Han pasado solo tres días desde que el candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, Joe Biden, anunciara a su compañera para las elecciones del 3 de noviembre: la candidata a la vicepresidencia Kamala Harris. Y aunque la Convención Demócrata –que confirmará a ambos y supondrá el pistoletazo de salida para la campaña electoral– no comienza hasta el lunes, el presidente Donald Trump (que va por detrás en los sondeos y ha llegado a inventarse que fue novio de Carla Bruni) ya ha iniciado su particular batalla contra la que podría ser la primera vicepresidenta de la historia del país.
¿La razón? Harris ha entrado directamente en el cuerpo a cuerpo, criticando la gestión de Trump en el país más directamente azotado por la pandemia del Covid-19, que se enfrenta también a la crisis económica y racial. Y, como mujer negra, encarna a dos de los movimientos sociales más importantes de los últimos años en Estados Unidos: el #MeToo, contra el acoso y la violencia contra las mujeres, y el #BlackLivesMatter, contra la discriminación de la población negra.
El martes, poco después de conocerse el anuncio, el presidente le dio una “bienvenida” por todo lo alto: dijo en rueda de prensa que Harris era “desagradable”, por cómo había interrogado al juez de la Corte Suprema Brett Kavanaugh, que había sido acusado de abuso sexual y violación por varias mujeres, antes de convertirse en senador.
Kamala Harris recibió el insulto que Trump parece haber reservado en exclusiva para las mujeres. Por lo menos, para aquellas que critican sus actuaciones y lo hacen públicamente, sin medias tintas. Lo utilizó en 2016, durante un debate electoral, cuando Hillary Clinton, su contricante, le pidió que hiciera público sus declaraciones de impuestos. Se lo dedicó a Meghan Markle poco después, cuando la duquesa de Sussex dijo en televisión que el presidente era “misógino”.
Hace un año, la destinataria fue la primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen, cuando calificó de “absurdo” el interés de Trump por comprar Groenlandia. Y el pasado junio, lo recibió la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, también por sus críticas. Tal vez Meghan Markle tenía más razón de la que sospechaba cuando hablaba de misoginia. Porque el presidente nunca ha dedicado este insulto a un hombre.
Pero sus ataques contra Kamala Harris no han parado ahí. Dijo que es una “loca” e “izquierdista radical” en una llamada telefónica a un programa de televisión de Fox, su cadena favorita: “Ahora intenta fingir que no lo es, pero es la persona más liberal del Senado de Estados Unidos. Ha hecho cosas terribles”, aseguró antes de afirmar que destruirá la economía, que “estaba tan enfadada y tenía tanto odio hacia el juez Kavanaugh que nunca había visto una cosa igual”; que quiere reconstruir las ciudades y derribar el Empire State “porque entra demasiada luz a través de las ventanas”; o que los demócratas “no quieren vacas” y que pretenden “abolir todos los animales”. Tal cual.
El último dardo, hasta ahora, ha sido dar pábulo a las teorías conspirativas que cuestionan que Harris –hija de padre jamaicano y madre india, pero nacida en Oakland (California) en 1964– pueda ser vicepresidenta por ser hija de inmigrantes. “Acabo de escuchar eso, que ella no cumple con los requisitos. No tengo idea de si eso es correcto. Habría asumido que los demócratas lo habrían comprobado antes de elegirla como candidata a vicepresidente. Pero eso es muy serio”, ha dicho Trump.
La acusación, que partió de una columna de opinión firmada por un abogado conservador, pone en duda que la Constitución norteamericana reconozca el derecho a la ciudadanía por nacimiento, independientemente de la nacionalidad de los padres, un derecho que Trump ha intentado revocar sin éxito. Algo curioso, si tenemos en cuenta que sus abuelos también fueron inmigrantes. Y un argumento que no dudó en manejar en 2011, cuando impulsó el falso rumor de que Barack Obama no había nacido en Estados Unidos, que el entonces presidente tuvo que acallar publicando su partida de nacimiento.
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