En un mundo eminentemente masculino y con unas bases y funcionamiento bien establecidos en el tiempo, Cristina Yagüe y María Falcón resurgen como profesionales del vino a través de su proyecto Anónimas Wines. Una oda, a través de deliciosos ‘caldos’ procedentes de las Rías Baixas, a todas esas mujeres que durante tantos siglos han sido invisibilizadas pero sin cuyos trabajos o labores, muchos sectores y logros conseguidos estarían estancados. Brindemos por ellas. Brindemos por todas.
¿Cómo surgió crear este proyecto?
Cristina y yo estábamos ya metidas en el mundo del vino, exactamente desde los años 50 en el negocio y bodegas familiares. Es un sector muy masculino, llevado por los hombres y muy marcado… Lo ves claramente, pero al menos en Galicia tenemos la suerte de tener muchas mujeres en el sector y es una zona de matriarcado. Queríamos, entonces, llamar la atención de que, en general, las mujeres también estábamos aquí así que lo de Anónimas es un homenaje a todas aquellas que dejaron su huella social y laboral en diversos ámbitos, pero que no fueron reconocidas… Es algo reivindicativo. Y dentro de este sector lo mismo: la mujer como viticultora o como bodeguera, el caso de María en la de su familia… La cuestión es que siempre estamos en un segundo plano.
¿Cómo funcionáis?
Tenemos varias líneas: Atlánticos, que elaboramos en las Rías Baixas; ahora estamos con una serie top más pequeña, Anónimas Viticultoras en colaboración con otras mujeres de otras zonas como la Ribera Sacra o, por ejemplo, este año damos un paso más con un Godello en colaboración con otra enóloga. Y es que nuestra manera de ver la historia es que con la unión podemos sumar fuerzas y compartir experiencias. Alguien que tiene experiencia en una zona, terminaremos nutriéndonos mutuamente y dar como resultado algo. Hacer cosas nuevas continuamente. De hecho, cada añada va dedicada a una mujer anónima. Este año va a ser nuestra primera anónima y para ello tenemos el diccionario de 1800 mujeres gallegas como cabecera. Así que habrá de todo tipo. Y, aunque este año serán gallegas, en un futuro nos gustaría dedicárselo a una mujer distinta de cada zona donde vayamos a elaborar.
¿Cómo es, no sólo moverse en este mundo tan eminentemente masculino, sino además llevar a cabo este proyecto tan femenino?
Sobre todo los problemas nos viene en las viñas más que al presentar un vino determinado. Por ejemplo, podando o similar y, entonces, nuestros vecinos están controlando a ver si lo hacemos bien, con actitud condescendiente. Al alquilar viñas también es complicado (y es que nosotras queremos todo el control del proceso), lo hemos sufrido: se las han dado a otro señor sólo por ser hombre, por ejemplo.
Aparte de vuestro proyecto en general, las etiquetas de los vinos también son muy especiales y características...
Las elaboran diferentes mujeres, dos amigas diseñadoras fundamentalmente: una profesora de Bellas Artes de Pontevedra, Ana Seoane, y nuestro logo y el de Catro e Cadela (en la imagen), los hace una diseñadora gráfica. Por la amistad, lo han captado muy bien. Nuestro logo, por ejemplo, está resurgiendo. Y nuestra idea es trabajar siempre con mujeres.
¿Cómo veis el sector de vino en España? Siempre con fama de ‘antiguo’, ¿se está modernizando?
Se está modernizando un poco, ahora se está abriendo más. Las nuevas bodegas tenemos otro rollo más natural, más auténtico… y hay más receptividad a los vinos que hacemos las mujeres porque, además, en estos se nota que hay una figura femenina detrás: somos más intuitivas, escuchamos lo que el vino nos va diciendo. Nos vamos adaptando más. En nuestro caso, el hilo conductor es la frescura, pero siempre si vemos que hay buena percepción. Los mimamos, hay armonía, van bien presentados y la imagen, por supuesto, está cuidada, va en sintonía.
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