España jamás fue un país ajeno a las correrías de los famosos de la jet set internacional, gracias sobre todo al boom de Marbella y Baleares a partir de los años 80. Sin embargo, pocos aristócratas europeos llegaron a entablar una relación real de familiaridad con el gran público y uno de ellos fue el el barón Thyssen, casado conCarmen Cervera, miss, ‘socialite’ y viuda, en 1985. Ambos llegaron al matrimonio con su particular mochila sentimental, muy conocida en el caso de ella (se casó con Lex Baker, tuvo un hijo con Manolo Segura y se enredó en un romance turbio con el ‘playboy’ Espartaco Santoni). ¿Qué sabemos del historial amoroso de él? Pues que es apasionante. Sobre todo por su segundo matrimonio, un flechazo con la baronesa más incorrecta que pudo encontrar. Su nombre: Nina Dyer.
Nina Dyer (Sri Lanka, 1930), modelo de bañadores venida a más (modeló para Balmain), logró casarse con dos de los hombres más ricos de la época: el barón Thyssen y el príncipe Sadruddin Aga Khan. Fue, consecutivamente, baronesa y princesa, una Wallis Simpson versión oriental, ya que Sadruddin Aga Khan tuvo que renunciar al trono para casarse con Dyer que, aunque se convirtió al Islam, estaba divorciada. En la época la llamaban, claro, cazafortunas, intrigante, maquinadora. «Nada más lejos de la realidad», se defendía ella. «La suerte se me presenta sin que yo haga nada. Me ha sucedido así durante la mayor parte de mi vida adulta». Lo que Nina llama suerte era, claro, una belleza impresionante acompañada por un ‘sex appeal’ que arrasaba por donde pasaba.
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Hija del dueño de una plantación de té y su esposa india, Nina emigró en cuanto pudo a Liverpool para estudiar interpretación. El paso a la moda fue inevitable: era un bellezón que triunfó como maniquí de baño y, tras mudarse a París, como favorita de Pierre Balmain. Aunque en principio su exotismo no gustó en los exquisitos salones de la alta moda, pudo hacerse un hueco como enigmática heredera de las colonias, una mujer fascinante no solo por su físico, sino por su personalidad chispeante y sus extravagancias infinitas. Nina no era muy amiga de convencionalismos ni etiquetas, cosa que atrajo a hombres que también gustaban de romper los códigos sociales de la época, como Nicolás Franco, hermano del dictador.
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Habitual en el circuito de fiestas y yates en la Riviera a principios de los años 50, era cuestión de tiempo que Nina Dyer llamara la atención de alguno de los aristócratas y millonarios que atracaban en la Costa Azul. El primero fue Nicolás Franco, personaje ajeno a las consignas morales que regían en la España de la época. En la contraportada de la revista italiana ‘L’Europeo’ aparecieron unas fotos en las que se podía ver a Nicolás en bañador comiéndose con los ojos a una radiante Nina ataviada con un sugerente bikini. El pie de foto decía así: «Para Franco número 2, la vida comienza a los 50 años. El hermano del defensor de la cristiandad no parece ser el defensor de la castidad».
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Poco después, en 1953, Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza entró en la vida de Nina Dyer. A sus 32 años se volvió literalmente loco por ella: la llenó de joyas y le regaló uno de los cuatro abrigos de chinchilla que existían en el mundo en aquel momento, además de dos coches deportivos y dos panteras que la seguían a todas partes, suites de hotel incluidas. Por san Valentín, Heini llegó a poner a su nombre la isla jamaicana de Pellew, donde Nina nadaba desnuda para escándalo internacional. «Sé que se dijo de ella; cuando supo que yo era el multimillonario barón Thyssen, que decidió, sin más, seducirme», escribió en sus memorias el barón Thyssen. «En aquel momento me habría dado lo mismo. Hacer el amor con ella era maravilloso«.
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El barón Thyssen se separó de su primera mujer, Teresa de Lippe, y sus dos hijos para casarse con Nina Dyer en 1954, pero el matrimonio solo duró meses. Heini descubrió que ella mantenía una relación paralela con un actor francés guapísimo pero más pobre que una rata (Christian Marquand) y lo despachó de un puñetazo en un club nocturno parisino. Pese a la infidelidad, él se resistió al divorcio: solo tomó la determinación cuando Nina le propuso «una unión de tres». El barón comentó en sus memorias que, cuando le presentó los papeles del divorcio, Nina reaccionó yéndose de compras. Se gastó 2,4 millones de francos en la boutique de Balenciaga.»Los días siguientes se gastó cuatro millones más en diversas boutiques. Fue precisamente Hubert de Givenchy quien me alertó de lo que estaba sucediendo. Por otra parte, había adquirido joyas por valor de un millón de dólares. Decididamente, mi paciencia se agotó».
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El acuerdo final convirtió a Nina en millonaria: se llevó las panteras, 2,8 millones de dólares de la época, un castillo a las afueras de París, un cuadro del Greco y 400.000 dólares en joyas. Al año ya había conocido a Sadruddin Aga Khan, hijo de madre francesa y de Mahommed Shah Aga Khan III, de origen persa y criado en la religión y tradición islámicas. Por ello, cuando en 1957 el príncipe quiso hacer de Nina una princesa, esta tuvo que convertirse a su religión. Lo hizo con el nombre de ‘Shirin’, que significa dulzura. Él, por su parte, tuvo que renunciar a la sucesión, ya que de lo contrario no podría casarse con una mujer divorciada. El título de Aga Khan IV pasó a su sobrino Karim al-Hussayni, quien lo ostenta en la actualidad.
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La relación tampoco prosperó. El príncipe era un ‘playboy’ y, pese a los regalos (una Jaguar deportivo, un fabuloso collar de perlas negras, joyas Cartier homenaje a sus panteras…), la pareja se divorció en 1962, una operación que le permitió ingresar un millón y medio de dólares más. Con 32 años, Nina Dyer era multimillonaria, pero profundamente infeliz. No pudo rehacer su vida sentimental ni profesional y se refugió en su isla jamaicana y su piso de París, desde donde seguía hablando por teléfono con Heini. Lo hizo la noche antes de su muerte, el 3 de julio de 1965. Nina se suicidó tomándose una sobredosis de pastillas para dormir.
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