Televisión: el dos de agosto

Si yo fuera responsable de ficción en Mediaset ya habría pedido a las productoras asociadas que buscaran guionistas para ‘Sé lo que hicisteis el último 2 de agosto’, un relato de escalofriantes intrigas familiares en el que un grupo de jóvenes, de fiesta en una mansión en el campo, descubre una habitación que esconde un secreto que cambiará sus vidas para siempre: esmeraldas, trajes de luces y espadas ensangrentadas…

Un tesoro oculto por el que se enfrentan los espíritus del bien, guiados por el fantasma de un torero que escuchó una cinta de cassette en la que su esposa confesaba su deseo de arrebatarle todo, y los espíritus del mal, encabezados por un ente con forma de locutora de radio que traficó con las piezas más valiosas para contentar a su amada, la misma que sedujo al torero con sus supuestas malas artes.

La trama se las trae. De hecho, puede parecer demasiado inverosímil, pero qué importa, es una ficción: es más, podemos complicarla si queremos, con un tío encerrado durante años en un armario, una bastardía causada por el médico de la familia, orgías lésbicas en un sofá, un alcalde corrupto que lleva los pantalones a la altura de los sobacos, una receta de pollo, una ‘influencer’ con ataques de gula y ansiedad… Todo cabe. Incluso un estilismo loco, como unos pendientes que en realidad son las chapas de unas latas de cerveza.

Y que no falten testaferros, albaceas, testamentos, herencias envenenadas, sentencias incumplidas y demás clichés de un culebrón de familias ricas enfrentadas. Estoy seguro de que si se atrevieran a contar estas cosas en Telecinco, la cadena superaría el 30% de audiencia, e incluso alcanzaría picos de del 60% a las dos de la madrugada. Además, la fecha del 2 de agosto pasaría a formar parte del imaginario colectivo español, como el 23 F, por ejemplo. Pero no creo que nada de esto ocurra. Insisto. Todo es demasiado exagerado y la ficción debería superar la realidad para enganchar al público, ¿no creen?

La reina de las series

Hay muchas razones para entender el éxito de una serie como ‘The Crown’. Básicamente, todo en esta producción es una gozada: el diseño de producción, los guiones, el reparto, la dirección, su tono nada condescendiente con la familia real británica (que le confiere credibilidad, algo clave en una ficción que bebe de las fuentes de la historia reciente)…

Pero a medida que avanzan sus temporadas vamos descubriendo tramas (en realidad, hechos basados en la cruda realidad) cuyos protagonistas tienen los hechos más frescos en su memoria o les afectan directamente. Hasta ahora, Buckingham Palace ha hecho como si la serie no existiese, pero la cuarta temporada nos acerca a la tormentosa relación entre el Príncipe Carlos y Lady Di, así que fuentes de Palacio, a través de la prensa, sacan a relucir reacciones que ponen de manifiesto el material sensible con el que trabaja Peter Morgan, creador de uno de los buques insignia de la plataforma Netflix.

Al parecer, secuencias que muestran un posible abuso verbal por parte del heredero a la ‘princesa del pueblo’ (la de verdad, no su sosias ‘made in Spain’) han levantado ampollas. Esta temporada de premios de interpretación promete estar copada por las protagonistas de ‘The Crown’, desde Gillian Anderson en el papel de Margaret Thatcher (atención a cómo muestra la tensa relación entre la señora de Downing Street y la de Balmoral) a Emma Corrin por el de Diana Spencer. Lamentablemente, una serie así sería inconcebible en España, sobre todo tras lo sucedido con el Emérito. Una oportunidad perdida. Como tantas otras.

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