En el verano de 1990 una joven aristócrata alta y rubia, de tez bronceada y figura esbelta, le disputó el protagonismo del cuché a las reinas habituales del estío, de Isabel Preysler a Carmen Martínez Bordiú, pasando por la princesa Estefanía de Mónaco o Soraya, la emperatriz de los ojos tristes exiliada en Marbella. Isabel Sartorius (Madrid, 1965) , hija del marqués de Mariño, era la mujer del momento. Su rostro copaba las portadas de las revistas de sociedad y su nombre, los titulares de la prensa diaria. Licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad de Georgetown, Sartorius ocupó el corazón del futuro rey de España durante tres años. Un calificativo, el de novia del príncipe de Asturias, del que nunca se ha llegado a desprender. Y una etapa que dejó en el imaginario popular imágenes para el recuerdo.
El 1 de julio de ese año, Isabel acudió a la boda de su hermana Cecilia con el millonario argentino Federico Green en la localidad pacense de Peraleda de la Mata. Lució un vestido de gasa verde con lunares que haría historia. En su cabello, recogido en un moño, unas flores. Cuentan las crónicas de la época que la aristócrata fue ovacionada “por los curiosos que ase agolparon a la entrada del templo”, sito en una localidad de 1.500 habitantes donde su padre, Vicente Sartorius, fallecido en 2002, poseía la finca en la que secelebró el banquete, ante 200 invitados. Aunque había pasado un año desde que la fotografiaron por primera vez con don Felipe en Mallorca, en la cubierta de un yate, la hipotética reina de España se prodigaba poco en público.
Si en el Reino Unido tenían –y tienen– a las Sloane Rangers, las jóvenes de raigambre próximas a la familia real cuyo epítome sería la malograda Tara Palmer-Tomkinson, ahijada del príncipe Carlos de Inglaterra, en España fue Sartorius –con ayuda de Marta Chávarri– quien forjó el ideario estético de la alta sociedad de entonces. La novia del príncipe se convirtió, además de en la mujer más perseguida de España, en un referente de estilo incuestionable. Un estilo reproducido hasta la saciedad en las portadas de la prensa social. En una aparecía junto a la segunda mujer de su padre, la princesa Nora de Liechtenstein, con camisa blanca masculina y falda de volantes estampada. Otra, más explícita, la mostró en una foto épica: con un bañador de Mickey Mouse. Regia, en la boda del príncipe Alois de Liechtenstein y Sofia de Baviera en Vaduz, donde acudió con un sastre azul celeste, pamelón y un choker de perlas que provocó titulares entusiastas. En el enlace coincidió con don Felipe. “Isabel, la número 1 entre todas sus competidoras”, clamaba una conocida publicación. Por entonce se especulaba con la posibilidad de que Tatiana de Liechtenstein, sobrina de Nora, le disputase a Isabel el trono de España.
Un mes después de la aparición estelar de Isabel Sartorius en la iglesia de Peraleda de la Mata, ataviada con aquel vestido de gasa verde, la prensa anunció su ruptura con don Felipe. Desde entonces, no se ha dejado de especular sobre los motivos. Se dijo que la reina Sofía habría boicoteado el noviazgo, ya que desaprobaba que Isabel fuera hija de divorciados, y alarmada por las adicciones de su madre. Ella siempre ha negado este extremo, aunque admitió los problemas de Isabel Zorraquín con las drogas en su autobiografía, Por tí lo haría mil veces, publicada en 2009.
En 2001 se anunció la boda inminente de Isabel con Javier Soto, padre de su única hija, Mencía. La noticia no prosperó. La eterna novia del príncipe se embarcó en una sucesión de actividades empresariales –llegó a lanzar, en 2007, una firma de bolsos que contó con un apoyo de excepción, el de la reina Letizia, a quien le une una estrecha amistad– o estudió coaching. Se declaró en la ruina (2012), publicó, como hemos dicho, sus memorias, y ahora vuelve al epicentro mediático por su ruptura con César Alierta, expresidente de Telefónica, con quien mantenía una relación desde 2017, como ha adelantado Informalia. Pero eso es ya otra historia…
Artículo publicado originalmente el 4 de noviembre de 2017 y actualizado.
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