‘Lolita’, el escandaloso papel que destruyó dos carreras prometedoras

"Estoy horrorizada de que revivan la película que causó mi destrucción como persona". Esas fueron las palabras de la actriz Sue Lyon cuando supo que el director Adrian Lyne estaba preparando una nueva versión del clásico de Vladimir Nabokov. Y sabía bien de qué hablaba porque ella había sido la primera Lolita cinematográfica. Lo, Lola, Dolly, Dolores, Lolita, Lo-li-ta.

La protagonizada por Lyon y dirigida por Kubrick es un clásico, la de Lyne ha pasado de puntillas por la historia del cine; las dos contaron con actores respetados, James Manson y Shelley Winters una y Jeremy Irons y Melanie Griffith la otra; las dos supusieron un escándalo en su época y las dos fueron la cuna y la tumba de la carrera de sus jóvenes protagonistas. A pesar de que las separan más de tres décadas, la pacata mentalidad de Hollywood no ha cambiado demasiado.

Sue Lyon era la menor de cinco hermanos criados por una madre que había perdido a su marido cuando la pequeña no había cumplido ni un año. Era una niña rubicunda y hermosa y su madre vio en ella un clavo ardiente que le permitiría sobreponerse a la escasez económica. A 3.000 kilómetros de la árida Iowa, Hollywood se erigía como una Tierra de Promisión a la que cada año llegaban cientos de padres con sonrientes niños mofletudos destinados a anunciar cremas de guisantes, bebidas malteadas o ropa infantil. Poco después de que cumpliese los doce, Sue Karr Lyon teñía de rubio el pelo de su hija, el primer paso para obtener un triunfo rápido, y ponía rumbo a California.

Al mismo tiempo, un joven y prometedor director neoyorquino adquiría los derechos de una novela que había escandalizado a Europa dos años antes y que acababa de publicarse en Estados Unidos, Lolita, del ruso Vladimir Nabokov, la turbia obsesión pedófila del profesor Humbert Humbert por la nínfula Dolores Haze. Convencer al escritor había sido relativamente sencillo, Nabokov escribiría el guion –aunque finalmente apenas se utilizaría nada de las 400 páginas que elaboraría– y supervisaría la película. Conseguir la financiación tampoco fue un escollo insalvable, pero faltaba lo más importante, ¿Quién iba a ser Lolita?

La adaptación de la obra escándalo se convirtió en un acontecimiento, la novela había vendido más de cien mil ejemplares en tres semanas, unas cifras que hasta entonces sólo habían estado al alcance de Lo que el viento se llevó, y los ofrecimientos empezaron a sucederse, desde Hayley Mills, protagonista de Tú a Boston y yo a California, a la estrella infantil Tuesday Weld o –y esto habría sido muy inquietante– la hija de James Mason, Portland Mason.

La solución llegó casi por casualidad cuando Kubrick se encontró con la ahora rubia y adorable Sue Lyon en El Show de Loretta Young . La actriz realizó tres entrevistas y una prueba de pantalla. A Kubrick, que ya había visto a más de 800 actrices, le pareció perfecta, “era una entre un millón” declaró, y a Nabokov también, pero la madre de la estrella se mostró reacia hasta que su pastor espiritual le dio su beneplácito. Sí, efectivamente, un pastor espiritual recomendó que una niña de catorce años participase en la representación cinematográfica de una pasión pedófila.

Sue Lyon ni siquiera tenía edad para leer la obra que iba a interpretar. Según contó años después, se hizo con un ejemplar de la novela en casa de una amiga, Michelle Phillips cantante de The mamas and the papas, que tuvo que explicarle qué era exactamente eso de la masturbación.

Con Sue como protagonista, el prestigioso James Mason como Humbert Humbert, Shelley Winters como la madre de Lolita y Peter Sellers como rival de Humbert, la película se filmó casi en secreto en Londres con Lyon y su madre escondidas de los medios “como si fuera un paquete de secretos atómicos". La atención que despertaba el rodaje era desmedida.

La Metro Goldwyn-Mayer se frotaba las manos con su nuevo descubrimiento y Lyon firmaba un contrato de siete años. La maquinaria publicitaría estaba en marcha y los resultados no tardarían en llegar. “¿Cómo pudieron hacer una película de Lolita?” rezaba el cartel de la película, alimentando un morbo que ya rebosaba las costuras.

El estreno fue un éxito, pero ella no pudo asistir, estaba vetado para menores de 16. Fue una de las pocas personas que no la vio. El escándalo la convirtió en un éxito y a Lyon en la sensación de la temporada y en la ganadora del Globo de Oro a la actriz revelación.

El siguiente barco al que se subió Lyon también transportaba mercancía peligrosa. La noche de la iguana, la adaptación de John Huston de la obra de teatro de Tennessee Williams la unió con Richard Burton, Ava Gardner y Deborah Kerr, y aunque hay quien insiste en que se comportó como una niña malcriada durante el rodaje, es difícil creer que con el amor al alcohol y a las grescas de sus partenaires principales ella pudiese lucirse. La tensión en el rodaje era tan grande que el director le regaló a cada uno de los actores una pistola y balas de oro que llevaban grabados los nombres de los otros. Su pareja, Hampton Fancher, tampoco ayudó a templar los ánimos: quien años después sería guionista de Blade Runner no paró de inmiscuirse en el rodaje hasta que fue expulsado del set. Un set en el que más de un desquiciado había intentado colarse para conocer a Lolita.

Encadenar dos películas de éxito tuvo su lado negativo. La vorágine publicitaria la destrozó . Durante dos años concedió entrevistas por todo el mundo. Apenas dormía tres horas seguidas, se pasaba el día entre taxis, aeropuertos y entrevistas con periodistas que siempre realizaban las mismas preguntas: ¿Qué opina de Lolita? ¿Qué opina de Kubrick? ¿Qué opina de Shelley Winters? Hasta que durante un talk-show uno de esos periodistas fue demasiado lejos. “¿Crees que tu papel en Lolita fue el motivo de que tu hermano se haya suicidado?”. Su hermano James Michael Lyon de 20 años, había aparecido muerto en una furgoneta en México tan sólo dos días antes. ¿La causa? Una sobredosis de insulina. No supo reaccionar, se levantó y se fue. La prensa ya le había mostrado su peor cara.

De pronto, todo comenzó a torcerse. El matrimonio con Fancher apenas duró un año y el divorcio coincidió con el suicidio de su hermano y un terrible accidente de tráfico en el que se vio involucrada junto a su madre y que la relegó a una silla de ruedas durante dos años. Se había convertido en un personaje de Douglas Sirk.

A pesar de la trifulca con su ex marido y de las balas con su nombre, Huston volvió a llamarla para acompañar a Anne Bancroft en Siete mujeres. Fue su última interpretación memorable.

En 1971 se casó con el fotógrafo y jugador de fútbol afroamericano Roland Harrison, todo un escándalo en un Hollywood demasiado mojigato. Para huir de la maledicencia se refugió en España. Artísticamente, el balance patrio no fue demasiado goloso: Una gota de sangre para morir amando de Eloy de la Iglesia en la que compartió cartel con nombres tan dispares como Christopher Mitchum hijo de Robert Mitchum, Jean Sorel, el protagonista de Belle de Jour y el hermano de Tip, Fernando Sánchez Polack, el tabernero Frasco de Verano azul; y Tarot, de José María Forqué, con Fernando Rey y Gloria Grahame.

Su interés por el cine empezaba a ser equiparable al interés que despertaban sus películas y en 1986 se retiró definitivamente. Tan sólo tenía 34 años.

Su vida personal tampoco fue afortunada. Su matrimonio con Harrison, del que nació su hija Mona, duró apenas un año. La presión social se volvió insoportable y acabó minando su relación. Pero ese no sería el gran escándalo de su vida. Al año siguiente conocería a su nuevo marido durante una visita a la cárcel de Colorado, Gary ‘Cotton’ Adamson, preso por robo y asesinato. Convencida de su inocencia se involucró activamente en su defensa y consiguió la reducción de su condena. En cuanto Cotton salió de la cárcel volvió a delinquir y Lyon pidió el divorcio. Otro matrimonio que no pasaba de los doce meses. El cuarto matrimonio, con Edward Weathers, tampoco superaría el año. El quinto, con el ingeniero Richard Rudman, fue el más duradero, de 1985 hasta 2002.

No sólo el cine y los hombres le causaban problemas, también su salud estaba deteriorada. En su juventud había sido diagnosticada como maniaco-depresiva y cansada del cine y del ruido que generaba decidió aislarse para siempre. En 1988 concedió a Reuters una de sus últimas entrevistas: “Mi destrucción como persona proviene de Lolita. Esa película me expuso a tentaciones a las que ninguna niña de esa edad debía ser sometida. Desafío a cualquier chica bonita a ser catapultada al estrellato a los 14 años y poder mantenerse en ese nivel de ahí en adelante”.

Y otra chica de 14 años aceptó el desafío. Si Lyon se había impuesto a más de 800 niñas, la rubia (esta vez de verdad) Dominique Swain fue la elegida de entre 2.500 adolescentes. Pero a pesar de que habían pasado 35 años Hollywood, no había cambiado demasiado y el escándalo persiguió a la película desde que hubo noticias de su existencia. El film de Lyne tuvo problemas de distribución, nadie quería involucrarse, y acabó estrenándose de tapadillo en 1997 en una sala de Nueva York y otra de Los Ángeles. Casi al mismo tiempo se emitió en televisión. Con un presupuesto de más de 50 millones apenas recaudó 10 en todo el mundo.

Dominique Swain copó las portadas de las revistas de medio mundo, la maquinaria que tres décadas antes había intentado convertir a Sue Lyon en la nueva Marilyn volvía a funcionar a todo gas. Dominique Swain sería la nueva Natalie Portman, a pesar de que la antigua Portman era un año menor que ella. Pero la nueva Lolita, incapaz de librarse del aura de escándalo que la perseguía, fue un fracaso de taquilla, aunque la crítica fue bastante benévola, tanto con la película, a la que muchos consideraron superior a la de Kubrick, como con la interpretación de Swain.

Como había sucedido con Lyon, los siguientes papeles que llegaron a las manos de Swain también intentaron explotar su temprana sexualización. Girl, Tart (quiero probarlo todo) , Falsa Amistad… todas eran subproductos olvidables que se apoyaban en su nombre y no ofrecían nada más. Tan sólo Cara a cara, en la que interpretaba a la hija de John Travolta permitía vislumbrar a la actriz que había encandilado a Lyne.

Al igual que Lyon, Swain también provenía de un entorno humilde y poco familiarizado con Hollywood. Demasiado joven, inexperta y abrumada por la fama y las expectativas, se refugió en el alcohol durante las tediosas fiestas promocionales. Demasaido bisoña y ajena al juego de la industria, no tuvo problema en hablar de ello en entrevistas. "No tengo ni una pizca de autocontrol" declaró a Out en 2002, tras admitir sus excesos con la bebida y las drogas. Su nombre empezó a ser sinónimo de juguete roto y el diccionario de Hollywood no tiene página de antónimos. A pesar de las decenas de títulos que acumula en su currículum, jamás volvió a participar en un éxito.

Sue Lyon y Dominique Swain sólo son dos nombres de la larga lista de niñas actrices que han pagado su temprana sexualización en la pantalla: Natalie Portman, una de las primeras opciones para interpretar a la Lolita de Lyne decidió reorientar su carrera tras Leon y Beautiful Girls. "De pequeña, me convertí en el sueño de los pedófilos. Ese acoso influyó mucho en mis decisiones profesionales porque estaba asustada de la imagen que podía proyectar", declaró en 2007 a Film and Music. Brooke Shields nunca se recuperó de sus papeles en La pequeña y El lago azul; la casi desaparecida Mena Suvari, a quien ni el éxito de American Pie pudo separar de su icónico desnudo en una bañera de rosas en American beauty; o Jodie Foster, cuyo papel de prostituta adolescente en Taxi Driver obsesionó a John Hinckley Jr. hasta el punto de llevarle a atentar contra el presidente Reegan para captar su atención.

Es difícil que a una adolescente no le perturbe que el personaje al que su nombre permanecerá asociado para siempre haya servido también para denominar ropa interior, copas de Martini o un tipo de consolador, como recoge Graham Vickers en Chasing Lolita: How Popular Culture Corrupted Nabokov’s Little Girl All Over Again.

Los hombres, o, más apropiadamente, los niños, tampoco han permanecido ajenos a la maldición del lolitismo y a esta lista también podríamos añadir a Björn Andrésen el Tadzio de la tan hermosa como perturbadora Muerte en Venecia, el bellísimo nínfulo por cuyas livianas e infantiles carnes suspiraba Gustav von Aschenbach en las playas de Lido. Andrésen también se refugió en el alcohol y las drogas incapaz de asimilar que de la noche a la mañana se había convertido en “el adolescente más bello del mundo”. Pero esa es otra historia que merece su propio espacio.

  • Artículo publicado en Vanity Fair el 18 de agosto de 2018 y actualizado el 28 de diciembre de 2019.*

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