Doris Delevingne, Lady Castlerosse: la hija de un comerciante que consiguió casarse con un lord, ser amante de los Churchill (padre e hijo) y amasar una fortuna en regalos de aristócratas ingleses

Ella aseguraba que «no existían los hombres impotentes, sino mujeres poco hábiles». También que «es absurdo usar zapatos más de tres o cuatro veces» o que «el castillo de una inglesa es su cama». Doris Delevingne, después lady Castlerosse, era todo titulares. Después de la condesa de Kentucky, Mona Von Bismarck, traemos a nuestros #juevesseñorialesMH (no te los pierdas en nuestro instagram) a la tía abuela de Cara y Poppy Delevingne, una socialité de la jet set inglesa a principios del siglo XX, bautizada por las malas lenguas como la ‘cortesana de Mayfair’.

Jessie Doris Delevingne nació en 1900 en Beckenham, un pueblo pequeño (por aquel entonces), rural, muy cerca de Londres. Su madre era ama de casa y su padre, el que le dio ese apellido tan sonoro (ella aseguraba que venía de una familia noble belga), tenía una mercería. Mayfair, el exclusivo barrio londinense que sigue siendo uno de los más caros del mundo, parecía estar muy lejos de su alcance.

Durante la primera guerra mundial, una joven Doris sirvió como enfermera en un hospital de la RAF en Hampstead. Un experiencia que le cambió la vida: nunca más volvería a su pueblo. Sin cumplir los 20, se metió en el negocio de la venta de prendas de lujo de segunda mano a actrices. Allí conoció a una actriz de teatro, Gertrude Lawrence, amante de un alto oficial del ejército. Ambas se mudaron al mismo piso unidas por la ambición y el talento para conseguir sus sueños. Los de Lawrence, convertirse en «la intérprete más famosa de Londres». Los de Doris: «ser la esposa de un Lord».

Y a ello se puso. Lo intentó en un par de ocasiones con varios caballeros bien posicionados, pero ninguno cuajó. Entonces Doris localizó al candidato perfecto: Valentine Castlerrose. Castlerosse era columnista de sociedad, poco agraciado y sin fortuna. ¿Por qué Doris vio en este hombre un estupendo marido? Castlerosse era heredero de un condado en Irlanda, con castillo incluido, lo que significaba que tenía un título y un linaje. Justo lo que a ella le faltaba. Ella aportaba lo que le faltaba a él: dinero y un alto tren de vida.

La vida de lujo desmedido de Lady Castlerosse

Pero… ¿cómo se había convertido esta ex enfermera voluntaria de la primera guerra mundial en una mujer acomodada? Mientras buscaba candidatos para casarse, Doris desplegaba sus dotes de cortesana y vivía a todo tren gracias a los regalos de sus admiradores. Casas en Mayfair, paseos en Rolls Royce, medias llegadas de París que solo utilizaba un día, hasta 250 zapatos italianos que compró de una sola vez (y que, si nos fiamos de su propia célebre frase, le duraron poco más de año y medio)…

Convertida ya en Lady Castlerosse -se casaron en secreto en 1928, el novio no quería decirle a sus padres que su mujer era hija de un mercero-, la vida marital no supuso ningún cambio para Doris. Básicamente porque seguía con sus fiestas y sus conquistas como si nada hubiera cambiado. Por eso, ella y su marido nunca pudieron vivir juntos: las peleas entre ambos, con insultos y agresiones incluidas, eran constantes, y Doris solía despreciarle en público.

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Mientras, el hermano de Lady Castlerosse tampoco se quedó atrás en su afán de medrar socialmente, y se había conseguido casar con Angela Greenwood, hija del Vizconde de Greenwood (también en su caso para disgusto de los padres de ella). Angela sería la abuela de Cara y de Poppy, otra belleza de la época menos controvertida que su cuñada pero con la que le encantaba disfrutar de largas estancias en Venecia rodeada de su grupo de amigos: de Cecil Beaton a Charlie Chaplin, pasando por Clark Gable o el productor David O. Selznick, que le ofreció un papel en Lo que el viento se llevó que Angela tuvo que rechazar.

Ambas cuñadas llegaron a coincidir en varias ocasiones con el Príncipe de Gales, el heredero al trono por aquel entonces, Eduardo. Todo ello para disgusto del rey Jorge, que no aprobaba esas compañías. Doris llegó a convivir un tiempo con Randolph Churchill (su marido solía llamarla a casade éste) y, gracias a un documental producido por el Channel 4 de la televisión británica en 2018, sabemos que no fue el único Churchill que se enamoró de ella

Los veranos en Francia con Winston Churchill

Varios veranos a principios de los años 30 en el Sur de Francia fueron el marco perfecto para que el hombre considerado más recto y moral de Gran Bretaña demostrara que los ídolos no pueden vivir nunca a la altura de sus espectativas. Allí, el futuro primer ministro se encontraba con Doris Delevingne, a la que llegó a retratar hasta en tres ocasiones.

Después de esos veranos, seguían viéndose en Londres, en la casa que Doris tenía en Berkeley Square. «Cuando Winston venía a visitarla, al servicio le daban el día libre», recordaba su sobrina Caroline Delevingne que le contaba su madre, Angela.

Sin embargo, el estallido de la II Guerra Mundial acabó con el idilio,y también con el matrimonio de Doris (se divorció en 1938). Lady Castlerosse se había mudado a Italia, donde conoció a una millonaria neoyorquina, Margot Hoffman, una mujer casada con la que tuvo una relación y que se la llevó de vuelta a Nueva York. Este affair tampoco salió bien.

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Doris había caído en desgracia y la belleza juvenil que tanto valoraban sus admiradores había desaparecido. Tuvo que empeñar sus joyas para poder mantenerse. En 1942, durante un viaje oficial de Churchill a Washington, su antiguo amante se preocupó por ella y le animó a volver a Londres.

Los últimos y tristes días de Doris Delevingne

Allí la esperaba su ex marido, listo para ofrecerle un segundo matrimonio. Sin embargo, los -al parecer- estragos de la edad en su apariencia física le disuadieron, y acabó casándose con otra mujer.

Doris estaba preocupada por cómo iba a vivir ahora: una mujer de 40 años, divorciada, que había tenido una escandalosa relación lesbiana y que había ‘desertado’ de Gran Bretaña durante los peores años de la Guerra… Era una paria sin recursos, por eso telegrafió a Nueva York para preguntar cómo iba la venta de sus diamantes… Sin tener en cuenta, claro, que en tiempos de guerra el correo se intervenía y además estaba prohibido vender joyas, por lo que las autoridades le amenazaron con acabar en prisión.

Abatida por las circunstancias, sin esperanza de volver a empezar o de recuperar esa vida que las mejores piernas de Inglaterra y el ingenio más agudo y desacomplejado de su época le habían conseguido, Doris se suicidó con una sobredosis de pastillas en el hotel Dorchester. Solo tenía 42 años.

Si te quedas con ganas de explorar más a fondo a la Delevingne más salvaje, hay un par de libros -de momento en inglés- que seguro te van a regalar buenos ratos. El primero, una biografía escrita por Lyndsy Spence: The Mistress Of Mayfair: Men, Money & The Marriage of Doris Delevingne. También recomendamos el ensayo de Judith Mackrell que explora su vida y la de otras dos grandes socialités contemporáneas a las que unió la fascinación por el inacabado Palazzo Venier: The Unfinished Palazzo: Life, Love and Art in Venice: The Stories of Luisa Casati, Doris Castlerosse and Peggy Guggenheim.

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