El 13 de abril de 2012 el rey Juan Carlos I se rompió la cadera tras tropezar durante una cacería en Botsuana e inició el camino de perdición que conduciría a su abdicación dos años más tarde. Pero si hay una cacería a la que el anterior monarca posiblemente desearía no haber asistido nunca, esa fue la que tuvo lugar a principios de 2004 en La Garganta, una finca de Ciudad Real: fue allí donde don Juan Carlos conoció a la que con los años se convertiría en su némesis: Corinna zu Sayn-Wittgenstein.
Así lo contaba la periodista Ana Romero en el libro Final de partida. Tal y como explica Romero en este libro, en aquella época Corinna era la directora gerente de la agencia británica de caza Boss & Co Sporting Agency y se dedicaba a organizar cacerías para la jet set como la que celebró aquel día el propietario de la finca, Gerald Cavendish Grosvenor, duque de Westminster. Don Juan Carlos fue uno de los asistentes y, según cita Romero a otro de los presentes, se quedó prendado de Corinna, que por entonces tenía 39 años y ostentaba el título de princesa que había ganado al casarse con el aristócrata alemán Casimir zu Sayn-Wittgenstein-Sayn. El momento ha vuelto a la actualidad esta semana también con el podcast XRey y su noveno episodio, que narra el encuentro.
Considerada uno de los mayores latifundios de España con cerca de 15.000 hectáreas de terreno, La Garganta ha sido escenario de otros escándalos reales como el que en 2014 salpicó al duque de Cambridge, amigo de Grosvenor: apenas un día antes de participar en una conferencia sobre la protección de la vida salvaje y la prohibición de la caza furtiva, el príncipe Guillermo pasó un fin de semana cazando en la finca con su hermano Harry, actitud que medios como The Guardian tacharon de hipócrita y que aún hoy se les afea a los hermanos cuando abanderan la causa ecologista.
Aquel fue, sin embargo, un problema menor si lo comparamos con los que acarrearía para la monarquía española la relación de don Juan Carlos y Corinna que se fraguó aquel día de 2004 en La Garganta.
No deja de ser curioso que la vida del anfitrión de Corinna y don Juan Carlos también quedara marcada fatalmente por el dinero y las amistades peligrosas. Nacido en Irlanda del Norte en 1951, el ya fallecido Gerald Grosvenor llegó al mundo siendo el sobrino del cuarto duque de Westminster, y tal vez podría haber cumplido su sueño de ser delantero centro del Fulham Football Club de no haber sido porque en 1967 su tío murió sin descendencia. Doce años más tarde, fallecía su padre, sucesor del anterior al frente del ducado, y de esa manera Gerald Grosvenor se convirtió con solo 27 años en el sexto duque de Westminster y en el hombre más rico de Reino Unido. Una lotería que, sin embargo, él veía como una maldición: según confesó el duque en el año 2000, la presión de hacerse cargo de los negocios familiares y sus numerosas apariciones públicas le provocaron una depresión y varios ataques de nervios. También solía decir que hubiera preferido no nacer rico, y que su vida hubiera sido más fácil si hubiera vendido sus propiedades para irse a vivir tan ricamente a las Bahamas.
Pero estaba atado a su título, otorgado por la reina Victoria en 1874, y a la responsabilidad que acarreaba este. Como se suele decir,“nobleza obliga”, y ahí hubiese estado si no la propia reina Isabel II para recordárselo: su esposa, Natalia Grosvenor, está emparentada lejanamente con la monarca y es una de las madrinas del príncipe Guillermo, unos vínculos con la familia real británica que quedaron reforzados cuando en 1981 la princesa Diana se convirtió a su vez en la madrina de una de las hijas de Grosvenor, lady Edwina, o cuando en 2013 su hijo y heredero, Hugh Grosvenor, hizo lo propio como padrino de bautismo del príncipe George, el primer hijo de los duques de Cambridge.
Estar a la altura de su fortuna y su título no fue la única presión que soportó el duque de Westminster. A partir de 2007, sus episodios depresivos se agravaron cuando la prensa británica empezó a informar de una supuestas visitas a locales de mala reputación, que él negó.
A Gerald Grosvenor le apenaba pensar lo decepcionada que estaría con él la reina Isabel II y se pasó los últimos años de su vida lamentándo lo mal duque que creía que había sido.
Finalmente, en agosto de 2016, el duque de Westminster murió de un ataque al corazón a los 64 años. Su título y su inmensa fortuna pasó entonces a las manos de su único hijo varón, Hugh Grosvenor, actualmente la persona menor de 30 años más rica del mundo. A través del grupo Grosvenor, el joven duque es uno de los mayores terratenientes del país, con propiedades en los barrios más exclusivos de Londres como Mayfair y Belgravia, o, sin ir más lejos, en Ciudad Real. Si el príncipe George sale tan aficionado a la caza como los demás Windsor, tal vez su padrino le invite algún día a La Garganta. Entonces le hablará de aquella cacería que hizo que la Corona de España se tambaleara.
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