Reyes Monforte no tiene miedo a mirar al horror a los ojos: en ‘Un burka por amor’ nos mostro el Afganistán de los talibanes y en ‘La infiel’, las entrañas (femeninas) del integrismo islámico. Pero en su nueva novela ‘Postales del este’ (Plaza y Janés) va más allá en su crónica de la oscuridad y nos lleva de la mano a las profundiadades del campo de concentración de Auschwitz. Su vehículo es la mirada de Ella, una joven judía francesa empeñada en evitar que el mundo olvide a los que sufren y mueren ahí dentro. Frente a ella está el otro gran (y monstruoso) personaje de esta novela: la oficial de las SS Maria Mandel, apodada ‘la bestia’. Una novela llena de personajes reales (desde el doctor Mengele hasta Ana Frank), que se publica en el 75º aniversario de la liberación del campo de concentración con la intención de relatar la historia de todas las mujeres de Auschwitz: las víctimas y las torturadoras.
Mujerhoy: ¿Por qué otra novela sobre Auschwitz?
Reyes Monforte: Porque no nos podemos cansar de recordar. Es algo que repiten los supervivientes, que cada vez son menos. Las últimas palabras de Gisella Perl, la ginecóloga que ayudaba a abortar a las presas en el campo de Bikernau y que sale en ‘Postales del este’, fueron: «Por favor, no dejéis de contar la historia de Auschwitz, porque es la historia de la humanidad». Los jóvenes son muy dados a olvidar. Y hay que recordarlo porque podría volver a ocurrir.
La novela es espantosa, y lo digo como un elogio.
¡Qué frase más bonita! Precisamente anoche me llamó Irene Villa, que es amiga mía, y me dijo algo parecido: que estaba horrorizada y que no podía dejar de leer. Pero luego tiene un final bonito, que siendo una novela sobre Auschwitz no es poca cosa.
Todo lo que cuento en la novela sucedió: en Auschwitz, la realidad superaba a cualquier ficción
¿Cómo se documentó para escribirla?
Yo bromeo diciendo que llevo toda la vida documentándome para esta novela. Siempre me han fascinado el holocausto y el nazismo. He estado en Auschwitz 10 o 12 veces. En mi última visita, descubrí un panel con fotos de miembros de las SS que habían estado allí. Solo había una mujer: Maria Mandel, que me fascinó cuando empecé a investigar. Había muchas mujeres con el uniforme de las SS en los campos, y la mayoría eran más psicópatas y sanguinarias que muchos hombres. Pero con Mandel hasta el doctor Mengele se quedaba boquiabierto. En esa misma visita a Auschwitz, otro visitante me dijo que cuando se decidieran a cavar en el campo se encontrarían muchas cosas. Y sabía de lo que hablaba, porque en unas obras de renovación, 40 años antes, ya se habían desenterrado muchísimas fotos, postales, cartas y objetos personales de los presos. Temían que los mataran a todos y que después los nazis negaran lo que había pasado y destruyeran las pruebas. Y no querían ser olvidados. De eso va el libro, de la importancia de ser recordados. Creo que escribiendo este tipo de historias ayudamos a que la gente no muera del todo. La palabra siempre ayuda.
Escribiendo este tipo de historias ayudamos a que la gente no muera del todo
Hay una escena terrible, en la que unos niños que saben que van a morir escriben sus nombres con sangre en la pared de un barracón.
Y sucedió, como todo lo que describo en ‘Postales del este; en un tema tan delicado no puedes inventar. Ni, tristemente, hace falta: en Auschwitz, la realidad superó a cualquier ficción. Imagínate, con siete, ocho, diez años, saber que te van a borrar de la existencia y sentir esa necesidad de dejar por escrito que una vez fueron.
‘Postales del este’ se centra en las mujeres del campo, tanto guardianas com presas
Sí, porque en los relatos del holocausto las mujeres suelen salir como presas, víctimas, esposas de oficiales… Pero también existieron mujeres malas y eso era lo que quería plasmar. La maldad no tiene género, y yo quería contar la historia de esas mujeres, extrañamente empoderadas con un traje de las SS y una fusta, que mataban, violaban y torturaban. En plenos años 40 y en una Alemania, la de Hitler, que relegaba a la mujer a las tres k: kinder, kuche, kirche (niños, cocina, iglesia).
Mujeres terribles que, sin embargo, se emocionaban con la música. La protagonista forma parte de la orquesta femenina de Auschwitz
A Maria Mandel le gustaba tanto la música clásica como matar judíos. Cuando Alma Rosé, violinista y sobrina de Mahler, llegó al campo, fue a buscarla y la puso al frente de la orquesta. Lloraba a lágrima viva con Schumann y luego se iba a matar a mujeres y niños, sin ninguna empatía por ellos. Cuando fue juzgada en Cracovia, escuchó impávida los muchos testimonios de las presas. Nunca tuvo mala conciencia por lo que había hecho. Decía que era una soldado y cumplía órdenes (lo que se le olvidaba era que disfrutaba haciéndolo, incluso sexualmente). Ella decía que era una persona normal. No pidió perdón, casi ningún nazi lo hizo. Murieron con la conciencia tranquila.
Es una novela muy dura, sobre todo teniendo en cuenta que la anterior ya debió de resultarle difícil: ‘La memoria de la lavanda’, una novelización de su duelo tras la muerte de su marido, el actor Pepe Sancho.
Tuvieron que pasar cinco años desde su muerte para que yo pudiera escribir sobre ella. Es la única novela para la que no me he tenido que documentar; todas las demás tratan sobre hechos reales, actuales o históricos, que hubo que investigar, pero el proceso del duelo lo había vivido. Lo curioso fue que yo desde el principio quería escribir sobre la muerte de Pepe y no me salía. Hasta que unos amigos me invitaron al festival de la lavanda, en Brihuega (Guadalajara), y ahí se me encendió algo. Volví a casa y me puse a escribir.
¿Por qué quería hablar sobre la muerte de su marido?
Porque sentía que las palabras de pésame (el “te acompaño en el sentimiento”, el “siento tu pérdida”) no me servían de nada en aquel momento. Años después, la herida sigue ahí, pero la mochila de las emociones va cambiando. Y de estas cosas tienes que escribir cuando ya tienes la cabeza un poco en su sitio. A mí eso me costó cinco o seis años. A los supervivientes de Auschwitz, verbalizar lo que habían pasado les llevó entre 30 y 40.
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