Una ‘casa de TikTok’, como se denomina la cuenta The7Angels en la red social y que aglutina a varias influencers haciendo vídeos juntas, subió hace unos días un clip en el que aparecían todas cantando un rap, divinas, en un jet privado. Este perfil tiene casi 300.000 seguidores ypoco menos de 4 millones de ‘likes’ para todo su contenido. ¿De dónde han sacado estas chicas que casi no tienen la edad legal para beber alcohol en Estados Unidos un avión privado? Twitter dio la respuesta: de un estudio en Los Ángeles que alquila este y otros sets por poco más de 50 euros la hora. Vaya.
Come fly with the angels
‘Backdrop economy’, o economía de cartón piedra, lo llaman en Estados Unidos. Así explican cómo muchos aspirantes a influencers fingen una vida de lujo hasta que la consiguen. Impresionando a los followers (cada vez menos crédulos, bien lo saben las 7 angels del jet privado), logran acabar impresionando a las marcas para las que quieren trabajar.
Más allá del Photoshop la teatralización de la propia vida está generando la proliferación de negocios como estos platós, ‘museos del selfie’ (en Hollywood) o lugares como la galería Ikono en Madrid -en este caso sin intención de engañar a nadie, solo de ofrecer escenarios para tus fotos de Instagram-.
El hilo de Twitter en el que las tiktokers quedaban en evidencia muestra la variedad de escenografía disponible para cualquier influencer que quiera presumir de un estilo de vida Kardashian-like. Se pueden alquilar bolsas de firmas de lujo para fingir que la tarde de shopping se te ha ido de las manos:
Así se explica el nacimiento de negocios como los sets de ‘lifestyle’, que ofrecen decorados con una estética 100% Pinterest para las campañas publicitarias de las marcas, pero también para cualquier influencer que quiera mostrar que su habitación es tan ‘cozy‘ como esta:
El fenómeno comenzó hace un par de años y llegó desde Rusia, donde muchas ig girls buscaban mostrar un nivel económico imposible para la mayoría. Ahora parece que la práctica se extiende, aunque también crece la suspicacia entre el público. Un público que aunque no llegue a los extremos de alquilar un plató para inventarse un vuelo en jet sí que ‘engaña’ a su manera: ¿quién no ha ido a un restaurante o a un rincón especial con el único propósito de ‘hacerse la foto’?
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