Muchas películas se quedan en la memoria como testigo de una época, como recuerdo de esa persona que nos acompañó a verla o por devolvernos a un momento muy concreto de la vida. «Pretty Woman» resiste en el imaginario personal por todas esas razones, pero algo más tiene que llevar consigo para que figure en el imaginario colectivo, en la cultura popular, casi como si se hubiera estrenado ayer. Sin duda tiene la potencial de los ‘blockbusters’ de Hollywood: batió todos los récords de taquilla y continúa siendo emitida en televisiones de todo el mundo. Pero, además, actualiza uno de los cuentos que más hondamente han calado en el imaginario romántico que recibimos casi todas las niñas: el de Cenicienta y el amor que salva de una vida cruel y sin sentido. Si la película sigue funcionando generación tras generación es porque el mito del romanticismo continúa funcionando a toda potencia. Si no en la realidad, sí en la fantasía de nuestros deseos.
En el esqueleto de la narración nos encontramos con una heroína desarrapada (la prostituta Vivian Ward, interpretada por Julia Roberts) y un príncipe encantador (el tiburón de las finanzas Edward Lewis, interpretado por Richard Gere). En el envoltorio, un despliegue de lujo, moda, joyas exquisitas y alta cultura que seduce sí o sí. Por supuesto, el final feliz es perversamente adictivo: en realidad no estaba en el guión original, pero la química entre Roberts y Gere era tan brutal, que director y productor decidieron cambiar toda la película para convertirla en el cuento romántico que finalmente vimos. De hecho, la luz que despide Julia Roberts a lo largo de toda la cinta engulló cualquier brizna de sordidez que hubiera resistido a la modificación del duro primer guión original.
Elegir a la que sería la novia de América para interpretar a una prostituta fue una decisión inteligentísima: por un lado, desactivó cualquier tipo de rechazo que un espectador medio pudiera tener ante una protagonista prostituta; por otro, no incidió en el estereotipo de la prostituta desagradable o poco atractiva que vemos muchas veces en las películas. Aunque el feminismo señaló que «Pretty Woman» glamourizaba una actividad que no contribuye a la dignidad de la vida para muchas mujeres, su crítica no tuvo mucho eco. Al despojar al personaje de la prostituta de sus señas de identidad habituales en la ficción, su profesión queda como un recurso retórico. Lo que fascina de Vivian no es que sea prostituta, sino que no lo parece.
El carisma absolutamente deslumbrante y de Julia Roberts en «Pretty Woman» eclipsó la arquitectura maniquea del mensaje moral que envía la película: vemos cómo en el mundo de la prostitución y la droga puede existir una verdadera amistad (la de Vivian con Kit De Luca, interpretada por Laura San Giacomo), mientras que en el exquisito territorio del poder y la riqueza los amigos se destrozan entre ellos (caso de Edward y Jason, su socio). Y eclipsó, también, un abordaje más minucioso del personaje de Edward, pues en la época aún no nos preguntábamos porqué los hombres consumen prostitución como lo hacemos hoy. Sin duda, su personaje de hombre rico, despiadado y aburrido que mata su propio tedio «rescatando» a una prostituta joven y guapa de la calle daría hoy mucho que escribir a las feministas millenial del #MeToo.
Fuente: Leer Artículo Completo