No entendemos el mayor superpoder de Greta Thunberg, porque nos pilla mayores. Nos fascina, nos atrae, somos conscientes de que hay algo ahí que tiene el aura de la Historia. No podemos entenderlo porque se dirige a los políticos, sí, como hacemos todos en cualquier espacio público, ya sea una barra de bar o una red social. Pero no les habla directamente a ellos, sino a los millones de adolescentes que por todo el mundo han organizado su propio movimiento. Por poner el ejemplo más contundente y desafortunado que se me ocurre: Martin Luther King no le hablaba a los blancos, aunque se dirigiese a ellos para pedir un mañana mejor para los suyos.
El mayor superpoder de Greta es que ha sido capaz de conectar con todo un planeta joven, herido e ignorado, que se va comer todas las consecuencias de unas generaciones que han vivido “como si no hubiera un mañana", como denuncia ella misma. "Pero el problema es que hay un mañana”. Y su forma de hacerlo ha sido la más directa posible: un Asperger que no la hace ni mejor ni más determinada ni más concienciada activista que la cantidad de jóvenes brillantes que he visto arropándola en esta Cumbre por el Clima. Solo diferente. Es la figura icónica que aglutina un hastío y un lógico temor al futuro. Y se le da muy bien transmitir ideas potentes en poquísimas palabras. También, para los que se preocupen de su vigencia, en esta COP25 ha tenido gestos de largo recorrido: aprovechar su fama para ceder la voz a la gente que normalmente no tendría ni un triste párrafo y tratar de reforzar ciertas partes de su mensaje, como ha hecho hoy en su discurso.
Pero lo que mejor resume una de las razones por las que Greta Thunberg ha sido nombrada Personaje del Año por la revista Time ha sido el gesto de la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera. En torno a ese discurso de hoy de la activista sueca en la Cumbre del Clima, la ministra sacó su móvil para hacerse un selfi con Thunberg. El mismo día que la ONU anunciaba que Ribera será la facilitadora de un acuerdo que consiga que esta COP25 no se quede en agua de borrajas.
Hay más razones, y la menor de ellas tiene que ver con el alborozo con el que figuras mediáticas, con tantas canas como firma, se hayan reído estos días de cosas tan tristes como que Thunberg haya tenido que optar por un tren “contaminante” para llegar hasta Madrid. Que es como reírse y congratularse de que la infraestructura ferroviaria de España sea patética, pero al menos nos sirve para lanzar dardos a una adolescente de 16 años. Y así con todo.
Llevo días, especialmente en esta Cumbre en la que he tenido un par de ocasiones de escuchar en vivo su discurso, preguntándome las razones de tanto odio, tanta reacción visceral, y tanta pérdida de papeles. He leído a supuestas mentes preclaras de las izquierdas conservadoras acusándola de ser una creación teledirigida de las industrias contaminantes (cuando Greta Thunberg se pasó semanas ella sola sentada delante de Parlamento sueco con su pancarta de Skolstrejk för klimatet). A mentes de las derechas conservadoras acusándola de ser una creación de esas izquierdas. A columnistas y opinadores con cuerpo de poltrona, retórica de naftalina y edad para tener unos cuantos dedos de frente o cuando menos de decencia, ponerla de “niña zumbada” para arriba o pedir que se le retire la custodia a sus padres. Recordemos otra vez: a una adolescente de 16 años con Asperger, desde tribunas de opinión de marfil más nicotinado que blanco.
Me gustaría afirmar -pero no puedo- que esos ataques son por motivos románticos. Que los ataques a Thunberg se deben a que su historia en estos meses la ha llevado a cumplir todos los sueños de los que de jóvenes leíamos a Julio Verne y otros aventureros geográficos. Que es envidia de juventud y el reflejo de una vida desperdiciada. De la rabia forjada en disneys de que un príncipe monegasco lleve a una adolescente de un lado a otro del océano porque hay más gente dispuesta a escucharla a ella de lo que nadie querrá escucharnos a nosotros nunca. Que a sus 16 años ha recorrido el mundo de formas inimaginables fuera de esas novelas de aventura. O que haya sido inspiradora de un movimiento que llevaba décadas sin encontrar una figura mundial de referencia.
Y este me parece el segundo mayor superpoder de Greta Thunberg: nuestras opiniones sobre ella nos retratan, y al mundo con nosotros. El miedo increíble que le tiene parte del establishment –quiero pensar que se debe a los peores impulsores gemelos del ser humano: miedo e ignorancia, los más contaminantes motores del odio y la mala fe– rebota en ella, se refleja en su desinterés por sus atacantes y se vuelve autorretrato de quien la glosa. El día que la nominalmente más poderosa persona del planeta, el presidente de Estados Unidos Donald Trump, insultó públicamente a la activista -”parece una persona muy feliz”, ironizó sobre la forma de expresarse- y ella se llevó el insulto a su biografía en redes sociales, quedó bastante claro quién estaba haciendo un papel lamentable.
Es el episodio máximo de algo que contrasto una y otra vez: mientras Greta Thunberg persigue sus sueños –o, más bien, intenta alejar unas pesadillas bastante anticipadas por toda la ciencia que tenemos disponible, que es lo único que está diciendo–, hay toda una maquinaria de odio en su contra, que no pueden lidiar con la fascinación o el impacto que despierta la joven. Me parece tan admirable como triste ver a tantos y tantos adultos al servicio de ese odio. Con una talla ética en la que, como las ideas de Thunberg resultan anatema, hay que atacarla a ella personalmente. Dispuestos a caer todo lo bajo que haga falta antes que pararse un momento a reflexionar sobre el discurso de Thunberg. "Greta Thunberg como espejo del mundo actual" funciona bastante bien a un lado u otro de sus detractores y defensores, y creo que nadie es ajeno a eso.
Lo más divertido de todo: los que la atacan intentan quedar por encima de ella en un abanico de argumentaciones que van desde “yo he vendido 9.000 libros, así que sé más que ella” hasta “jódete, Greta, en España los trenes contaminan”. Algo que define muy bien la sociedad actual y cómo concebimos las relaciones de poder: la idea misma de que haya que ponerse en una posición de superioridad inmoral frente a alguien que, con 16 años, lo único que está ofreciendo son argumentos y consignas claras -muy similares a las que Al Gore, premio Nobel de la Paz por la misma conciencia ambiental, lleva intentando transmitir décadas-. La idea de gente adulta perdiendo el oremus para ningunear a una chavala sin conseguirlo nada más que ante su propio corral. La idea misma de eso es, precisamente, lo que está detrás del otro gran fenómeno adolescente del año: Ok boomer. Las dos palabras con las que los jóvenes más están sacando de quicio a los adultos que solo quieren escucharse hablar a sí mismos.
El segundo mayor superpoder de Greta Thunberg es hacer que las malas o ínfimas personas se identifiquen como tales mientras ella sigue adelante. Algo que también quedaba muy claro en el primer y muy desafortunado ejemplo de este texto.
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