El imperio Gwyneth Paltrow: ojo empresarial, pseudociencias y atajos para la felicidad

"¿Está Gwyneth Paltrow equivocada en todo?” no es solo una hipótesis que en algún cabreo podría haber planteado ese ex suyo tan odiosamente ejemplar que es Chris Martin. Es el título de un libro escrito por el científico y divulgador Timothy Caulfield que se dedica a desmontar los falsos mitos inspirados en pseudociencias amplificados gracias al altavoz que les dan algunas celebridades.

En 2008 Paltrow lanzó Goop, una newsletter especializada en lo que las revistas llaman estilo de vida. Diez años después da trabajo a 250 personas y está valorada en 250 millones de dólares. No, Timothy Caulfield, Gwyneth no estaba equivocada en todo.

La actriz tendrá una mente para los negocios y un cuerpo para el pecado. Pero lo que no tiene es un ojo en la ciencia. A pesar de que Goop luce un barniz que lo relaciona con la salud, algunos de sus productos son chiripitifláuticos. Hablar de dudosa o nula evidencia científica es quedarse corto frente a sus enemas de café a 135 dólares el kit —ahora cuando alguien le invite a tomar un café, además de dónde, podrá preguntar por dónde— o las gemas para introducirse por la vagina, a 66 dólares el par, para regular las hormonas y el ciclo menstrual que le costaron una demanda por la que la empresa tuvo que pagar 145.000 dólares porque, ¡ejem!, no había ninguna evidencia científica que señalara que introducirse dos piedras por salva sea la parte regularía las hormonas y el ciclo menstrual. Quién podría haberlo imaginado.

Ahora Goop llega a Netflix con Goop Lab, una serie de seis episodios en la que Gwyneth, acompañada de la jefa de contenido de Goop, se acerca a diferentes tratamientos. En uno de sus capítulos viajan a Jamaica para probar setas alucinógenas y Paltrow acaba confesando que tomó MDMA con su marido y que, aunque no le subió, le “parece que hay mucho por descubrir”. Igualito que Marie Curie.

Su marido, Brad Falchuk, pareja profesional de Ryan Murphy, es uno de los creadores de The Politician, también de Netflix, en la que Paltrow interpreta a la madre del protagonista y se ríe de sus costumbres pseudocientíficas —llamaba a un chamán para curar a su hijo una fiebre—.

La ventaja de que los experimentos con gaseosa de Goop sean tan descabellados es que nadie debería creérselos. Que cualquier espectador debería reírse de ellos como hace la actriz. Y que el precio de la gaseosa es tan disuasorio como sus inexistentes beneficios. La misma satisfacción que ver a concursantes de Gran Hermano fallando las pruebas de cultura general es la de ver a ricas cayendo en supercherías. Aunque sepamos, y aquí está el drama, que muchos espectadores se las toman en serio.

A Netflix le funciona la gente que nos dice qué tenemos que hacer para estar bien. El año pasado puso a Marie Kondo a vaciarnos las estanterías y llenarlas de ascetismo de baratillo. Y lleva cuatro temporadas enseñándonos cómo los simpáticos chicos de Queer Eye reflotan morales hundidas a costa de reformarles a sus dueños la casa, la comida, la ropa y el aspecto. Sin quitarle a lo accesorio la importancia capital que tiene, no solo hay que mirar con escepticismo las pseudociencias, sino a cualquiera que nos proponga atajos sin fisuras para la felicidad.


Hay otra vertiente de gurús de Netflix. Los malvados. El Osho de Wild Wild Country. O Bikram —Yogui, gurú, depredador—. A todos, los buenos y los malos, les podríamos increpar, sin salir de Netflix, al son del “falsa gurú” que le dedica Noemí ArgüellesYolanda Ramos— a su Glorita Serna en Paquita Salas. Pero los gurús de Netflix cuando son malos son mejores.

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