La polémica muerte de Ana Mendieta, un debate que se reabre en Madrid

Tropic-Ana es una exposición histórica por varios motivos. Es, para empezar, la primera individual que en 23 años le dedica nuestro país a la artista cubana ya fallecida Ana Mendieta (1948-1985), y además no resulta habitual que este tipo de muestras-evento vengan de la mano de galerías comerciales (en este caso, de la sede madrileña de Nogueras Blanchard). Sus contenidos los ha seleccionado otro artista cubano que aquí ejerce de comisario, Wilfredo Prieto, en colaboración con la sobrina de la creadora, Raquel Cecilia Mendieta, que además presenta en el Círculo de Bellas Artes un documental, Whispering Cave, que narra un viaje físico y mental hacia la obra de su tía. A todo esto se suma la mayor sensibilización social que en la actualidad existe respecto a muchos de los temas que Mendieta trató en su obra (el feminismo, la relación con la naturaleza, el cuerpo como campo de batalla político), y también respecto a la cuestión de la violencia ejercida contra las mujeres, que de alguna manera marcó su vida.

Ya ocurrió en 2016, cuando en Londres se inauguraba, entre mensajes triunfalistas, la ampliación de la Tate Modern. La imponente construcción diseñada por los suizos Herzog & De Meuron para este centro de arte es una pirámide de diez pisos con terraza panorámica que se convirtió de forma instantánea en uno de los edificios más fotografiados de Europa. Pero, entre el clima de euforia generalizada, un grupo de manifestantes se reunió en las escaleras de la catedral de San Pablo antes de atravesar el Millenium Bridge y llegar hasta la Tate portando pancartas y gritando consignas con rima consonantes como:

“Oi, Tate, we’ve got a vendetta – where the fuck is Ana Mendieta” (“Oye, Tate, queremos venganza: ¿dónde coño está Ana Mendieta?)”.

Las manifestantes pertenecían a los grupos feministas WHEREISANAMENDIETA y Sisters Uncut. Y su indignación provenía de que la obra de la fallecida artista Ana Mendieta, de la que la Tate posee varias piezas en sus fondos, permaneciera en los almacenes de la institución mientras quien fuera su marido, Carl Andre, estaba bien representado en la exposición permanente del nuevo edificio.

La protesta tenía especial relevancia por dos motivos. Uno, que la maquinaria publicitaria –y las propias autoridades británicas, incluyendo al entonces nuevo alcalde de Londres Sadiq Kahn– habían repetido machaconamente que la nueva Tate pretendía dar más visibilidad al arte realizado por mujeres, una política loable que sin embargo con esto quedaba como mínimo cuestionada. Y dos, que la muerte de Ana Mendieta aún permanece en la opinión pública como un asunto turbio y, pese al veredicto de los tribunales, para mucha gente las sospechas sobre Carl Andre no se han disipado en absoluto.

Como el asunto es espinoso, comencemos por ceñirnos a los hechos. Y los hechos establecen que en la madrugada del 8 de septiembre de 1985 Ana Mendieta y Carl André, casados desde hacía unos meses, discutían a grandes voces en su domicilio, situado en lo alto de una torre de apartamentos del Greenwich Village de Manhattan. El portero declararía haber escuchado cómo ella gritaba varias veces “¡No, no, no!” justo antes de que su cuerpo recorriera los 33 pisos que la separaban del asfalto o, más exactamente, del techo del deli en el que se estampó, falleciendo en el acto. Los hechos también dicen que Carl Andre llamó entonces al teléfono de emergencias, y explicó al operador con sorprendente serenidad: “Mi esposa es artista, y yo soy artista, y tuvimos una pelea sobre el hecho de que yo estaba, eh, más expuesto al público que ella. Y ella fue al dormitorio, y yo fui tras ella, y ella saltó por la ventana”. Cuando la policía llegó al dormitorio, lo encontró todo revuelto y a Carl Andre con arañazos en los brazos y la nariz.

Andre fue acusado de asesinato en segundo grado y sometido a un juicio que duró tres años. A través de su abogado, solicitó que el caso fuera tratado por un juez y no por un jurado popular (“Quería evitar tratar con un jurado de mujeres que podrían quizá ser influidas por el supuesto asunto feminista”, declaró sin complejos el letrado Hoffinger) mientras en el juicio “paralelo” –que siempre se desarrolla en estos casos– el mundo del arte se posicionó mayoritariamente del lado de Andre: esto incluía al prestigioso pintor Frank Stella, que pagó la fianza para liberar a su colega encarcelado, y a la familia de Menil, ricos industriales y patronos de las artes que habían apostado por el trabajo de Andre a través de su fundación.

El caso es que, finalmente, el veredicto oficial fue favorable a Andre, declarado no culpable en base al principio de “duda razonable”. En cuanto al otro veredicto, el que no tenía repercusiones penales, la cosa no está tan clara a juzgar por sucesos como la manifestación en la Tate Gallery, que está lejos de constituir un hecho aislado. Las acciones y protestas preguntando “dónde está Ana Mendieta” se han sucedido cada vez que se inauguraba una exposición dedicada a Andre, incluida la –excelente– organizada por el madrileño Reina Sofía en el Palacio de Velázquez en 2015.

Ana Mendieta nació en 1948 en La Habana, en el seno de una familia acomodada e intelectual favorable a la revolución encabezada por Fidel Castro. Sin embargo, su padre, creyente católico y crítico con el nuevo sistema, pronto cayó en desgracia ante el régimen comunista de la isla y fue por ello encarcelado. Ana y su hermana Raquelin fueron evacuadas al estado norteamericano de Iowa y allí internadas en una especie de orfanato religioso donde convivieron con chicas conflictivas y sufrieron todo tipo de experiencias traumáticas. Ambas se refugiaron en el arte para sobrellevar la dura realidad, aunque quien demostró más talento fue Ana, que llegaría a obtener una licenciatura y un máster en la Universidad de Iowa.

Uno de sus maestros allí fue el artista conceptual Hans Breder, con el que mantuvo una larga relación profesional y sentimental. Parece ser que fue él quien favoreció su apreciación por la obra de artistas como Marcel Duchamp o los accionistas vieneses, que ella hizo convivir con sus raíces cubanas y con las últimas tendencias teóricas del feminismo. Entre el land-art y el body-art, pero lejos de los artistas canónicos de ambas disciplinas (la mayoría hombres, al menos entonces), sus obras exponían su propio cuerpo, haciéndolo interactuar con los elementos de la naturaleza.

Breder se encargó de documentar la mayoría de sus acciones en una serie de filmes y fotos memorables. Es así como nos queda constancia de piezas como las Siluetas (desde 1975), en las que su cuerpo dejaba una huella en distintos tipos de suelos, o las performances de la serie Body tracks (1974), donde bañaba sus brazos en sangre para pintar con ellos sobre una pared. En Death of a chicken (1972) decapitaba una gallina en vivo para desangrarla frente a su pubis (no nos consta la opinión de los animalistas al respecto), aunque quizá su obra más impactante sea Rape scene (1973), donde aparecía, desnuda y cubierta de sangre, reproduciendo con gran crudeza la violación y asesinato real de Sarah-Ann Ottens, una compañera suya de la universidad de Iowa cuyo verdugo nunca fue encontrado. Ya reduciendo el nivel de efectismo, en Facial hair transplant adhería a su rostro los pelos de la barba de un amigo suyo para dirigir la atención del espectador hacia las cuestiones de género que tanto le preocupaban. A finales de los setenta se trasladó a Nueva York, donde siguió trabajando y conoció a Andre.

Carl Andre (Massachusetts, 1935) era ya un artista más que consolidado al que se le reconocía el estatus de figura prominente del minimalismo. Su obra, fría e intelectual pero alejada de todo mensaje político, parecía situarse en las antípodas de la combativo visceralidad del trabajo de Mendieta. Tal y como reza la máxima, los opuestos se atrajeron e iniciaron una compleja relación sentimental que en 1985 los llevaría a casarse en Roma, donde ella realizaba una estancia becada por la Academia Estadounidense en la ciudad. Según se ha dicho, ambos bebían bastante y las discusiones solían formar parte de su menú cotidiano. Pero muchos amigos del matrimonio han declarado también que consideran la hipótesis del suicidio como improbable, ya que en los tiempos cercanos a su muerte Mendieta se sentía feliz y confiada. Y lo cierto es que su valoración en la escena artística iba en aumento, mientras que existía sobre el minimalismo cierta consideración de “algo que ya fue”. Ahí podrían rastrearse, por cierto, algunos de los motivos de fricción en la pareja.

Así que sigue sin estar del todo claro qué ocurrió exactamente en las primeras horas de la mañana del día 8 de septiembre en aquel apartamento neoyorquino. La defensa de Andre centró su estrategia en destacar el supuesto carácter inestable de Mendieta, una estrategia que posiblemente habría resultado menos efectiva en el caso de referirse a un hombre anglosajón: asociar a una mujer latina con un cuadro de inestabilidad emocional y tendencias suicidas resultaba, al parecer, una tarea más sencilla. Más cuando esa mujer ha legado una obra plagada de ruido, furia y sangre: hubo en el juzgado incluso alusiones a la santería cubana, mientras se obviaba que en realidad el tratamiento de estos elementos por parte de Mendieta estaba tamizado por un filtro intelectual y político, y desde luego por cierta distancia irónica.

Resulta paradójico que fuera justamente esa imagen simplista de exotismo e irracionalidad, de Medea contemporánea, la misma contra la que Mendieta discurrió en su trabajo, utilizando estos tópicos para subvertirlos. Es decir, que de salvaje no tenía nada. Su lucidez también se pone de manifiesto en algunas de sus conversaciones privadas: “Carl piensa que nuestra relación es como la de Diego y Frida: ¿te puedes imaginar a alguien con un ego mayor?”, llegó a comentarle a una amiga.

Hoy, otras artistas de su generación o posteriores como Carolee Schneemann o las Guerrilla Girls siguen recordándola cuando tienen ocasión, y no hay que olvidar su influencia en autoras como Tracey Emin. Y, sobre todo, en una prueba más de lo eficaz que resulta el mercado a la hora de aprovechar en su beneficio los hechos luctuosos, la cotización de la obra de Mendieta ha aumentado desde su fallecimiento, hasta haberse adjudicado en subasta algunas de sus series por varios cientos de miles de dólares en los últimos años. Además, su trabajo está presente en los fondos de instituciones como el Guggenheim y el Metropolitan de Nueva York, el Centre Pompidou o la importante colección privada de Rosa de la Cruz en Miami. Por ello, la exposición que ahora organiza Nogueras Blanchard es un objeto de deseo para los coleccionistas internacionales que llegarán a Madrid durante los próximos días respondiendo a la llamada de ARCO, y también para el público general, que podrá admirar las películas y dibujos (muchos de ellos inéditos) seleccionados por Wilfredo Prieto.

Así que, si quieren saber dónde está Ana Mendieta, ya saben la respuesta: al menos hasta el mes de abril, no se moverá de Madrid.

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