El caso de Harvey Weinstein produjo un terremoto en Hollywood y, por su trascendencia global, en todo el planeta Por primera vez se visibilizó en los medios de comunicación y en los tribunales la vulnerabilidad en la que se encuentran las estrellas del cine cuando el director o el productor de algún proyecto decide traspasar todas las líneas rojas. El grito de las más famosas sirvió además para conmover la memoria. No dejan de recuperarse los testimonios de actrices ya retiradas que en su momento hablaron (sin que nadie las escuchara con atención) de sus propias historias de acoso sexual, señalando a los Weinstein de su época. Uno de ellos fue Alfred Hitchcock (1899-1980), probablemente el director de cine más influyente de la historia, fallecido hace hoy 40 años. Hitchcock fue un genio que creó un género, el suspense, y hasta una tipología muy concreta de estrella cinematográfica que servía a sus propósitos inquietantes. En vez de rendirse al abierto erotismo de Marilyn Monroe, a la que tenía por demasiado obvia, propuso un modelo nórdico de mujer, gélida, elegante y con un sex-appeal más distante, misterioso e incierto. La encarnó en una jovencísima modelo y aspirante a actriz, Tippi Hedren, y en una joven de la alta sociedad estadounidense, Grace Kelly. Y a ambas quiso pasarles su factura.
Hoy, Tippi Hedren (1930) es la matriarca de uno de los linajes de la «Hollywood royalty», la realeza de la meca del cine, formada por familias con larga tradición cinematográfica. Madre de Melanie Griffith y abuela de Dakota Johnson, puede estar satisfecha de ver cómo su nieta podrá, probablemente, desarrollar su carrera sin encontrarse con un caso de abuso flagrante como el que ella sufrió cuando comenzaba su andadura en el cine. Hitchcock la escogió para protagonizar «Los pájaros» (1963) y «Marnie la ladrona» (1964) y se obsesionó totalmente con ella. Hasta el punto del acoso sexual. Hedren lo relató en sus memorias, publicadas en 2016. En ellas cuenta además la violencia del director al entrar en su camerino y ponerle las manos encima, sus ataques verbales e intimidaciones constantes. Prohibía a los actores protagonistas hablar con ella o tocarla fuera de las escenas. La escena final de «Los pájaros» es un ataque real contra la actriz: casi pierde un ojo debido a un picotazo.
Alfred Hitchcock no tenía ningún aprecio por actrices y actores: consideraba que había que tratarlos «como a ganado». Así lo explica Donald Spoto en «Las damas de Hitchcock» (Lumen, 2008), donde confirma que la relación del director británico con Tipi Hedren fue la más sádica de su carrera: en su libro se afirma que exigía a la actriz estar «sexualmente disponible para él constantemente y el cualquier lugar», a lo que ella se negaba, provocando su ira. En venganza, el director impidio que rodara con François Truffaut, con la excusa de que la tenía ocupada. Hedren no se arrepiente de rechazarle: «He cometido errores en mi vida, pero decirle ‘no’ a Hitchcock no fue uno de ellos. Nunca hice nada para alentarlo y puedo mirarme en el espejo y saberlo», escribió en sus memorias. Con Grace Kelly (1929-1982) la historia fue algo distinta, aunque la obsesión del director británico pudo ser incluso mayor. Procedía de una familia muy influyente en Filadelfia y su carrera ya había despegado cuando llegó a sus manos: tenía ya en su haber un Globo de Oro y una nominación al Oscar por «Mogambo» (1953). No era ninguna advenediza.
Kelly rodó tres películas inolvidables con Hitchcock: «Crimen perfecto» (1954), «La ventana indiscreta» (1954) y «Atrapa un ladrón» (1955). Se convirtió en el arquetipo de la rubia hitchcockiana y recibió un trato despótico y agresivo por parte del director. Sin embargo, quizá por su educación privilegiada y su estatus, su actitud no la agredía, sino que la divertía. En «Marilyn Monroe tenía once dedos en los pies y otras leyendas de Hollywood» (Lunwerg Editores, 2016), se cuenta cómo Hitchcock espiaba las citas sexuales de Kelly con un telescopio y cómo la boda de la actriz con Rainiero de Mónaco indignó al director. No perdió ocasión de insultarla privada y públicamente. Lleno de rencor por el abandono, la apodó «princesa de la desgracia». Por suerte, a ella ya le daba exactamente igual, pues vivía su propio cuento de hadas.
Queda, sin embargo, la incógnita sobre la vivencia de Alma Reville (1899-1982), esposa de Hitchcock, montadora de todas sus películas y correctora y escritora de gran parte de sus guiones. Dejó su propia carrera para colaborar con su marido, pero jamás se pronunció sobre su manera de tratar a las actrices. Tippi Hedren cuenta en sus memorias que le pidió ayuda. Ella la miró y se alejó. La callada por respuesta.
Fuente: Leer Artículo Completo