La amistad entre Fernando Falcó y el rey Juan Carlos, una larga historia que comenzó en el colegio de Las Jarillas

El marqués de Cubas, Fernando Falcó, fallecido hoy a los 81 años, conoció al rey Juan Carlos en 1948. Por entonces, ninguno de los dos tenía aún ese título. Juan Carlos era aún Juanito, un niño de 10 años recién llegado a España desde el exilio portugués. Su padre, don Juan, conde de Barcelona en vez de rey, había aceptado mandar al príncipe a formarse en la España de Franco. En noviembre de 1948, Juanito llegaría a Madrid, y de allí se desplazaría a una finca cercana, lindando con Colmenar Viejo, propiedad del marqués de Urquijo: Las Jarillas.

En esa finca, de caza y recreo, convertida apresuradamente en internado y colegio, el mismo conde de Barcelona había seleccionado a un grupo de ocho chavales que arropasen al príncipe en su adaptación a la España de la posguerra. Estarían lo mejor de la alta burguesía y de la aristocracia. Entre estos últimos se contaba Fernando Falcó.

Ser parte de las élites les salvaba de una de las realidades de España: en Las Jarillas, donde estarían un año, comían de cuchara y espaguetis. Lejos de los lujos, pero sin pasar hambre. Y desarrollando una relación de amistad que se prolongaría durante décadas. Falcó y Juan Carlos se hicieron amigos, ajenos a los rangos, y el marqués recordaba en una entrevista hace cinco años que "yo no le hacía ni le hago la pelota" al rey emérito.

Tras Las Jarillas vendría el regreso a Estoril –Juan Carlos dependía del vaivén de las relaciones de Don Juan con Franco– y, tras un año, otra vuelta a España: a Miramar, el palacio donostiarra que durante cinco años, de 1950 a 1954, se convertiría en un fortín para el rey y sus compañeros, trasladados de Madrid al norte de España. Miramar era propiedad de don Juan, que encargó la rehabilitación de un ala entera para cumplir las funciones de colegio e internado. Un puñado de habitaciones casi espartanas donde la educación del futuro rey y de un puñado de nobles daba paso a un puñado de niños que se convertían en hombres. A Miramar entraron chavales y salieron adolescentes, aunque el caracter "simpatiquísimo" del rey, antesala de su campechanía, no cambió en esos años, como han recordado siempre los ocho de Las Jarillas.

Tanto que, cuando no estaba en Miramar, Juan Carlos se quedaba en Madrid en el palacio de los Falcó, el desaparecido Palacio de Indo en la Castellana madrileña. Allí prepararía el siguiente paso en su educación. Allí mismo sería proclamado príncipe en 1957. Y en esos años, Fernando Falcó y el futuro rey se escapaban juntos, "a ligar". Uno de los recuerdos más repetidos del marqués en distintas entrevistas: los dos aprovechaban los despistes de Carlos Martínez Campos, preceptor del rey, para lanzarse a las aventuras que no vivieron de críos. Llegando incluso a escaparse a la Costa Azul en una ocasión.

Aunque, como recordaba en una entrevista en El Mundo, la balanza caía del lado del rey: "un rubio, alto y de ojos azules lo tiene más fácil", aunque el éxito del Borbón nunca causaría problemas en esa amistad. basada también en el buen comer y beber. El marqués de Cubas y el rey compartían aventuras y manteles, y los Falcó organizarían durante años catas y comidas para el futuro rey de España. Fernando Falcó, más reservado y menos mediático que su hermano Carlos, seguiría compartiendo cacerías y almuerzos con su amigo de la infancia durante muchos años, con Juan Carlos ya convertido en un rey al que el marqués valoraba como "indispensable para España".

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