De Camelot al camelo

Kennedy fue el primero que metió a un fotógrafo oficial en la Casa Blanca, en sus despachos y habitaciones, y su viuda, Jackie, quien creó el mito de Camelot. Con ellos como inquilinos, contaba, la mansión había sido un reino de leyenda como el del rey Arturo. Las fotos así lo confirmaban. La llegada de los Obama, más de 40 años después, retomó y perfeccionó la estrategia. Obama comía hamburguesas, flirteaba con Michelle, presidía el país, cazaba terroristas… Y todo con un estilo y naturalidad únicos. Se movía en un plano perfecto de cine. Las imágenes de su fotógrafo Pete Souza así lo mostraban.

Pero Pete Souza no era solo Pete Souza ni Obama tampoco solo Obama. Souza era un equipo trabajando con él, acceso total al presidente y 20.000 fotografías semanales de las que trascendía una docena. Obama era la reedición, medio siglo de ensayos después, del Camelot de JFK. Sin embargo, para lograr eso, no solo hay que saber hacerlo, como en la Casa Blanca, sino, sobre todo, querer. Si lo intentas, como en España, con reparos infinitos, censuras previas y posteriores, multitud de límites y “haciendo como si hicieran….”, que es la frase que más repiten los políticos cuando se les ofrece retratarlos en acción y espontáneamente, no funciona nunca.

Así lo revelan también las fotografías. Imágenes como la de Santiago Abascal sentado a una mesa vacía ojeando mapas de preescolar que intentan corregirse después cambiando al político de despacho y olvidando que lo desechable hoy son las mascarillas y no los despachos. O como la de Pedro Sánchez, en 2018, tras solo un mes como presidente, trabajando en el avión presidencial, Kennedy marca blanca, con gafas de sol. O las de la Casa Real, el mismo año, con la familia cenando junta. Una escena en la que se ve a Felipe y a Letizia tan tensos que más que a comer sopa parece que van a decirle a las niñas que son adoptadas. O, por supuesto, la de Pablo Casado la semana pasada, dramático frente al espejo del aseo. Como si los políticos, que no quieren ni saben hacer eso de llevar a un fotógrafo pegado, justo, justo al cuarto de baño sí fueran con uno. Al final tratan todos de evocar Camelot y se quedan en camelo. Solo consiguen, como Casado, que Greenpeace le diga que por lo menos cierre el grifo del agua.

David López Canales es periodista freelance colaborador de Vanity Fair y autor del libro ‘El traficante’. Puedes seguir sus historias en su Instagram y en su Twitter.

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