Hay una frase que Elena Ochoa Foster repite. En realidad, una certeza sobre la que se sostiene el torbellino de actividad en el que siempre parece girar de una manera curiosamente ordenada: “La única constante es el movimiento”. Lo único que no cambia es que todo cambia. Y sí, ella ha sabido abrazar el cambio, impulsarlo, dirigirlo y manejarse en un carrera frenética. Una historia que comenzó en un instituto de Secundaria de Orense, siguió con una impresionante trayectoria como psicóloga clínica, pasó por el programa de televisión más disruptivo de los 90 y cambió en una cena donde conoció a Norman Foster, uno de los arquitectos más brillantes de nuestra época. Como ella misma cuenta, un outsider vestido de pana marrón en una mesa de aburridos trajes oscuros. Se casaron en 1996. Elena dio carpetazo a 20 años de vida académica y, entonces, el torbellino giró hacia la búsqueda de otra pasión. La encontró en el arte. Primero, en la edición de libros maravillosos. Libros con tiradas reducidísimas y precios que parecían de locos y que, casi 20 años después, se han convertido por sí mismos en obras de arte que se revalorizan y llegan a duplicar su valor.
Elena Ochoa Foster fundó Ivorypress, un proyecto que es mucho más que la galería y que, hace casi 25 años, se convirtió en el germen de su carrera: editora, galerista, mecenas, ojeadora de nuevos artistas. Una carrera que la lleva a viajar por el mundo pero en la que mantiene los lazos con España y con Madrid. A través de Ivorypress, a través de la Norman Foster Foundation, desayunando con su marido en un pequeño bar donde nadie les reconoce más que como la pareja un tanto excéntrica que conversa en inglés mientras toma pan con tomate o de la maravillosa casa de techos altos y tarima recuperada que mantiene en Chamberí y que es, en sí misma, una obra de arte que contiene obras de arte.
La única constante en mi vida es el cambio. No es solo el lema de mi familia. Es vivir con el riesgo que supone comenzar de cero”.
Mujerhoy ¿Ha cambiado con los años su concepto del éxito? ¿Y del fracaso?
Elena Foster Los éxitos y los fracasos son la sal y la pimienta del menú que nos sirve a diario la vida. Y, como la lluvia torrencial o el sol abrasador, se sienten con una gran intensidad y provocan emociones a veces insoportables. Pero uno aprende con el tiempo que vienen y se van, y vuelven a regresar… Son un péndulo vital, siempre en movimiento, dentro y fuera de nosotros. Pero no pienso que el modo de asumir el éxito y el fracaso tenga correlación directa con la edad. Intuyo que depende más de las expectativas personales, de las metas que uno quiere alcanzar, en casa o en el colegio, en la universidad y en el trabajo, con los amigos y las relaciones, y en el amor. Procesar el fracaso siempre es muy difícil y complicado… pero lo es también el éxito. Fracaso y éxito son caras diferentes de la misma moneda. Asumir el fracaso o el éxito con dignidad es el verdadero logro.
M.H. ¿Y del talento? ¿Le deslumbra lo mismo ahora que hace una década? Se lo pregunto porque a veces tengo la sensación de que lo peor de cumplir años es que cada vez resulta más difícil asombrarse.
E.F. Imagino que se refiere usted a mantener la curiosidad, a sentir la necesidad de descubrir constantemente el talento en las personas que tenemos el privilegio de conocer y aprender de ellas. O explorar la belleza sin fin del planeta que habitamos. O leer una novela y otra y otra, y que las historias nos enganchen hasta el final. O sentir la necesidad de leer poesía por la mañana temprano o una biografía que nos inspira. O escuchar de nuevo y muchas veces a Bach. Yo sigo, con los años, teniendo más y más hambre y sed; más y más curiosidad y asombro por la inmensidad que me depara el destino en todos sus frentes.
M.H. ¿Cuál fue la última vez que se quedó sin aliento?
E.F. Es probable que en numerosas ocasiones sienta ausencia de oxígeno a mi alrededor. Pero hay que seguir implacable hasta la última bocanada. Y reírse de uno mismo hasta no poder respirar más.
M.H. Puedo decir que me he cruzado con dos, quizá tres personas, con un talento excepcional. ¿Soy afortunada? ¿Le parecen pocas?
E.F. Quizá. El talento excepcional y la excelencia no abundan…
M.H. ¿De qué descubrimiento artístico está más orgullosa? ¿Y vital?
E.F. El último… Uhmmm… Probablemente Blanca Miró Skoudy, una artista catalana muy joven que expone sus dibujos en Ivorypress este mes de febrero. Como lo fue en su día Ai Weiwei, a quien casi nadie conocía fuera de China cuando decidimos exponerlo. También Olafur Elliason cuando lo trajo a casa Norman Rosenthal para explorar un posible proyecto que luego resultó un éxito monumental en la Turbine de la Tate Modern y catapultó su carrera… La lista es numerosa ahora que Ivorypress está a punto de cumplir 25 años con un trabajo non stop, intentando aupar a aquellos artistas que intuyo que tienen duende y su obra me hace reaccionar violentamente, me inquieta o me fascina… Pero si tuviera que dar una única respuesta a su pregunta le diría que lo más de lo más para mí es el reto constante por el descubrimiento y exploración de una nueva visión editorial centrada en libros de artista y, en concreto, en los libros producidos con artistas contemporáneos. Todos y cada uno de ellos han sido una aventura extraordinaria. Y lo seguirán siendo. El último, Document, creado por la artista israelí Michal Rovner, presentado en febrero en Madrid, no solo contiene ingredientes inéditos éticos y estéticos, artísticos e históricos que generan en el lector múltiples interpretaciones, sino que, sobre todo, es de una belleza total. ¿A qué más puedo aspirar como editora que a servir de instrumento para crear libros excepcionales, bien hechos, bien pensados, en su forma y en su fondo?
M.H. Nos ha pedido que esta sesión de fotos se realice en la sede de las Serpentine Galleries. Dígame, ¿por qué es una institución tan relevante?
E.F. Porque es una institución intrínsecamente innovadora, con un equipo pequeño, joven y flexible, que permite tomar decisiones y llevar a cabo acciones artísticas con una enorme rapidez. No hay burocracia de ningún tipo. Cuenta además con un consejo activo, global, con una implicación real y constante en el descubrimiento de talentos emergentes u olvidados. Todos trabajamos al unísono, pero con una independencia total, lo cual es fantástico, un alivio. La Serpentine, además, da voz a artistas jóvenes y no tan jóvenes, se arriesga constantemente, no consume celebridades… Y continúa siendo una plataforma poderosa e incesante, en la que pensadores y científicos, escritores, arquitectos y diseñadores, compositores y músicos, cineastas o activistas tienen la oportunidad de ser escuchados por audiencias muy diversas. La Serpentine es un hub de ideas, de estimulación, un referente mundial que cumple 50 años en este 2020. Cinco décadas de inspiración y descubrimientos artísticos, produciendo publicaciones y shows memorables. Es ya un referente sólido e independiente, que construimos juntos y en equipo cada día: con un director artístico excepcional, Hans Ulrich Obrist; una CEO con una gran experiencia, Bettina Korek; y una head of patrons, Antonia Grosse, que es extraordinaria y ha logrado atraer a decenas de patrones jóvenes, de entre 18 y 30 años, que son el aire fresco y la gasolina que empuja imparable a la Serpentine hacia el futuro. Qué le voy a decir, ¡es fascinante!
M.H. Supongo que está acostumbrada a que le pregunten por las varias vidas que parece haber vivido en los últimos 30 años. ¿Cuál ha sido realmente el gran cambio desde que dejó su profesión como psicóloga clínica?
E.F. La única constante es el cambio. No es solo el motto de mi familia, es un lema universal. Ejercer diferentes profesiones, vivir en distintos países, encontrarse con la diversidad, la intolerancia, la contradicción, la incertidumbre ante lo desconocido, con el riesgo y la realidad que supone comenzar de nuevo y desde cero; vivir con lecturas, paisajes, olores, sonidos, con estímulos desconocidos y en constante actividad… Es la gracia que nos hace ser quienes somos, ser quien soy.
Nuestras debilidades como país son la ausencia de tolerancia, la desconfianza hacia quienes no ven la realidad con los mismos prismáticos, la crítica divisoria…”.
M.H. La última vez que nos vimos fue en Ivorypress, su galería, escuchando un concierto de Joan Valent. Usted pasa mucho tiempo en España, tiene aquí la sede de su galería y la de la fundación de su marido, Norman Foster. ¿Qué le sigue gustando de este país? A menudo dice que los recuerdos de su infancia, ¿pero qué le interesa de este momento?
E.F. Amo mi país, aunque a veces me duela profundamente. Amo todas y cada una de sus esquinas y rincones, aunque, desafortunadamente, no tengo la oportunidad de vivir en España el tiempo que quisiera. Me sigue sorprendiendo su generosidad de espíritu, su optimismo perseverante en los momentos oscuros, su capacidad para seguir adelante aun teniendo a sus espaldas múltiples pasados negros y un presente duro y complicado…
M.H. ¿Cuál cree que es nuestra gran debilidad?
E.F. La ausencia de tolerancia en algunos sectores, la desconfianza sin sentido hacia aquellos que no observan la realidad con los mismos prismáticos, la crítica destructiva y divisoria… Pero como le decía antes, estas debilidades son de una minoría y se compensan con una mayoría que no ceja en el empeño de defender la convivencia pacífica y que ha movido y mueve las piezas del ajedrez político y del día a día con una inteligencia suprema.
M.H. Viaja por todo el mundo y tiene contacto con personas muy relevantes de muchos ámbitos. ¿Cómo se ve nuestro país desde fuera?
E.F. En este momento, con respeto.
M.H. Ha sido muy crítica con el Brexit, que ya es una realidad. ¿Cuál diría que va a ser la mayor consecuencia para Gran Bretaña y la Unión Europea?
E.F. Lo peor ya ha pasado , y no ocurrirá mucho más en los próximos años… El irse o quedarse en la Unión Europea se escribe ya en pasado histórico. Gran Bretaña ahora ya mira hacia adelante… con esperanza.
M.H. ¿Y qué diría él que es lo que más la define a usted? Para bien y para mal…
E.F. Nunca darme por vencida.
M.H. ¿Tiene la sensación de que tenemos más cosas en común con nuestros hijos que generaciones anteriores? ¿Que compartimos con ellos grandes tendencias sociales como la igualdad, la preocupación por el calentamiento global o la indignación por el Me Too?
E.F. Es una generación impaciente, inquieta, inconformista, crítica, con una preparación y unas oportunidades mucho más amplias y numerosas que la mía. Un cóctel formidable para construir un futuro mejor, un mundo más razonable y justo.
El cambio climático, los nacionalismos y las guerras cibernéticas son los fantasmas de la próxima generación”.
M.H. Se lo pregunto como psicóloga, ¿sigue siendo la familia lo mejor y lo peor de nuestras vidas?
E.F. Hay maneras diferentes de sentirse en familia, de construir y participar en una estructura familiar si uno no quiere estar abocado a la soledad extrema. Y en cualquiera que sea la familia a la que pertenezcamos o que construyamos por elección, es una certeza que en todas cuecen habas. Pero una cosa es que las habas se cuezan y otra que se quemen. Si se pierde la confianza, la preocupación por el otro, la ayuda en la necesidad y no se ejercita la comprensión en los momentos conflictivos… cualquier familia, del tipo que sea, se estrella en mil pedazos. Si se mata el amor, inmediatamente se abre la puerta a la destrucción y al resentimiento, a la agresión continua, explícita o sibilina. A la culpabilidad, que es la verdadera tortura. Y este círculo maligno, malvado, no tiene vuelta atrás. Así que cuidemos con atención, si vivimos en familia, para que las habas no se quemen…
M.H. Sus hijos se han educado de una forma poco convencional, en casa, acompañándoles en los viajes, estudiando con un tutor personal… ¿Se siente cerca de sus intereses?
E.F. Mis hijos han comenzado a volar solos hace ya tiempo. Cada uno ha trazado su plan de vuelo con sus deseos e intereses, y esta independencia y autonomía cuenta con mi admiración. Cuando observo en la lejanía sus vaivenes, sus tropiezos y sus logros, sufro y me inquieto. También me emociona. Han elegido volar sin red, y seguramente es lo mejor para ellos. Aunque sus intereses, por supuesto, los vivo y los viviré como propios. Siento, sin embargo, que soy vulnerable a todo lo que imagino que pueda ocurrirles ahora y siempre. Esta vulnerabilidad es un sello indestructible en el corazón que conlleva el ser madre.
M.H. ¿Cuál cree que será el gran logro de su generación? ¿Y sus grandes obstáculos?
E.F. No soy adivina y es irrelevante, cuando no de una arrogancia supina, el emitir un pronóstico que es per se impredecible. En términos generales, quizá estamos logrando un mayor elenco de oportunidades cualquiera que sea el nivel económico y social del ciudadano, un crecimiento exponencial en la igualdad de género, la educación en la tolerancia y concienciación social está implantándose más y más en los colegios. Todo esto producirá una sociedad más equitativa en la generación venidera. El cambio climático y los consecuentes desastres naturales, las guerras cibernéticas, los nacionalismos y el control táctico y estratégico por parte de los gobiernos de la privacidad del ciudadano son los fantasmas negros con los que la siguiente generación tendrá que enfrentarse.
M.H. ¿Cuál será su próximo y gran cambio? ¿Y su mayor aprendizaje?
E.F. No he tenido tiempo material para planteármelo. Cuando llegue la necesidad de un “gran cambio”, me prepararé para hacerle frente. Pero por el momento el horizonte aparece claro y sereno. Solo a la vista observo pequeños cambios, los esperados. ¿Aprender? El día que no aprenda, poco o mucho, llegaré a la noche con un aburrimiento fatídico… Y esa situación no es nada divertida.
En 2010 se estrenó ¿Cuánto pesa su edificio, señor Foster? Un documental que recorría la apabullante vida profesional de Norman Foster, pero que también nos dejaba entrever, con valentía y con humildad, muchos resquicios inesperados de su historia personal. Un viaje desde un barrio obrero de Manchester hasta la cumbre de la arquitectura. Norman Foster, el hombre que ha creado la imponente sede circular de Apple en Cupertino, el Ayuntamiento y la torre Swiss en Londres, el aeropuerto de Pekín, el Metro de Bilbao, la Torre Cepsa en Madrid o la de Collserola en Barcelona. Que ha sobrevivido a un cáncer, que se entrega con la misma disciplina al esquí de fondo que a la creación. Que en una cena pregunta, se interesa y apunta en un papelito algunas de las respuestas de su interlocutor con curiosidad y atención. Le pregunto a Elena qué rasgo del carácter de su marido cree que es el que más le define y la respuesta no me sorprende: “Saber escuchar”.
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