"Cuando nació nuestro hijo David, los paparazzi nos insultaron porque no quisimos posar. De hecho, fueron dos buenos amigos, el director de cine José Luis García Sánchez y el productor Luis Megino, los que salieron del hospital con el niño en brazos. El valor de la primera foto iba subiendo día a día. Personas de nuestro círculo más cercano nos llamaban para contarnos que las habían tentado incluso con un… ¡cheque en blanco!”. La cantante y actriz Ana Belén (Madrid, 1951) es una mujer menuda —mide 1,66—, de complexión enjuta y ojos azabaches. Su voz es elegante y didáctica. Su aparente fragilidad contrasta con un temperamento que se intuye cuando aborda la que ha sido una de sus grandes luchas: la defensa de su vida privada. “Víctor habló con las revistas del corazón y les entregó tres imágenes de David a cada una. Ahí se acabó la historia, pero pasó el tiempo y sucedieron incidentes desagradables. En las puertas del colegio se apostaban fotógrafos continuamente. Fue jodido con respecto a los otros compañeros de clase”.
En los estertores del Régimen, María del Pilar Cuesta Acosta era una artista famosa y perseguida por la prensa. ¿La razón? Su activismo en defensa de la libertad. En 1976, ya convertida en un icono de la Transición, dio a luz a su primogénito y grabó el disco ‘La paloma de vuelo popular’, que incluía ‘La muralla‘, un tema con letra del poeta Nicolás Guillén que se entendió como un canto antifranquista. También se estrenó ‘La petición’, la primera película de Pilar Miró, en la que protagonizó una de las escenas sexuales más ardientes de su carrera. Dos años antes, en 1974, cuando el dictador todavía vivía, había hecho historia al mostrar el primer pecho desnudo del cine español en ‘El amor del capitán Brando’. “Ana Belén nace valiente y se hace en el coraje. En aquella época, o se era valiente o no se podía respirar. O se era valiente o no se era respetable; nadie te regalaba dignidad. Ser valiente era una ideología política, una actitud”, me dice Miguel Bosé, quien rompe su sepulcral silencio para honrar a su gran amiga.
La Cuesta, leyenda viva de la música, el teatro y el cine de nuestro país, es una estrella inusual. Tiene fama de ser, como escribió Charles Baudelaire, sublime hasta la imperfección. Su majestuosidad puede confundirse con la imagen de una mujer distante y glacial, pero los prejuicios se derriten nada más conocerla. Ana no disimula las palabras malsonantes que brotan al evocar algunos de los peajes de la fama que se vio obligada a pagar. “¡Cómo es la vida! Un día oí en la televisión: ‘Qué bien lo hicieron Ana y Víctor Manuel’. ¡Manda cojones! Cuando he sido tachada de la mayor hija de perra del país. Me alegro de que ahora sean así las cosas y de que, por fin, exista una ley que proteja a los menores. Muchas veces hay que cuidarlos de sus propias familias”, presume. Parece frágil, pero no lo es. Quienes la conocen de cerca, como la actriz Loles León, con la que coincidió en 1994 en ‘La pasión turca’, saben perfectamente que ni por todos los ceros del mundo vendería su intimidad. “Ella no quiere exponer en los medios su privacidad. Es una decisión muy lógica. Y cuando eres tan amiga, como lo somos ella y yo, lo entiendes todo perfectamente: la familia y los amigos son su refugio”.
Nunca ha caído en la tentación. Y eso que, como contó Víctor Manuel en ‘Antes de que sea tarde’ (Aguilar) —las jugosas memorias que publicó en 2015—, no atravesaban un buen momento económico cuando vino al mundo su hijo David. Su oposición a la dictadura provocó que, en algunas ocasiones, fuesen vetados y Víctor incluso detenido. Durante un tiempo, ninguna casa discográfica se atrevía a trabajar con él, cuyo discurso era especialmente contestatario, por miedo a no poder rentabilizar el proyecto. El cantautor asturiano, nieto de un minero y descendiente de republicanos, no gustaba a las autoridades, pero sí al público: en 1976 ya había grabado ocho discos y recibido el aplauso internacional en Latinoamérica. También se había convertido en el compositor de cabecera de Ana. Juntos eran doblemente díscolos y atractivos. Su repetida colaboración originó otro fenómeno: el de Víctor Manuel y Ana Belén como pareja artística. Juntos alumbraron discos inolvidables como ‘Mucho más que dos‘, de cuya grabación se cumplen 25 años, o ‘Para la ternura siempre hay tiempo’.
Es un día primaveral y la calle registra la primera agitación de la mañana. La sesión de fotos tiene lugar en un estudio de la zona más popular del barrio de Prosperidad de Madrid. Estamos cerca de la colonia de Alfonso XIII, una zona de embajadas y casas señoriales en la que vive desde hace aproximadamente 40 años. “No tomaré nada de momento. Me he levantado pronto y he desayunado mucho”, se excusa como desvelando el secreto para mantener la misma fina figura de siempre. Nos saluda y se entrega a Pablo Iglesias, su maquillador de confianza.
Ana Belén no dispone de séquito de ayudantes, secretarias ni agentes. La figura que, al menos en esta ocasión, aglutina todas esas funciones es la de su hermano, Julio Cuesta, su mano derecha. “¿Tiene alguna debilidad confesable?”, le pregunto a Julio interesado en ahondar en los secretos de la que es una de las últimas grandes divas de la escena patria. “Es un poco insegura a veces. Le cuesta decidirse por un proyecto u otro”, desvela.
A tenor de las palabras de Miguel Bosé, otra de las cualidades de Ana es su fidelidad. “Es mi amiga. Está siempre ahí, vigilante, discreta, preocupada, leal. Voy a buscarla y me la encuentro, me la topo, me la cruzo. La llamo y resulta que me estaba llamando. Necesito un hombro y me entrega el apoyo de las alas de sus dulces, suaves e infinitas clavículas. Le quita leña al fuego, me apacigua, me serena. Siempre encuentra las palabras exactas. Sonríe. No te quieres ir. Es mi hermana. La quiero”.
La cantante tiene fama de ser buena en los afectos. De sus días como activista conserva amistad con la cantante Rosa León, el cantautor Luis Eduardo Aute o el actor Juan Diego. La vieja izquierda evolucionó en gauche divine y Ana, vestida de Jesús del Pozo, de Sybilla o fotografiada por el artista plástico Juan Gatti —quien la ha reinterpretado para nuestra portada—, también se convirtió en una de sus musas. De la estrecha relación de la cantante y Víctor con Serrat y Miguel Ríos surgió el célebre disco ‘El gusto es nuestro’.
Han transcurrido más de cuatro décadas y aquel niño que acudía al colegio deslumbrado por los flashes —“Igual salgo en Interviú”, les dijo un día David a sus padres cuando le robaron una foto a la salida— ha metabolizado la discreción y el talento familiar. El chico, de 43 años, trabaja ahora codo con codo con sus progenitores en la producción de sus discos.
La última criatura es ‘Vida‘, el primer álbum de Ana Belén con canciones inéditas en 11 años y donde interpreta, entre otros, temas de Rozalén, Andrés Suárez, Jorge Drexler, Federico Lladó o Pablo Milanés. “Cuando cantas cosas nuevas, sientes la inquietud del público. Como si dijeran: “Bueno, muy bien, pero ¿cuándo llega El hombre del piano?”, relata entre risas la vocalista. “No me importa para nada revisitar mis clásicos, pero tengo ilusión por cantar lo nuevo”. Entre sus múltiples galardones musicales, destaca un Grammy Latino. Ha grabado más de 30 discos. Y sus clásicos los conocen de sobra: ‘La puerta de Alcalá’, ‘Lía’, ‘Contamíname’, ‘Derroche’, ‘Desde mi libertad’, ‘Solo le pido a Dios‘… La gira de presentación de este nuevo trabajo comenzó el pasado 24 de mayo en el Teatro Romano de Mérida, donde ha representado a las heroínas griegas Fedra, Electra y Medea. Desde ahora y hasta el próximo otoño, viajará por 30 ciudades de la geografía española. En Madrid actuará el 21 de junio en las Noches del Botánico, justo un día después de que lo haga Woody Allen con su banda. Las entradas están agotadas.
Su segunda hija, Marina San José vino al mundo en 1983 y cristalizó desde joven un creciente interés por el espectáculo. Ha ejercido de corista en algunos recitales de sus padres, pero desde hace unos años está volcada en su faceta de actriz. “Estoy muy orgullosa de ellos”. Los tiempos de asedio mediático han pasado y la artista se siente más relajada al hablar de su familia, pero sigue sin mostrarse confiada ante los periodistas.
La precaución es lógica al revisar un episodio que la marcó especialmente: en 1973, ella y Víctor estrenaron en México ‘Ravos‘, una obra que no había pasado la censura en nuestro país. Una revista española recibió un anónimo en el que se decía que habían pisado una bandera española. Acusados de ultraje y en medio de una campaña mediática liderada por el diario Pueblo, se vieron abocados a un autoexilio en el país azteca durante seis meses. Ana Belén no olvida los compañeros que dieron la cara por ella: “Julio Iglesias había venido a vernos y nos defendió”. A su regreso tuvieron que prestar declaración.
Ana está lista para iniciar la sesión de fotos. De pronto aparece, con el pelo recogido en un exquisito moño a lo Audrey Hepburn, y cruza el luminoso estudio con paso de musa enfundada en el primero de los muchos outfits que lucirá durante la jornada: una pieza única de Jan Taminiau, diseñador de cámara de Máxima de Holanda y de la burguesía capitalina. Hablar con ella es repasar sus gozos y sus sombras. Y también los de la historia reciente de nuestro país, cuya existencia se ha desarrollado en paralelo. Por nuestra conversación desfilan Francisco Franco, Santiago Carrillo, Dolores Ibárruri, la Pasionaria; Marisol, Pedro Almodóvar, Rafael Alberti, Jorge Semprún, Gabriel García Márquez… y hasta los reyes.
Entre toma y toma, si se presta atención, se la puede escuchar cantando. “Purple rain, purple rain”, entona tensando su perfecto cuello. Es una intérprete asequible. “Canta en todas partes. Nuestra madre también canturreaba todo el rato”, descubre su hermano Julio. Ana Belén añade: “Julio estuvo en una escolanía y la pequeña de los tres hermanos, Eugenia (Uge es script y ha trabajado con su hermana, entre otros proyectos, en ‘Cómo ser mujer y no morir en el intento‘, su única y última película como directora), también lo hace estupendamente”.
Los tres crecieron en el 11 de la calle del Oso del madrileño barrio de Lavapiés. Su progenitora, Pilar Acosta, era la portera del edificio; su padre, Fermín Cuesta, trabajaba como cocinero del hotel Palace de Madrid. “En mi casa lo que me enseñaron fue a ser buena persona”, relata sobre su infancia. “Mi madre estuvo tres años sin ver a sus padres porque la Guerra Civil la sorprendió en unas colonias de obreros en La Coruña. Vengo de familia de republicanos. A mi abuela paterna la expulsaron de su pueblo y mi abuelo estuvo en la cárcel”.
Aquella calle gris de humildes viviendas y siempre atufada de un olor intenso procedente de una vaquería próxima es el escenario perfecto para la épica de una artista hecha a sí misma. En 1961, con 10 años, participó en un concurso musical organizado por el programa ‘Vale todo‘, de Radio España. “Mírenla, hija de una portera y parece que su madre fuera la duquesa de Alba”, espetó el locutor Bobby Deglané cuando la vio por primera vez. Ese año no ganó, pero sí al siguiente.
Aquello supuso un éxito relativo y temprano que se dilató en el tiempo. En 1965, dio el salto al cine con ‘Zampo y yo‘, dirigida por Luis Lucia. “Era un ser tremendo. Tenía mal carácter. Me han contado cada historia de este hombre. Se cebaba con la gente más débil. Unos gritos, unos insultos…”, rememora Ana, quien en los créditos de la película aparece como María José. “Al principio mi nombre artístico era ese. Luego ya me pusieron el de Ana Belén. No me chocó que no me llamaran Mari Pili, porque yo sabía que Marisol tampoco era el nombre real de Pepa Flores”.
Con esa cinta, la madrileña estaba llamada a perpetuar el pingüe negocio de los niños prodigio. “Pero no podía serlo. La niña prodigio por antonomasia era una belleza de gracia, simpática, rubia, con esos ojos azules, cómo bailaba, cómo era ella hablando (se refiere a Marisol). Yo era muy triste, mi madre decía que tenía color aceituna, era tímida y no bailaba flamenco ni nada. Ahora mismo, viéndolo desde la distancia, pienso que era lógico. La gente se había cansado”, analiza. “La película no funcionó y la productora quiso rescindir el contrato que habíamos firmado para hacer cuatro películas. Mis padres tuvieron que ir a juicio para que nos pagaran el sueldo”.
De la experiencia, Ana Belén guarda muy buen recuerdo del actor Fernando Rey —“No pudo ser más amable”— y de Miguel Narros —“Fue mi mentor. Me animó a formarme como actriz”—. Con el tiempo, no es complicado concluir que aquel fracaso de crítica y taquilla la salvó del destino sombrío de otros pequeños cantores. Se apuntó a la academia de Narros. El actor y director estadounidense William Layton, que había introducido en España el método Stanislavski, fue su maestro. Aquello supuso el inicio de una sólida carrera en el cine.
Ana ha rodado más de 40 películas y tiene un Goya de Honor. Ha trabajado con grandes directores: de Pilar Miró a Manuel Gutiérrez Aragón, pasando por Mario Camus, Roberto Bodegas, Gonzalo Suárez o Vicente Aranda, quien le dio dos de sus mejores papeles en la gran pantalla, uno en Libertarias y otro en La pasión turca. Con esta última, Ana también vivió uno de los momentos más tensos de su carrera en el cine. “La película era una adaptación del libro de Antonio Gala. Antonio la vio y estaba… ¡Cómo estaba! Decía que era un árbol sin hojas. Por otra parte, Vicente contestaba: ‘¡Pero, por Dios, si esa novela no había por dónde cogerla!’. Era una pelea la de ellos dos tan grande… A mí me pilló en medio”, rememora. Es posible que pronto la veamos de nuevo en el cine, ya que tiene un proyecto en el horizonte.
Pero ¿se arrepiente de algo? Sí, de algunas producciones como Aunque la hormona se vista de seda, del franquista Vicente Escrivá. “Y me hubiese gustado trabajar con Carlos Saura”, me confiesa. Con Pedro Almodóvar estuvo a punto de hacerlo en dos ocasiones. “Mi representante no se puso de acuerdo con Pedro para ‘Matador‘. ‘Que no la haces, que no la haces’. Y al final no la hice. Luego me llamó un verano, cuando me encontraba de vacaciones en Menorca.
Estaba preparando ‘La flor de mi secreto‘ y quería verme. Me vine y empezamos a hacer unas lecturas en su casa, con Juan Echanove, Imanol Arias y María Galiana, pero tampoco salió. Yo tenía la gira de ‘Mucho más que dos‘ en Argentina y me dijeron que no me podía ir. ‘¿Cómo que no puedo? Tenemos unos contratos ya firmados’. Él me contestó que necesitaba seguir ensayando conmigo. Yo no podía… y me fui. Con el tiempo, creo que Pedro solo estaba probando. No es una espinita no haber trabajado con él”.
En las artes escénicas, Ana Belén tampoco se ha quedado corta. Representó ‘La gallarda‘, de Alberti, por primera vez en nuestro país y ha trabajado con grandes de la escena como José Carlos Plaza, Julieta Serrano o Berta Riaza. Gracias al teatro, Ana Belén recondujo su trayectoria y conoció a su marido, Víctor Manuel. Fue en 1971, durante la gira del montaje ‘Sabor a miel‘, de Narros. Estaba en La Coruña y en la recepción de un hotel se encontraban Víctor y Julio Iglesias, con el que entonces compartía escenario. Designios del destino, unas semanas más tarde, Gonzalo Suárez lo fichó para ‘Morbo’, en la que también actuaba Ana. Y de aquellas pasiones germinó una relación que dura hasta hoy.
“Víctor ha sido el amante, el compañero, el amigo, el cómplice, el padre y alguien muy sereno y calmado que a mí me ayuda mucho”, comenta Ana. “Si yo estoy ahora mismo en la música, es gracias a él. Tras ‘Zampo y yo‘, empecé a hacer teatro y dejé de cantar. Hubo un momento en el que quise volver a introducirme en el universo discográfico. Él me hizo ver que era sencillo siempre y cuando tuviera un repertorio con una cierta personalidad. Fue entonces cuando Víctor me escribió un montón de canciones para ‘Tierra’ (1973), mi primer disco”.
La pareja se casó en 1972. “Ninguno de los dos queríamos. Yo era reacia; Víctor igual. Año 1972 en España, ¿qué haces? ¡Pues casarnos! Pero fue por lo civil. Miramos la opción de hacerlo en Francia, pero finalmente fuimos a Gibraltar. Como la verja de entrada estaba cerrada, por poco tenemos que dar la vuelta a Europa para llegar. Fuimos en avión a Tánger y de allí a Gibraltar”, recuerda entre risas. En cambio, aquel matrimonio no tenía validez. Ahí comenzó la persecución de los paparazzi.
Entonces, ¿Víctor no es su marido?
No, ni mi novio, sino el que más me ha querío.
¿Le gustaría celebrar una boda, pero de verdad?
Siempre que iba a ver a Jesús del Pozo a su taller me decía: “A ver, ponte esto. A ver lo otro. Mira, esto podría ser un traje de novia perfecto. ¿Por qué no os casáis?”.
Algunos los miran extrañados porque llevan toda una vida juntos. ¿Ha sido todo de color de rosa?
No. Yo estoy rodeada de amigos de relaciones larguísimas. Entre la gente con la que me relaciono no somos raros. La convivencia es una putada, porque es complicada. Tampoco puedes en la vida planificar mucho. De hecho, lo único que he planificado ha sido cuadrar fechas para hacer una película, una serie o una gira. Y a Víctor también le pasa lo mismo. Las cosas han venido. Hemos crecido juntos.
Juntos también han formado una pareja artística indisoluble. Hasta los han confundido. “Mira, Ana Belén”, le espetaron una vez a Víctor Manuel. Hace 45 años, en 1974, se alistaron en el Partido de España, entonces proscrito en nuestro país.
¿Por qué decidió militar?
El detonante fue la huelga de actores. Yo estuve militando cuando el dictador vivía. Cuando se legalizó el partido, la gente que éramos de música dimos una fiesta de disfraces en mi casa. Fue divertidísima.
La llamaban la sonrisa del PCE…
Sí. Las etiquetas siempre me han rechinado tanto… Te las ponen porque te quieren halagar, pero es un peso que no estoy dispuesta a asumir. Me pareció injusto. Fueron tantos los que se deslomaron y dieron su vida por luchar y por traer la libertad y la democracia a este país.
¿Por qué se dieron de baja?
Estuvimos ahí hasta 1982, cuando ganó el PSOE y hubo una debacle. Unos cuantos pedimos un congreso para analizar lo que había pasado. “No, no, no”, nos dijeron. Entonces, nosotros y un montón de gente suspendimos la militancia.
¿Cómo era Santiago Carrillo en las distancias cortas?
Las veces que coincidí con él fue muy simpático.
¿Y la Pasionaria?
Quiso vernos cuando regresó a España. Conservo con mucho cariño una cajita rusa que nos trajo de Moscú.
¿Se sigue considerando comunista?
No, ya no me considero comunista. Incluso en la época en la que militaba en el PCE para mí el sistema de la Unión Soviética nunca fue el modelo. Y tanto no lo fue, que estábamos más cerca de lo que significó el Partido Comunista Italiano (PCI) que cualquiera de los partidos de la URSS.
Entonces fue cuando se enfrentaron a vetos y Víctor fue apartado del mapa durante un tiempo por sus ideales. Muy activa políticamente, Ana también se ha manifestado por la despenalización del aborto, en contra de la OTAN, en contra de la guerra de Irak y… a favor de la candidatura de José Luis Rodríguez Zapatero a la presidencia del Gobierno.
¿Se arrepiente de haber formado parte de aquel club de la ceja?
No, en esas circunstancias hubiese hecho lo mismo.
¿Cómo ve el panorama político actual?
Estoy confusa. Hay que decirles a las nuevas generaciones que salgan a votar, porque si no lo hacen pasan cosas.
¿Qué opina de la gestión de Pedro Sánchez?
No creo que haya tenido una mala gestión. ¿Que podría hacer más cosas? Sí. ¿Si lo definiría como un buen presidente? No lo definiría como un mal presidente. ¿Cuál ha sido el presidente ideal? Ninguno. Felipe González fue importantísimo en un momento dado. ¿Fue el perfecto presidente? Tampoco.
Le han salido rivales al PP por su derecha…
La extrema derecha ha estado ahí siempre; toda esa gente que se quedó con el pie fuera de tierra cuando la democracia siguió avanzando. Lo que pasa es que han estado aglutinados en torno al PP. A mí me horroriza ese discurso y creo que la sociedad española, de izquierdas y de centro, no está ahí. Se ha luchado mucho como para ahora dar pasos atrás. Lo que me da más miedo es que es un movimiento que se está viendo en toda Europa. Eso me preocupa mucho.
Cuando el país despertaba de 40 años de dictadura, Ana Belén sufrió el ataque de radicales que se encontraban en las antípodas de su ideología política. “Un grupo de la extrema derecha nos puso dos bombas en casa”, rememora la intérprete, quien ya es abuela de dos nietos, Olivia y León.
Como ella misma ha cantado tantas veces en ‘La puerta de Alcalá‘, ha visto pasar el tiempo. “No se me ha ocurrido jubilarme, porque me sigue apasionando la profesión y continúan contando conmigo. Tengo la suerte de que sigo viviendo de mi trabajo sin verme obligada a hacer cosas que no me gustan”, cuenta una actriz que ha sido muy imitada. “Sí, por ‘Martes y Trece’. Me divirtió mucho, aunque soy una persona a la que no le gusta hacer gilipolleces. Pero tengo claro que el sentido del humor nos salva”, concluye.
Nuestra cita toca a su fin tras casi tres horas de entrevista. La sesión ha comenzado a las nueve y ha terminado a las seis de la tarde. Cuando conocí a Ana Belén a primera hora de la mañana, me impresionó mucho. Pensé que, como suele ocurrir con la gente a la que admiras, la entrevista podría resultar más complicada de lo habitual. No fue así, aunque la realidad es que es difícil pillar a la artista en un momento faux pas. Cuesta descifrar a la Cuesta.
La cantante y actriz está cansada. Se despide tan profesional como cuando llegó. Se pone las gafas de sol y se pierde entre la gente, sin periodistas ni paparazzi. Solo ella, Mari Pili Cuesta, y la cautivadora sonrisa de Ana Belén.
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