Bradford, en New Hampshire, es un pequeño pueblo de menos de 2.000 habitantes y 91 kilómetros cuadrados de bosques y fincas, conectadas por pequeñas carreteras. Parajes aparte, no tiene nada especialmente reseñable. Hay menos de 1.000 casas repartidas por sus parajes, de las que al menos 200 son retiros y refugios, viviendas a las que acudir en busca de vacaciones o para apartarse del mundo. Es un lugar tranquilo, en un estado tranquilo: en Estados Unidos, New Hampshire pertenece a esa zona de Nueva Inglaterra agreste y tranquila, donde las megalópolis como Nueva York están a tiro de avión y al norte hay una pequeña franja de frontera canadiense.
Allí, en diciembre de 2019, Ghislaine Maxwell, detenida ayer por el FBI y acusada de seis cargos relacionados con la captación de menores para el entramado criminal sexual de su socio, el fallecido Jeffrey Epstein, compró una bella casa, casi una mansión montada sobre un precioso entramado de madera, en una finca de 63 hectáreas llamada Escondida [Tuckedaway]. Y vaya si hacía honor a su nombre: estaba a 11 kilómetros de Bradford a través de una pequeña carretera; a esa misma distancia o más de cualquier otra población relevante; rodeada de bosques, y que una de las muchas inmobiliarias que listaba la propiedad describía como "un refugio asombroso para los amantes de la naturaleza que también quieran privacidad total".
La mansión cuenta con tres baños completos y un baño pequeño, cuatro dormitorios, y siete estancias. Tiene su propio sistema de desagües, una vía de acceso a un acuífero y calefacción de gasolina. Está perfectamente equipada para sobrellevar un confinamiento, ya sea por la pandemia o por huír de la justicia. Costaba poco más de un millón de dólares, y se pagó en metálico, y a nombre de una sociedad irrastreable tras la que se ocultaba Maxwell.
Una de tantas, financiada con al menos una de las 15 cuentas bancarias distintas donde, en los últimos cuatro años, las autoridades han registrado movimientos que van entre cientos de miles hasta 20 millones de dólares. Uno de los responsables del FBI en Nueva York, desde donde se condujo la investigación, describió la "vida de privilegios" que llevó Maxwell en la "majestuosa propiedad".
El interior revela ese síndrome de Stendhal que sufrió momentáneamente el director asistente del FBI de Nueva York cuando, a las 8:30 AM hora local del jueves, los agentes entraron en Escondida para llevarse a la cómplice de Epstein. El armazón de madera inspirado en las catedrales europeas sostenía una casa construida para ser lo más espaciosa posible, aprovechar la luz natural y permitir las espectaculares vistas de los montes cercanos. Un gran sitio para una persona horrible, de la que los fiscales afirman que el alcance completo de sus crímentes es "casi inenarrable". Que contribuyó directamente a la explotación sexual de al menos un centenar de muchachas, algunas rozando los 14 años, en las décadas del cambio de siglo, cuando captaba menores para Epstein.
La otra gran pregunta, que la casa no puede desvelar, es dónde ha estado Maxwell entre el 10 de agosto de 2019, la fecha en la que Epstein aparece muerto en su celda neoyorquina y diciembre de ese año. E incluso antes, desde el arresto de Epstein el día 6 de julio. O en los meses previos. El FBI ha desvelado que Maxwell se ha movido a su antojo por el mundo en los últimos tres años: Qatar, Japón, Reino Unido… Hasta que, hace un tiempo, se deshizo de su antiguo teléfono, desapareció de la luz pública y utilizó el entramado societario de su antiguo socio y cómplice para esconderse del mundo. Hasta ayer. Con Epstein muerto, suicidado en su celda, la única persona que, de momento, tendrá que responder ante la justicia, es la que mejor lo conocía: Ghislaine Maxwell.
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