial. Betsy era una niña especial y una maestra vislumbró su talento: una rara combinación de autoridad precoz y curiosidad insaciable. «¿Sabe, señorita Betsy? Creo que usted podría ser profesora», le dijo. Y la puso al frente de un grupo de lectura, algo que cambiaría su vida para siempre.

El senador republicano intentó silenciarla, pero Warren no se arredró y prosiguió con su lectura. El hecho se convirtió en un hashtag y se hizo viral.

A Warren no le hace falta que nadie le cuente lo que son las vicisitudes familiares ni sus nefastas consecuencias. En su libro de memorias titulado A Fighting Chance [Una oportunidad para luchar] dice que sabe exactamente el momento en que creció y por qué. Tenía 12 años y su padre sufrió un ataque cardiaco que lo dejó sin poder trabajar durante mucho tiempo. Entonces su familia comenzó a sufrir penurias económicas que cambiaron su vida y la obligaron a sobrevivir sirviendo mesas, mientras veía en sus estudios la única salida.

Hay algo de épica de la clase media en la biografía de la candidata. El público la mira arrobado cuando cuenta que su padre fue conserje y su madre trabajó de dependienta en los grandes almacenes Sears; cuando recuerda que sus tres hermanos mayores prestaron servicio en el ejército y uno de ellos cumplió 288 misiones de combate en Vietnam. O cómo ella misma empezó a trabajar a los nueve años, cuidando al bebé de sus vecinos por 30 centavos.

Mi madre sospechaba de las mujeres que tenían familia y trabajaban. Así que, cuando mi novio del instituto me propuso casarnos a los 19 años, acepté de inmediato».

Pese a su espíritu de superación, Warren no olvida que su vida entera está moldeada por una época en la que las mujeres casi no tenían opciones profesionales. «Mi madre sospechaba de las mujeres que tenían familias y trabajaban», escribió en sus memorias. Así que, cuando su novio de la escuela secundaria, Jim Warren, le propuso matrimonio a los 19 años, se casó en la misma iglesia de Oklahoma City a la que su familia había asistido durante años. «Durante 19 años, había asimilado la lección de que lo mejor y más importante que cualquier chica podía hacer era casarse bien. En algún lugar profundo de mi corazón, creía que ningún hombre me pediría que me casara con él. Así que, cuando Jim me hizo la pregunta, me sorprendió tanto que tardé un nanosegundo en decirle que sí». Juntos tuvieron dos hijos y pasaron largos años de felicidad compartida, pero a medida que su carrera académica avanzaba, se fueron distanciando y acabaron divorciándose en 1980. Siete años después conoció a Bruce Mann, un profesor de leyes que se convirtió en su segundo marido y la acompaña en sus eventos de campaña.

Mann dice que no suele leer los periódicos desde que Warren es candidata para evitar la frustración que le causan los rumores y las mentiras sobre su mujer. Prefiere pasear a Bailey, el golden retriever que les acompaña en muchas apariciones públicas.

El contraste entre ambos no puede ser mayor: la senadora es expresiva, empática y dominante; él es callado, introspectivo y detallista. «Tiene la extraordinaria habilidad de explicar los problemas complejos de manera clara y memorable -dijo Mann en una entrevista-. Observar a las personas que la escuchan, mientras los ayuda a entender cómo los problemas afectan sus vidas, es como verla enseñar en un aula».

Esa historia de una esposa, madre y abuela, la sitúa en el umbral de la tolerancia de los demócratas mas conservadores y de los republicanos más moderados. Por eso su discurso está principalmente dirigido a quienes se identifican con ella. A esa «clase media estadounidense» que está siendo atacada, como ha dicho en su libro, «no por una indetenible fuerza de la naturaleza, sino por un sistema deliberadamente amañado».

En ese sentido, mientras que Bernie Sanders -el principal competidor de Warren, que se autodefine sin ambages como un «demócrata socialista»- es percibido por los sectores más reaccionarios como «radical«, la senadora suele describirse a sí misma como partidaria del «capitalismo basado en reglas» e, incluso, como «una capitalista hasta los huesos». Una importante distinción que va más allá de la simple retórica.

Oportunidad histórica

En este momento Elizabeth Warren domina las encuestas como la favorita para convertirse en la candidata demócrata a la Presidencia de EE.UU. Una oportunidad única si consideramos que podría pasar a la historia como la mujer que sacó a Trump de la Casa Blanca. Su estrategia, hasta el momento, se ha basado en la coherencia: en vez de financiar su campaña a través de los grandes donantes que suelen impulsar a los candidatos, ha apostado por el pequeño donante anónimo. Además, ha sido muy crítica con otros candidatos que gastan enormes cantidades de dinero en publicidad, como Bloomberg, a quien directamente acusa de estar intentando «comprar la nominación» tras su anuncio de que va a invertir más de 150 millones de dólares en la campaña: 100 millones para anuncios digitales, 20 millones para registrar votantes en estados clave y otros 37 millones para anuncios de televisión.

Warren se ha convertido en una presencia fresca para las multitudes progresistas e inquietante para los tradicionales grupos de poder que consideran que los demócratas se estarían moviendo demasiado hacia la izquierda. «Lo que me impresiona de ella -afirma Anita Isaacs, profesora de Ciencias Políticas en el Haverford College, en Pensilvania- es su gran capacidad intelectual para proponer una combinación única: populismo progresista e ideas pragmáticas, una mezcla muy poderosa. Pero la pregunta, la gran incógnita es si una agenda de esas características puede prevalecer en un país como Estados Unidos donde la cultura política es tan anti Estado y tan conservadora».

Fuente: Leer Artículo Completo