“No conocía a nadie tan fracasado como yo”, asegura la escritora al recordar su situación hace tres décadas. Y eso cuando era joven lo que más pánico le producía era fracasar. Pero en ese trance aprendió algo importante: “es imposible vivir sin fracasar”.
Eso era lo que a ella le pasaba en ese momento. Sin paliativos. Tras un tormentoso y breve matrimonio en Oporto volvió a Escocia donde criaba a su hija de cuatro meses gracias a la beneficencia. Su madre acababa de morir de esclerosis múltiple. J.K. Rowling, hablando en plata, estaba para el arrastre, pero no se rindió.
Tenía una idea para una novela y quería escribirla, pero su hija no paraba de llorar. Lo único que la adormilaba era el traqueteo del carrito. Así que Rowling la llevaba hasta el pub más cercano y en el trayecto se dormía. Entonces desenfundaba su máquina de escribir portátil y se sumergía en el mundo de Harry Potter. Y para hacer catarsis de la depresión, creó los Dementores, esos monstruos que se hacen fuertes con nuestros miedos.
“El fracaso implicó deshacerse de todo lo innecesario. Dejé de fingir ante mí misma ser algo que no era y comencé a dedicar mis energías al único trabajo que me importaba”, aseguró años después.
Pero ni así le fue fácil. En 1995, acabó su primer libro que fue rechazado por 12 editoriales. Sólo una pequeña editorial se interesó con una condición, que no apareciera su nombre real, Joanne, porque opinaban que un libro de fantasía escrito por una mujer no atraería al público. Aceptó porque no tenía otro remedio. Y se produjo el milagro: la historia de Hogwarts cautivó al mundo y el fracaso se convirtió en el ladrillo que sostenía el éxito.
Y no fue un éxito cualquiera: la serie sobre Harry Potter es la más vendida de la historia, con más de 500 millones de ejemplares. Y, por supuesto, las siete películas la han ido a la zaga, con una recaudación de 7.700 millones, que la convierte en la segunda franquicia más rentable del cine, sólo por detrás de Marvel.
Pero Rowlling no olvidó que todo ello nació de un fracaso. No quiso borrar ese tiempo y reinventarse como una triunfadora. La escritora ha hablado en muchas ocasiones en todo lo que aprendió de aquel fracaso y ha animado a sus seguidores a no tenerle miedo y sobre todo a no sentir vergüenza por ello.
Además tampoco se olvida de los que, como ella en el pasado, han quedado al margen de la sociedad. Es una filántropa que cada años se implica en un sinfín de causas para ayudar a los demás a convertir sus fracasos en éxitos.
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