El retrato de Beatriz Rico del lado humano de Ana Obregón en el peor momento de su vida

Son amigas desde hace mucho tiempo. Les unió el trabajo, pero Beatriz Rico y Ana Obregón trabaron una relación que llevó a que la primera, incluso, llegara a celebrar las fiestas navideñas en casa de la segunda. El cariño es profundo, y así lo ha demostrado Beatriz, tras esperar el tiempo prudencial de una semana, en un bonito hilo en el que realiza, con palabras, un retrato para que entendamos cómo es el lado humano de una mujer hoy destrozada por la muerte de su único hijo.

«Ya ha pasado una semana, y ahora me siento con ganas y fuerzas para contaros quién es Ana Obregón. Me faltarían cuentas en Twitter, así que voy a dar unas pinceladas, las suficientes para que sepáis quién es Ana. En mi web le dedico una frase: ‘Amiga, eres todo un misterio'», así comienza Rico ese pequeño homenaje a una mujer muy querida por méritos propios de lo que ha hecho en su vida.

«La conocí en ‘A las 11 en casa’ y pronto me di cuenta de que Ana estaba siempre de buen humor. La vi rodar con lesiones, dolores fuertes, incluso un día vino con fiebre muy alta y jamás se quejó ni puso mala cara. Ana era un cascabel, por donde pasaba el cachondeo estaba asegurado. Y si la estaban maquillando y llegabas tú porque tenías una escena antes que la suya, se levantaba para que te sentaras y te maquillaran a ti sin que nadie le dijera nada», explica cómo fueron los comienzos de una relación que dura aún, más de 20 años después.

Ana nunca necesitó alimentar ego con chorradas»

Beatriz pone en valor que Ana no es una ‘estrella’ más en el universo de la interpretación nacional: «Esto puede parecer una chorrada, pero en nuestro mundo en el que hay ‘muy famosos’ que hacen cosas de ‘muy famosos’, no es habitual que hagan cosas normales que denotan compañerismo. Ana nunca necesitó alimentar ego con chorradas de ese tipo.

«Pasó el tiempo y, como somos casi vecinas, compartimos gimnasio, así que nos manteníamos al día una de la otra. Y en el gimnasio Ana seguía siendo ese cascabel, siempre risas y buen rollo con todo el mundo. A veces me mosqueaba tanta alegría, sobre todo cuando yo tenía un mal día y ladraba a tutiplén. Recuerdo una noche navideña en su casa, hizo una fiesta», desempolva de su memoria esos momentos del pasado, y continuando: «Si según los budistas el observar sin juzgar es la máxima expresión de la inteligencia, Ana demostró ser Buda, algo que le agradecí siempre (los motivos no vienen a cuento)».

Aún les quedaban más proyectos en los que juntarse: «A continuación llegó ‘Ellas y el sexo débil’: era SU serie. Escrita por ella y en la que se había volcado poniendo una ilusión que arrasaba con todo. María Barranco, Isabel Gaudí y Teté Delgado completaban el grupo de mosqueteras». Beatriz valora que, a pesar de ser SU serie, su actitud no vario un ápice, lo que describe muy bien a la Obregón: «Ana seguía siendo la misma que conocí años atrás: una niña de ojos llenos de chispitas y enormes ganas de divertirse en el cuerpo de una mujer. Se preocupaba por todo: ‘¿Han comido los técnicos el bocata? Igual hay que cortar’, ‘¿estáis cansados?, ¿paramos?’. Por eso la gente la quería tanto. Y porque nos hacía reír, mucho. A día de hoy, me sigo preguntando cómo es posible no haberla visto nunca quejarse ni poner una mala cara».

«Y llegó el cataclismo: la serie fue un desastre de audiencia y nos comunicaron que se cortaba el rodaje en el capítulo 8. Yo, como buena pisciana con tendencia al drama, llegué a plató acongojada y pensando cómo estaría Ana de destrozada. Era SU serie, la que tantos años le costó sacar adelante. Llegué en plan Lady McBeth, y me la encontré con el buen humor de siempre. Era ella la que estaba levantando ánimos a la gente!Cara sonrojada. Cuando me vio (yo estaba casi llorando), me dijo: ‘¿Tú estás bien? ¿Tu familia está bien? Entonces, todo está bien'», eso es Ana Obregón.

El perdón espontáneo

«Seguía riendo y haciendo bromas para mantener el ánimo en el equipo. Ahí recuerdo que me di cuenta de que esa mujer, tan delgadita ella, era un tanque. Pero un tanque de los irreductibles. En ese cuerpo pequeño cabían una fuerza, una inteligencia, un tesón y una bondad que parecían imposibles de concebir en una sola persona», sigue con esa descripción antes de hacer una parada para que entendamos que Ana, no entiende lo que es el rencor.

«Ella se portó muy bien conmigo. Yo no puedo decir lo mismo, y me avergüenzo por ello. Por razones que no vienen al caso, un día me porté fatal. Fui injusta con ella y le dije algo muy feo que no se merecía y de lo que me arrepentí enseguida. Le hice pagar en ese momento por mis problemas. Maldito genio el mío. Sentí tanta vergüenza de lo que hice, que no le pedí perdón a tiempo. Cuando pasó el tiempo y por fin dejé la cobardía de lado le dije: ‘Perdóname’. Ella me contestó: ‘¡Anda, mujer! Si ya ni me acordaba… todos tenemos malos momentos’. Y volvió a ser la amiga de siempre. Sin reproches, sin rencores. Esa es Ana», explica ese capítulo al que ella restó importancia.

Esa es Ana, y también la que quiso detenerse a agradecer a los medios el trato recibido durante estos dos años de calvario junto a su hijo: «¿Habéis visto la foto de la semana pasada en la que baja la ventanilla del coche para dar las gracias a los fotógrafos con una sonrisa llena de dolor después de llegar de Barcelona y de lo que había sucedido? En esa sonrisa dolorida se condensa la esencia de Ana. Esa es ella».

Por todo esto nunca nadie habla mal de ella»

«Por todo esto nunca nadie habla mal de ella. ¡Qué vamos a decir, si los que la conocemos solo tenemos motivos para darle las gracias! En esta semana he pensado tanto en ella y he rezado tanto por ella que necesitaba contaros todo lo que mi cabeza ha ‘macerado’. He visto cómo la gente siempre quiere estar con ella, porque todos nos sentimos mejor cuando Ana está cerca. Mejora nuestras vidas. Creo que a eso se le llama ‘tener ángel’. Y ella lo tiene. Y ahora, más que nunca«.

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