Cuando el fin de semana de Acción de Gracias de 1966 Howard Hughes se instaló en el hotel Desert Inn de Las Vegas, ya era uno de los hombres más ricos del mundo. A principios de siglo, su padre había patentado un sistema para excavar pozos de petróleo, y la multimillonaria fortuna que había heredado de él cuando tenía solo 18 años había seguido creciendo gracias a su buen ojo para los negocios en sectores como la aviación o el cine. Por eso, cuando semanas después de su llegada al Desert Inn el director del hotel le pidió que abandonara su ático para poder alojar a otros huéspedes que lo habían reservado por Nochevieja, le resultó bastante sencillo salirse con la suya. En lugar de marcharse, compró el hotel, del que no salió hasta pasados cuatro años.
No era la primera vez que Howard Hughes se recluía. A finales del 1947, se encerró en una salas de proyección que tenía en Hollywood para realizar una maratón de películas que duró hasta la primavera del año siguiente. Por entonces, Hughes estaba a punto de hacerse con el control de la mítica productora cinematográfica RKO, aunque con su fortuna ya había producido películas como Scarface o Los Ángeles del Infierno e incluso dirigido otras como El forajido, en cuyo rodaje ya quedó claro su personalidad obsesiva cuando, perturbado por una arruga de la blusa que lucía en una escena la actriz protagonista, diseñó un sujetador especial para que quedara completamente lisa. Tendido desnudo en una de las butacas de la sala de proyección, Hughes pasó cuatro meses alimentándose de chocolatinas y haciendo sus necesidades en recipientes.
Está claro que el cine le encantaba. En 1946, había sufrido un accidente de aviación y las películas le distraían de los dolores que le producían las secuelas de sus heridas. Por eso, cuando durante su encierro en Las Vegas se dio cuenta de que las cadenas de televisión de esta ciudad no emitían las 24 horas del día, decidió comprar uno de los canales. Ahora podía pasarlas las noches en vela viendo sus películas favoritas. O descolgar el teléfono y ordenar que repitieran alguna de sus escenas favoritas. “Volvías a tu habitación, ponías la tele a las dos de la madrugada y estaban poniendo la película Estación Polar Cebra. A las cinco, empezaba otra vez. Y así casi todas las noches. Hughes adoraba esa película”, cuenta el cantante Paul Anka en sus memorias.
Pero ni sus películas favoritas le distraían de la fobia a los gérmenes que de niño le había inculcado su madre. A veces, Hughes se lavaba las manos con tanto empeño que se hacía sangre, y durante su largoencierro en el Desert Inn solía impartir instrucciones al personal del hotel en cuanto al número de pañuelos que tenían que usar para llevarle a su suite los alimentos o cosas que pedía. También demandaba narcóticos, ya que durante su convalecencia en 1946 se había hecho adicto a la codeína. Su prolongado consumo fue dañándole el riñón hasta que en 1976, después de sucesivos encierros en otros hoteles de Nicaragua, Bahamas o Acapulco, Howard Hughes sufrió un fallo renal y murió.
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