“No es fácil ser una princesa”. Este es el bordado de un cojín que aparece en la cama de la princesa Margarita en una escena de la tercera y portentosa temporada de The Crown que se estrena este domingo. En esta frase se concentra la profundidad de la serie, una ficción basada en los conflictos de una familia conocida por todos: la familia real inglesa.
La princesa Margarita, encarnada por Helena Bonham Carter, es uno de los personajes más jugosos de una serie llena de ellos. El duque de Edimburgo (Tobias Menzies) comparte con su esposa, la reina Isabel II (Olivia Colman) la teoría de una amigo. Dice que “siempre ha habido los Windsor deslumbrantes y los aburridos”. Ella, cada vez más lúcida como reina y más sólida como mujer, sabe que es la aburrida y su hermana la deslumbrante. Las dos lo saben. Todo el mundo lo sabe. El vestuario de la serie, un trabajo colosal de Amy Roberts, se encarga de recordarnos esto. Esta diseñadora septuagenaria, una veterana de la televisión, toma el relevo de Jane Petri, que fue la responsable de las anteriores temporadas. Roberts vestirá The Crown esta temporada y la siguiente.
El vestuario, en estos nuevos episodios, sigue jugando con los contrastes entre las hermanas. Si la reina no se separa de su collar de perlas de tres vueltas, Margarita duerme con un brazalete de diamantes, se cambia de joyas cada día y desafía esa norma que reza que o collar o pendiente o brazalete; ella lo lleva todo. Si la reina viste camisa, cardigan y falda tableada para estar en casa, en Buckingham, su hermana elige un kimono, si una calza zapatos de tacón sensato, la otra camina sobre salones de 10 centímetros estampados. Margarita viste como la reina no puede, y no sabemos si quiere, ser. Son dos caras de una moneda. Por cierto, la temporada comienza con una reflexión sobre el paso del tiempo a partir del retrato de la reina en una moneda. Ni las reinas ni su familia se libran de él.
La princesa Margarita es la presencia más chispeante de la serie. A ella le dedica Peter Morgan, su creador, productor ejecutivo y escritor,el capítulo dos, “Margaretology/Margaritamanía”. Esta mujer fue la gran estrella del rock de la monarquía de su tiempo. Era una belleza que vivía con intensidad sin los sacrificios de su hermana y con las ventajas de ser una Windsor. Esta temporada se centra en los años 1964-1977: esa no fue la década más feliz para la princesa. Su matrimonio con Lord Snowdon hacía aguas y ella se sentía inútil sin obligaciones. Morgan le escribe las siguientes palabras "No tener un papel, no tener nada que hacer, te destroza el alma”.
En las temporadas anteriores era una mujer joven y rebelde que se comía Londres. En el libro Ma’am Darling de Craig Brown, se relata la rutina diaria de la princesa, que implicaba un desayuno en la cama, seguido de dos horas escuchando la radio, leyendo periódicos y fumando. Tras ese tiempo, se daba un baño, maquillaba, peinaba y se vestía siempre con ropas limpias que no se habían puesto ni una sola vez antes. Tras ese protocolo, se presentaba al mundo con un cocktail de vodka en la mano.
Por la Margarita que vemos en estos episodios ha pasado el tiempo y está llena de conflictos. Vive a la sombra de su hermana, no tiene poder y ha perdido brillo. Se despierta despeinada, malhumorada y fumando. La diseñadora de vestuario ha pensado para ella una paleta apagada, de colores berenjena, verde oliva y azul petróleo. Roberts ha declarado que la ha vestido con esos colores para crear la armadura de una mujer magullada emocionalmente. El buen vestuario siempre está mandando mensajes callados.
Amy Roberts ha diseñado 525 trajes para esta temporada. Todos los vestidos de la familia real, de hombres y mujeres han sido diseñados y cosidos desde cero. El departamento de vestuario ha vestido a 8.000 personas. Todo en The Crown es más grande que la vida, empezando por sus protagonistas y el presupuesto, que según publicó The Guardian supera los 50 millones de libras por temporada. La diseñadora de vestuario lanza guiños a la moda de su tiempo de manera sutil. Lo hace a través de las siluetas, sin llegar al extremo de la minifalda que esos años Mary Quant colocó en la calle. Recurre a los colores del momento, a cortes y detalles como solapas, cuellos, botones, peinados y pestañas postizas.
La reina Isabel ni viste, ni se peina ni se maquilla a la moda ni debe hacerlo. Su maquillaje y peinados son impermeables a las modas pero se permite alguna pequeña concesión: un cuello, un tejido…Es Margarita la que, dentro de los límites que marca su título, se atreve con las tendencias. La princesa sabía qué se llevaba en la calle , aunque apenas la pisara. Ella usaba chaquetones de leopardo, pieles, muchas y en distintos formatos, casquetes de pluma, bolsos de animales exóticos, colores vibrantes y contrastados, estampados de noche y kimonos. La Margarita en caftán en el Mustique de 1970 es, quizás, su mejor retrato: la princesa hedonista y bronceada alejada de Bukingham pero viviendo gracias a Buckingham.
The Crown no es un documental. En la serie Morgan ha querido rellenar los huecos que quedan entre los momentos históricos contrastados con la intimidad de una familia.La ropa que se ve en la serie no necesita ser fiel a la realidad. Sí lo son más los vestidos y trajes que están documentados, como el traje naranja oscuro con remates de piel que llevó la Reina durante la visita a Aberfan, uno de los episodios más emocionantes de la temporada. También son recreaciones los trajes de la investidura del príncipe Carlos, una fantasía de colores (esos locos 60) dentro de un entorno extremadamente solemne. Hasta el casquete amarillo limón de la Reina, inspirado en la época Tudor, sigue pareciendo hoy una excentricidad. Si hay algo que los ingleses hacen bien es no dar importancia a lo extravagante. Uno de los vestidos más memorables de esta temporada es el que llevó la princesa Margarita en el episodio dedicado a ella, durante la cena con el presidente Wilson. Es largo, con flores color coral y blanco.
La mujer que inspiró el llamado “Margaret Look” en los 50 es una mujer cansada en los 60 y a la que le rompe el alma no tener nada relevante que hacer. En The Crown vemos que, aún triste, pertenece al ala deslumbrante de los Windsor. Y que nadie llevó como ella los casquetes de flores y plumas.
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