Es un futbolista atípico. Por eso Mathieu Flamini (Marsella, 1984) no tiene contrato con ningún equipo —lo que se conoce como agente libre— ni le preocupa. A sus 36 años es probable que este francés vinculado a Córcega no vuelva a jugar, pero ya hizo una carrera con tres grandes: el Olympique de Marsella, el Arsenal (Londres) y el AC Milán. Con esa trayectoria pocos esperaban que en 2018 llegara a España para jugar en un club modesto como el Getafe. Pero es lo que eligió Flamini, quien, además de representarse a sí mismo, hace tiempo que tiene la vida resuelta. “El Getafe ficha al futbolista más rico del mundo”, rezaban los titulares cuando el centro-campista llegó a Madrid. Él niega tener los 30.000 millones que dicen los diarios, pero pocos dudan de que su patrimonio supera el de cracs como Cristiano Ronaldo, que Forbes estima en 1.000 millones de dólares.
La fórmula de la riqueza del francés es más discreta que ser la imagen de grandes marcas: la suya es química, se llama ácido levulínico y lo fabrica bajo la marca GFBiochemicals, creada con su socio, Pasquale Granata, hace 10 años. Cuando arrancó la idea, estaba todo por hacer, pero Flamini no tenía prisa: invirtió en investigación aliándose con universidades europeas y estadounidenses y abrió una fábrica en la localidad italiana de Caserta, donde logró producir el ácido a gran escala. “Es un componente químico que se produce utilizando materia prima de biomasa”, explica a Vanity Fair Doris de Guzmán, consultora en Tecnon OrbiChem y una de las pocas personas que ha visitado la factoría.
Según la experta en biomateriales, el mercado global aún es pequeño. “Hablamos de un promedio de 4.000 toneladas al año, pero su potencial es enorme”, explica sobre las posibilidades económicas de un ácido que permite fabricar plásticos biodegradables, disolventes y detergentes de base biológica y combustibles limpios. La inversión empieza a dar frutos: Flamini ha registrado ya más de 200 patentes en todo el mundo relacionadas con su ácido y acaba de firmar una alianza con Towell Engineering Group —energética con sede en Omán que opera en ese sultanato, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Catar e India— para comercializar el ácido bajo la marca NXTLEVVEL Biochem.
Con el exmadridista Mesut Özil creó una línea de cremas y champús veganos para hombres.
Además de agente libre, Flamini es un verso suelto. Su vida es distinta a la de otros jugadores. Por ejemplo, a la de Cesc Fàbregas, de quien es amigo y a quien conoció cuando jugaban en el Arsenal. Ni está casado ni tiene hijos, va a pocas fiestas y, a las que va, acude solo. Le gusta más la montaña y proteger los océanos, pasión que le viene de su niñez en las playas de Córcega —donde nacieron sus padres—; allí vio los estragos que hacía el plástico en aves y peces.
“Su compromiso con la ecología lo llevaba a rajatabla. En lo empresarial, no conozco un caso igual en el fútbol profesional”, explica Markel Bergara, excompañero del Getafe, que lo define como “muy trabajador en los entrenamientos, muy competitivo en el campo y minucioso con sus negocios”. Lo recalca porque no es raro que un deportista tenga un plan B: lo extraño es que lo gestione él. “Traía champús al vestuario para que los probáramos y diéramos nuestra opinión. Le interesaba todo. ¡Incluso si nos gustaba el color del tapón!”. Bergara habla de Unity, la gama vegana de productos de belleza masculina que Flamini lanzó en 2018 con el futbolista Mesut Özil.
Como todo lo que hace el francés, también tras esa marca había un mensaje. “Si Mesut sufre discriminación, qué no estarán sufriendo otros sin su fama”, declaró cuando su colega, alemán de origen turco, abandonó la selección de fútbol germana harto de insultos racistas. “Si gano, soy alemán. Si pierdo, soy inmigrante”, explicó el exmadridista. Flamini creó con Özil Unity y, además de fabricar cremas para hombres, la convirtieron en una plataforma con la que fomentan un mundo sin racismo y respetuoso con el medioambiente. Es el mensaje que él mismo se encarga de transmitir en foros donde no es habitual ver a un futbolista de primer nivel ofreciendo una charla: cumbres del clima, actos del Young Global Leaders del Foro Económico Mundial o en los del Consorcio de Bioindustria de la Comisión Europea.
Que Flamini va por libre lo demuestra desde niño: cuando con 15 años lo fichó el Olympique de Marsella, le exigió que se dedicara íntegramente al deporte, pero él se empeñó en seguir estudiando y por eso se matriculó en Derecho siendo ya jugador profesional. “En Getafe no hablaba español, pero con el italiano nos entendíamos. No es chistoso, es más bien serio, pero de trato cercano”, recuerda Bergara, quien, conocedor de su bagaje empresarial, le pidió consejos que hoy aplica en su etapa de jugador retirado por una lesión. Fue ese rigor lo que llevó al diario francés Echo a pedirle a Flamini que fuera periodista por un día en un especial dedicado al medioambiente. Y él acepta esos retos mucho mejor de lo que se enfrenta a un photocall. “En el fútbol, como en la vida, uno tiene que saber jugar en distintas posiciones y adaptarse a todo”, declaró hace poco un hombre convencido de que la fama debe servir para dejar un planeta mejor.
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