La crisis del coronavirus se ha convertido en un evento central en nuestras biografías, en una cita obligada en los libros de historia y en un gran momento de desvelamiento acerca de lo que importa mucho y lo que importan menos en nuestras sociedades. Las casas reales europeas también se han enfrentado a situaciones decisivas, pues saben que estamos mirando sus reacciones con lupa y que cada movimiento (o ausencia de movimiento) será analizado e interpretado. Las cabezas reinantes y príncipes y princesas herederas al trono, por lo general, se han mantenido aislados, con apariciones más o menos formales, más o menos festivas, en sus redes sociales. La familia real británica, aquejada últimamente por varias crisis reputacionales, ha destacado por su visibilidad en estas fechas, con un sentido mensaje a la nación de Isabel II y frecuentes apariciones de los Duques de Cambridge y sus hijos, incluso repartiendo alimentos entre los necesitados.
Sin embargo, todos estos esfuerzos de comunicación por no terminar engullidos por la marea de noticias sobre la pandemia han quedado eclipsados por el ejemplo de dos ‘royals’ extraordinarias. Su trabajo para paliar el coronavirus con su propio trabajo, en primera fila de la labor social, ha asombrado a las ciudadanías de sus respectivos países, reconciliando a las masas críticas con una institución que solemos relacionar con acontecimientos más frívolos. Una de ellas es la princesa Sofía Hellqvist, casada con Carlos Felipe de Suecia, el único hijo de los reyes Carlos Gustavo y Silvia. Su imagen pública no era demasiado buena, ya que entraba en la familia real como ganadora de una especia de «Gran Hermano» y se sabía que había trabajado como estríper. Sin embargo, en cuanto comenzó la crisis sanitaria decidió tomar un curso acelerado de enfermería (tres días) y ponerse a trabajar en un hospital de Estocolmo. Desinfectando material.
Otro caso que ha sorprendido muchísimo, sobre todo porque se ha llevado con la mayor de las discrecciones y no quiso que se convirtiera en contenido publicitario, ha sido el de Sofía de Wessex, la nuera favorita de Isabel II, esposa de su hijo Eduardo desde 1996. La favorita de la reina tuvo un papel muy activo dede el principio de la pandemia, pues fue de las primeras en grabar un vídeo en el que proporcionaba herramientas a los padres que encontraban dificultades a la hora de lidiar con sus hijos confinados, además de publicar un vídeo aplaudiendo a los sanitarios.
Lo que no quiso publicar ni publicitar ha sido, sin embargo, su tarea principal. La condesa de Wessex ha trabajado como voluntaria preparando comidas para el personal de la primera línea del Sistema de Salud Británico (NHS), dentro de proyecto Mealforce, organizado y sustentado por el millonario de las finanzas británico Ian Wace. Fueron sus propios compañeros de voluntariado los que filtraron las fotografías en las que la vemos trabajando, con testimonio de su buen humor y gran colaboración. «Sofía hizo un trabajo fabuloso. Se comprometió en todas las tareas: cocinar, preparar y limpiar», explicó uno de sus compañeros. «Lo hizo en privado, sin ninguna fanfarria, y el resto del personal piensa que es increíble».
Los que no han estado tan acertados, y se han desmarcado de la discreta invisibilidad en la que se instalaron la gran mayoría de los ‘royals’, han sido Carlos Gustavo y Victoria de Suecia, rey y heredera al trono. La ciudadanía sueca ha tenido conocimiento de sus gastos durante esta crisis y se han alarmado por sus carísimos caprichos: un coche de lujo y un tractor valorados en más de 250.000 euros. “Vivimos en tiempos de crisis. Las empresas quiebran. La gente está perdiendo sus trabajos. El hambre amenaza a varios países y el rey se compra un automóvil por valor de 1,7 millones de coronas suecas. ¡Qué modelo a seguir!”, dijo el presentador de televisión Gunnar Rehlin. El lujoso coche ha pasado a formar parte de la colección particular del rey, que incluye un Shelby Mustang, un AC Cobra, un Ferrari y un Porsche. Por su parte, la princesa Victoria ha presumido de mascota de lujo y no adoptada, un gesto que ha sido muy criticado en un país en el que el animalismo pesa mucho.
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