Cualquier controversia que implique a Ana Soria y Enrique Ponce termina con lo mismo: con un tira y afloja entre versiones que se quieren verdaderas y acusan a su contraria de falsa. Ana Soria ha negado que abandonara la plaza de Granada por los pitos y abucheos de parte del público, una noticia que se ha publicado y republicado en los últimos días mil veces. Desembaracémonos de marco de las ‘fake news’ y concentrémonos en los sustancial: la noticia, verdad o mentira, es verosímil, creíble, factible. Nos la creemos porque, de alguna manera, Ana Soria ocupa desde ya uno de los lugares más injustos y machistas que nuestra sociedad destina a las mujeres que enamoran a hombres casados o casi casados: ellas son, desde siempre, las malas, las que rompen matrimonios, las otras. Por eso nos creemos que hay quien pita a Ana Soria para apoyar a Paloma Cuevas. Resulta lógico, comprensible y hasta sensible. En realidad es injusto, irracional, una locura.
Resulta tentador apuntar al público de los toros como especialmente sensible a este relato sobre mujeres buenas y malas, pues la cultura del toro tiene mucho que ver con una vivencia tradicional de las relaciones sociales que defiende la consistencia del matrimonio y valores como el honor. Sin embargo, este juicio a las mujeres persiste más o menos aligerado de carga tradicionalista en la sociedad. Si cambiamos sin embargo la óptica, podemos advertir sin embargo que Soria se enfrenta prácticamente sola, sin la autoprotección de la experiencia, al juicio del mundo. Ana Soria es, ahora mismo, objetivo fácil de comentaristas, colaboradores, paparazzis y, lo que es peor, de cualquiera que se la cruce por la calle.
Está claro que Ana Soria no tenía pistas sobre cómo podría repercutir la fama sobre su vida y, quizá por eso, se lanzó tan alegremente a exponer su historia de amor con Enrique Ponce, no solo en las redes sino también junto a su amigos. Sin embargo, el torero no es ningún recién llegado y conoce de primera mano el poder de los medios de comunicación y cómo pueden influir en la opinón pública a la hora de fabricar víctimas y verdugos.
¿Por qué no tomó él la decisión de proteger a su nueva novia de la inspección y vigilancia de las cámaras? ¿Acaso no calculó cómo podría impactar en la reputación de Soria toda la carga negativa (y sí, machista) que aún pesa sobre los hombros de nuestra cultura? ¿O acaso no era consciente de ella? Puede ser un buen momento para ponerse al día en este sentido. No solo por Ana Soria: las niñas del presente, en un futuro, también agradecerán que lo haga.
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