“Ni de política ni de otros artistas, yo he venido a hablar de mi disco”, sentencia con aplomo umbraliano José María Sanz (Barcelona, 1960), por todos conocido como Loquillo desde hace más de cuatro décadas. “Se llama El último clásico, tengo a los mejores autores del país y giraremos desde marzo durante dos años por Latinoamérica y España”. Sentado en un céntrico cóctel-bar de Madrid y con su riguroso luto, impone sus condiciones desde el principio. La entrevista tiene lugar en los primeros días de octubre, mientras arden las calles de la que fue su ciudad. Como arde la portada de su nuevo álbum, en el que posa con un aire entre el Gary Cooper de El manantial y el Robert Mitchum de Retorno al pasado. Sin embargo, él no opina sobre la situación en Cataluña por “sentido de la responsabilidad”.
El inicio de la entrevista no ha podido ser más tenso. Además, no estamos solos. El mánager del cantante y otra persona de su equipo están en las otras dos esquinas de la mesa. Como más adelante confirmará el propio Loquillo, ellos también están grabando la conversación. Quieren asegurarse de que las declaraciones posteriormente se transcriban con la más absoluta fidelidad. En el pasado han tenido malas experiencias con titulares polémicos que no se ajustaban a la realidad. Son sus reglas. Quizá por eso él, que las conoce mejor que nadie, se puede permitir incumplirlas y acabar hablando de marxismo-leninismo, comentar decisiones de otros colegas músicos e incluso lanzar algún dardo al cineasta Alejandro Amenábar.
A lo largo de su carrera ha hecho de la elegancia signo de distinción…
En realidad cada uno piensa que es elegante a su manera.
Lo que le quería preguntar es si habría aceptado una canción que no fuera un traje a medida, que se hubiera hecho pensando en otro.
He hecho muchas versiones de los grupos españoles más importantes y el último hit nuestro fue una versión de Rey del glam[de Alaska y Dinarama]. Me gusta de tanto en tanto reivindicar la cultura nacional.
Me refería a canciones que no se hubieran grabado.
Me llegan cintas continuamente. Lo que ocurre es que los autores que están cerca de mí me conocen mejor. El secreto es saber jugar con esa relación y gestionarla, y gestionar es algo que se me da muy bien.
¿A Loquillo le contactan compositores de repertorio, de los que ofrecen sus temas a todo tipo de artistas?
Eso es una fábrica de churros y yo no trabajo con churreros. Lo mío es muy concreto. Yo elijo lo que creo que está a mi altura y lo que puedo engrandecer. No sé cuántas canciones me pueden llegar al año, porque muchas son de gente que lo mismo le da enviártela a ti que a David Bisbal. Nos sucede a todos. Veo que estás mal informado. Hay una cosa llamada editoriales que sugieren a artistas canciones de sus autores, es un mercado.
En Somos lo que defendemos canta “Lo singular es subversivo, lo normal es radical”. ¿Se está describiendo a sí mismo?
Creo en la persona y los proyectos colectivos me dan bastante miedo. No formo parte de ningún clan o lobby, no he recibido jamás una subvención y sólo creo en el trabajo hecho con pasión y convicción. En un mundo que se desvanece, somos los últimos de una estirpe y una manera de entender el rock.
¿Lleva mucho tiempo sintiéndose "el último clásico", que pertenece a algo que se extingue?
Desde que era un adolescente he escuchado eso de “el rock se muere”. Lo cierto es que sabe adaptarse a los tiempos y vampirizar otros estilos, seducir a nuevas generaciones cada cierto tiempo. El marxismo-leninismo es del S XIX y hay partidos actualmente que lo reivindican. En ese sentido, el rock es mucho más moderno, aunque todavía hay quienes rellenan de cuando en cuando columnas de opinión sobre su supuesta muerte. Lo que importa es seguir trabajando y hacer respetar esto como el oficio que es. Es indignante que no se apoye a la industria discográfica. Y no hablo de los artistas y los grupos, porque yo no tengo que pagar los fracasos de la gente. Entiendo las subvenciones al cine, pero no el desprecio del Ministerio de Industria a las compañías independientes y multinacionales que lanzan con gran esfuerzo a artistas de nuestro país que triunfan en todo el mundo. Esto se debería revisar, como debería hacerse con la SGAE. Tengo 58 años, ya no soy un niño, sé cómo es la vida y he transitado por todos sus caminos, así que me río cuando vuelvo a oír hablar de la muerte del rock.
En la titular El último clásico se expresa en estos términos: “están demasiado informados, pero no son tan apasionados”.
Ayer me preguntaron quién era el Capitán Ahab, al que menciono en una canción del disco. Yo este tipo de dudas no las respondo, no entro en esas guerras. Está claro que hay un problema muy grave en lo referente a la cultura. A pesar de toda la información, hay mucha ignorancia, que es lo que nos hace menos libres. No son sólo las noticias falsas. Ahora una serie de medios deciden poner de moda una cosa o un cine y lo hacen sin problema alguno. No hay que ser ingenuos, está sucediendo. Por eso reivindico la actitud individual. No me verás en ninguna acción reivindicativa de los supuestos autores. Me presenté una vez a un cargo de la SGAE y sé lo que pasa, a mí no me engañan. En el mundo de la música los puñales vuelan.
No tenía pensado preguntarle por la SGAE, pero es la segunda vez que la menciona. ¿Aquello tiene solución?
Yo prefiero seguir hablando del disco. Se llama El último clásico, tengo a los mejores autores del país, vamos a estar girando desde marzo durante dos años por Latinoamérica y España. Mientras estaré dedicado también a mi nuevo trabajo poético, dedicado a la obra de Julio Martínez Mesanza, y después de la gira me sumergiré de nuevo en el mundo del teatro, que es donde me gusta hacer los breaks y lo que más me ayuda a crecer como artista.
Colabora de nuevo con Luis Alberto de Cuenca en este disco, una relación que ha pasado de sorprendente a estable.
Con él soy un vampiro. He aprendido más haciendo turismo con Luis Alberto que en todas las clases que hice en el bachillerato. Me considero su alumno. Esta vez hicimos juntos Los buscadores con esa idea de reunir todo lo que ha escrito sobre nuestra amistad y salió del tirón. Una cosa que admiré fue cuando Gabriel Sopeña y yo nos reunimos con él para musicar su poemario en Su nombre era el de todas las mujeres (2011), la elegancia que tuvo para decirnos que mientras fuera secretario de Estado de Cultura [entre 2000 y 2004, con el primer gobierno de José María Aznar] no quería que sacáramos ningún disco. Cuando veo lo que ha hecho ahora Quique González con la obra de Luis García Montero pienso que se han equivocado; mientras García Montero sea director del Instituto Cervantes eso debería haber quedado aparcado. Así es como se deben hacer las cosas desde un punto de vista serio. Por otra parte, espero que la obra de Luis García Montero se difunda más entre la gente joven, porque para es mí forma junto a Luis Antonio de Villena y Luis Alberto una generación decisiva. Puede que Luis Antonio y Luis Alberto tengan más que ver conmigo, pero admiro de García Montero su compromiso político. Siempre me han gustado los tipos que se la juegan, aunque no comparta del todo su ideología.
En ese disco que menciona, Las palabras vividas, hay un tema que se llama como uno del repertorio de Loquillo, La nave de los locos.
Bueno, no mío, de Sabino Méndez, pero también es una obra de El Bosco. El chiste que circula por ahí, y lo digo con humor, es que el próximo disco de Quique González podría llamarse Ritmo del garaje. No le demos mayor importancia.
¿Ha escuchado una canción que han publicado en su disco conjunto Lichis (ex La cabra mecánica) y Rubén Pozo (ex Pereza) titulada Loquillo?
Sí, pero quién de los dos la canta, no me quedó claro. Ah, Lichis, vale. Me la envió mi hijo y la escuché de nuevo el otro día en casa de Leiva. Igual tengo que montar un gabinete de psicología, que me cuenten qué les pasa. Nada, me parece bien, es normal que tras más de 40 años de trayectoria pertenezca a la cultura popular. Unos te ponen a parir y otros te piden que les pongas en el diván.
https://youtube.com/watch?v=dy4kO_QVkZY%3Frel%3D0
Existía entre algunos músicos el falso mito de que antes de llegar a una ciudad había que pedir permiso a Loquillo.
¡Qué bueno! ¿En serio? Si lo llego a saber… Lo que sí sé es que a mis amigos cuando llegan a algún sitio yo les agasajo. Soy consciente de mi importancia. Yo no soy nada humilde y desconfío de los humildes en este negocio. ¿Un artista humilde? Es imposible que lo sea. Es como un político, tiene un ego descomunal. No te fíes nunca de un músico que trata de convencerte de que quiere ser como tú. Mira, si eso es lo que de verdad quieres no pongas las entradas de tus conciertos a 120 euros. Yo jamás pagaría por un artista que me venda esa moto de que no tiene ego. Tampoco de un revolucionario, porque primero te quitará la cartera y luego la novia; lo he visto con mis propios ojos cuando tenía 16 años.
A sus amigos los agasaja, pero ¿qué hace con sus enemigos?
Lo mejor que puedes hacer con un enemigo es aprender de él si tiene talento. Y si no, ignorarle, que es la mejor terapia. ¿Qué es peor, que te censuren o que te ignoren? Pues lo segundo, claramente. Ahora mismo si te censuran te están haciendo una promoción que te cagas. Que tu obra no tenga visibilidad, que te cierren puertas en festivales y emisoras de radio, es fatal para un artista.
¿De qué enemigo ha aprendido más?
No lo voy a decir porque mis competidores se empezarían a fijar en él. Tengo varios, claramente. A un hombre se le valora por la calidad de sus enemigos.
En eso es usted como Oscar Wilde, que elegía a los rivales por su inteligencia.
Por supuesto, y los míos tienen que ser muy inteligentes. Me alegra que menciones a Wilde, un hombre al que hoy quemarían en la hoguera.
¿Y a usted no?
Lo han intentado muchas veces. Me han censurado, han inventado noticias falsas sobre mí, me han amenazado tantas veces que he perdido la cuenta, han puesto carteles con mi cara en una diana por las calles de Barcelona… Incluso utilizaron una foto en la que salía caracterizado de falangista en una película. La buena nueva (2008), en la que trabajé sin cobrar, para decir en las redes sociales que yo era de la Falange. Por eso, cuando sale alguien diciendo por ahí que le han censurado yo me parto el culo. Lo que hay que hacer es aprovechar eso en tu beneficio y montar un campañón. Nunca llorar, porque a este negocio se viene llorado de casa. Lo demás es espectáculo.
Si tuviera que indicar el nivel de peligrosidad en el que está ahora, ¿en qué punto lo situaría?
Esto va como va. Las entrevistas son un deporte de riesgo, por ejemplo. Cada vez es más difícil conceder una. Los medios viven de los clics y se quieren ir a por ti lo harán. Por eso nosotros grabamos todas las entrevistas. Si hay algún problema, vamos a tribunales. Hace unos años esto no ocurría, porque, querido, nadie pensaba que la prensa llegaría a este punto. Se ha hecho imposible hablar de música, como nos está pasando ahora.
El disco concluye con El resucitado, que tiene una sección de vientos y una base rítmica que suena a música disco de los 70.
Está hecho con toda la intención. Quería que el álbum terminara como una fiesta. La imagen del resucitado es perfecta para referirse a muchas cosas que me interesan: alguien que supera una enfemedad grave, que vuelve de un destierro o de una travesía por un desierto personal… Y además cuenta una historia muy bonita sobre la ciudad de Barcelona.
Es una pena que no quiera hablar de nada de lo que ha sucedido en la ciudad, porque seguro que tendría mucho que decir al respecto.
Es que no vivo ahí desde hace quince años. Barcelona sigue presente en el disco porque está en mi ADN. Sé lo que ha pasado por mis amigos, por la gente a la que quiero, pero no puedo hablar con autoridad de eso. No me creo nada de lo que sale en las teles. Hay artistas que no opinan porque no se quieren significar, pero hay otros como yo que pensamos que es necesario tener un gran sentido de la responsabilidad.
https://youtube.com/watch?v=aomWE3A_giw%3Frel%3D0
¿En quién pensaba cuando posaba para la portada?
Hay cosas de Gary Cooper en El manantial, la adaptación de la novela de Ayn Rand, también de Robert Mitchum y de los grandes referentes del cine negro. También dicen que es un género en crisis. Antes te decía que me parece preocupante que alguien no sepa quién es el Capitán Ahab. Pues me parece todavía más penoso que en una presentación de El halcón maltés en el canal TCM un director español dijera que la había visto en un avión. Me estoy refiriendo a Alejandro Amenábar. También decía que sus amigos se extrañaban de que viera películas en blanco y negro, que entendía que esas películas ahora no se pudieran hacer por lo machistas que son… Así vamos muy mal. Hay que tener un poco de respeto por gente como John Huston, Raymond Chandler o Dashiell Hammett.
Con el paso del tiempo sus referentes se han movido más hacia el cine y la literatura.
Es que para mí todo eso forma parte de mi cultura del rock: cine, arte, comic, teatro, poesía… Cuando tenía 13 años escuchaba a Lou Reed precisamente eso, que el rock era el arte global del S XX. También a Paul Simon mencionando a Dylan Thomas en una de sus canciones, que me hacía ir corriendo a leer algo de ese poeta. El rock que he escuchado me ha llevado a conocer cosas distintas, nunca he sido un ortodoxo. Empecé siendo un teddy boy con 15 años, luego un punk rocker, viví desde el glam rock hasta la new wave y continué evolucionando hasta hoy. No me interesa el malditismo, me gustan los ganadores.
¿Cree que hay artistas actuales que han heredado su actitud?
Yo no voy a hablar de nada más que de mí. Todo el mundo quiere ser rock. Flamenquitos, cantantes melódicos, políticos, raperos… Todos quieren molar y nada ha habido más molón que la estrella de rock. Por mucho que digan que el rock va a menos, todos quieren ser como una estrella de rock, tirarse el rollo, ir de malotes. A mí me hace gracia, la verdad. Ahora, cuando veo algunos dárselas de tipos duros no sé qué pensar. Yo me he criado con auténticos tipos duros. Las bandas que empezaron a mitad de los 70 como Ramoncín y Burning, vivían en un terreno fronterizo con la delincuencia, y yo me he criado con eso. Me sigo identificando con ese orgullo barrial, el de sé de dónde vengo y adónde quiero llegar. Sí lo veo en gente joven. Antes que yo la gente quería ser torero, por ejemplo.
¿Se ha domesticado el rock?
Quizá se ha banalizado. He visto anuncios de una empresa española de ropa que vende en todo el mundo con modelos vestidos de Teddy Boy. Eso ya pasó en el 77. Un grupo de rockers nos plantamos en El Corte Inglés a montar un pollo porque habían sacado una moda rock joven. Teníamos 15 o 16 años y fuimos a asustar, aunque no asustábamos una mierda. Les dijimos qué coño hacían con esa ropa ahí, imitando lo que para muchos era un estilo de vida. Algún maniquí tiraríamos pero sacaban una porra y salíamos corriendo, éramos unos niñatos.
¿Tiene alguna revolución pendiente?
A nivel social yo ya he estado donde tenía que estar y cuando había que jugársela me la he jugado. No ha habido nadie en este país que haya hecho dos documentales de género y yo los he producido cuando aquí nadie hablaba de estos temas. Ahora muchos dicen que son feministas, pero habría que verles dónde estaban hace 15 años. Simplemente uno se adelanta los tiempos, estas cosas pasan. Ahora lo que me interesa es demostrar que un artista a partir de cierta edad puede tener una carrera superior a la anterior. Hasta hace muy poco se pensaba que cuando alguien pasaba la barrera de los 45 años estaba perdido. Conmigo se ha visto que no, y seguirá siendo así, ¿me entiendes?
Entrevista publicada el 20 de noviembre de 2019.
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