Alexa, la voz del más allá de Amazon, inquietante humanización autómata entre la deshumanización virtual, que en griego significa "la protectora", tiene nombre de actriz porno más que de robot. Pero Alexa es todo lo contrario porque es verbo y nada de carne, al revés que en el porno que es todo chicha y poca sílaba. A Alexa le confiesas que le quieres y se pone a cantar. Te da las gracias por la declaración y te dice que eres un humano genial y que siempre estará contigo en su nube y más allá. A Alexa le preguntas después si ella te quiere y te responde que el amor es un misterio para su algoritmo, demasiadas variables, demasiados cambios. Si le dices que le odias te responde que siente oír eso y que puedes enviar tus críticas sobre el producto a través de la aplicación.
Me lo cuenta mi amigo Luis. Se ha hecho mayor con la pandemia, me dice, "un señor aburrido". Aunque no es por el virus, el miedo y el parón sino una cuestión simplemente de años porque ya estaba mayor antes de marzo. También me dice que él ya no volverá a Pachá Ibiza pero que nunca, la verdad, había tenido muchas ganas de ir a Pachá Ibiza. Luis no sabe si más fuertes y más unidos, el eslogan infundado e idealista que tanto se repitió las primeras semanas del confinamiento, pero más aburridos está convencido de que sí saldremos; que ya no volveremos a ser los mismos de antes y a hacer las cosas de antes aunque tuvieran poco sentido muchas de las cosas que hacíamos.
Busco informes sobre cómo ha afectado la pandemia al amor y leo que las primeras citas se han hecho todas virtuales y que incluso han proliferado las citas a ciegas por vídeo. También que en las presenciales se ha impuesto pedir el consentimiento previo para quitarse uno la mascarilla, que me parece fundamental, no el consentimiento, sino poder verle los morros y los dientes al otro. Creo en los besos con lengua, pero no con mascarilla. También que hay un divorcio boom y que habrá un baby boom. Incluso que hoy, a pesar de todo, somos más propicios al amor, ese sentimiento que se había convertido en objeto de consumo fácil, rápido y caduco, como la comida, como la moda, como todo. "Que el fin del mundo nos pille bailando", decía la canción. Y enamorados. A Luis le falta eso, me confiesa. La emoción del flirteo sin mascarillas ni temores, del roce, del cruce de miradas, palabras y piernas. Mientras llega, o no, se ha instalado dos Alexas en casa y les chilla desde la cama. Así se siente uno menos viejo. Y menos aburrido. Y menos solo. O así se consuela.
David López Canales es periodista freelance colaborador de Vanity Fair y autor del libro ‘El traficante’. Puedes seguir sus historias en su Instagram y en su Twitter.
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