María Jesús Montero tiene carácter, lo que no quita que también sea prudente. Curtida en la política andaluza, fue consejera de Sanidad en los gobiernos socialistas de Manuel Cháves, José Antonio Griñán y Susana Díaz, con quien también ejerció como responsable de Hacienda. Personas que trataron con ambas en los años de la Junta aseguran a Vanity Fair que Montero era una de las pocas dentro del PSOE andaluz capaz de enfrentarse, sin que le temblara el pulso, a la presidenta de Andalucía.
Como la expresidenta, Moreno también es de Triana, pero el papel que juegan hoy en la política es muy distinto: mientras Díaz intenta mantenerse a flote en el partido ejerciendo de líder de la oposición de Juanma Moreno Bonilla y trabajando por reconciliarse con Pedro Sánchez, Montero sigue ganando relevancia en el ámbito nacional y más ganaría si, como adelanta hoy El Confidencial, acaba siendo la portavoz del nuevo Gobierno de Sánchez.
La escalada de esta cirujana de formación que nunca ha ejercido tiene más mérito cuando se tiene en cuenta que fue una de los tres miembros de la Comisión de Ética y Garantías del PSOE que pidió en 2016 crear una gestora después de que dimitieran 17 miembros de la Ejecutiva alentados por la propia Díaz con el objetivo de derribar a Sánchez. Hoy, sin embargo, Montero habría pasado de estar en el equipo "susanista" al "sanchista" y si se confirma el nuevo cargo, acabaría ocupando un puesto que hoy tieneIsabel Celaá, miembro también de aquella Comisión de Garantías, pero en su caso, siempre del lado de Sánchez.
Pasado comunista y católico
Montero, de 53 años, militó en su juventud en el Partido Comunista a la vez que participaba en actividades de Acción Católica. Su nexo con dicha entidad fue el sacerdote Manuel Mafrollet, párroco de la Hermandad de la O que en los años 60 se sumó a la lucha antifranquista y a quien no le dolían prendas en reconocer que los suyos no hicieron suficiente para acabar con la dictadura, tal como reconoció en un artículo publicado en la revista El Ciervo en 1998.
De ahí que la andaluza se animara en su día a matizar a otro peso pesado del Ejecutivo de Sánchez, Carmen Calvo, cuando pidió que la Iglesia revisara su fiscalidad y pagara sus impuestos como hacía en países como Francia o Italia. La postura de Montero fue más conciliadora, limitándose a señalar que el estamento eclesiástico debería ser tratado como una ONG más.
Madre de dos hijas
En lo personal, María Jesús Montero es una mujer reservada, que tiene dos hijas que estudian en la Universidad de Sevilla. El padre es la expareja de Montero, Rafael Ibáñez,sindicalista de CCOO, miembro de Izquierda Unida en Andalucía y hoy gerente de la empresa municipal de vivienda en Córdoba, donde vive. Ella, por su parte, lo hace en Madrid y están separados de facto. La proximidad que siempre ha tenido con el partido de su ex pareja y su propia militancia en el PC quizás sean la clave que han colocado a Montero en la mesa de negociaciones con Podemos para formar nuevo gobierno y a nadie se le escapa que su afinidad siempre ha sido mayor con la formación morada que por ejemplo, con el PP o Ciudadanos, partidos con los que tuvo duros enfrentamientos en la Junta y también como ministra de Sánchez.
Un ejemplo fue su choque con Cayetana Álvarez de Toledo en el debate de mujeres de las elecciones generales celebradas en abril. “El milagro económico del PP está en la cárcel”, le dijo en referencia a Luis Bárcenas cuando la popular se agarró a una de las frases que más memes y burlas le ha acarreado a la socialista: “Chiqui, son 1.200 millones, eso es poco, eso lo quitas o lo pones en una parte del presupuesto”, dijo en su primer mandato como ministra de Hacienda.
Esa forma de hablar, ligada a su condición de andaluza, la ha defendido a capa y espaday no dudó en afearle a Rafael Hernando que la atacarapor usar palabras como ese “chiqui”, “cariño” o “miarma”. “Son expresiones que a gala llevamos los andaluces en nuestro diálogo coloquial”, dijo enfadada una mujer que acostumbra a vestir de los colores de su partido (rojo), de su comunidad (verde) y de un feminismo (morado) del que presume. “Feminismo y liberal son palabras que no cuadran”, le dijo a Albert Rivera e Inés Arrimadas cuando presentaron su decálogo de cómo entendían el feminismo los de la formación naranja.
De hablar rotundo y gran desparpajo, esta amante de las arias de Giacomo Puccini –conocido por crear papeles femeninos de heroínas fuertes y apasionadas– también ha sabido hacer uso de la templanza cuando le ha hecho falta. Quizás esa sea la clave de que hoy aspire a un futuro en la política que su antigua jefa, Susana Díaz, no tiene tan al alcance de la mano.
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