Si quería mudarse a Nueva York y estudiar interpretación, Grace Kelly tenía que vivir en el Barbizon. Era el único mandato que su padre, John Brendan Kelly, le exigía tras su petición de dar rienda suelta a su ambición e iniciar sus estudios en la Gran Manzana. Por entonces era la década de los años 40, el inicio de una etapa en la que un gran número de mujeres pudieron, al fin, perseguir sus sueños. Y Nueva York era el lugar espacio temporal más idóneo para hacerlo.
El alojamiento del número 140 de la calle 63 en el Upper East Side era el place to be para ellas. Una excusa perfecta, el puente que les ayudaría a estar, no solo en el sitio adecuado, sino también en el momento adecuado.
Haciendo esquina con la avenida de Lexington Ave, el hotel Barbizon era una residencia solo para mujeres en la que podían impulsar su carrera artística con total seguridad y protección. Tanta fama obtuvo que Judy Garland, guiada por el temor de ser mujer en una gran ciudad, también envió a su hija, Liza Minnelli, a lo que se convirtió en un hogar.
Dicen que el precio del Barbizon rondaba los 20 dólares semanales, pero que el acceso a este exclusivo hotel no era fácil. Había que demostrar un respaldo económico fiable que garantizara el pago del alquiler, cartas de recomendación y, las malas lenguas afirman que también las candidatas debían cumplir determinados criterios de belleza. Nada podía manchar la reputación del prestigioso hotel y por entonces una mujer creativa y artística no se concebía sin la belleza.
La historia de este peculiar hotel la recogerá ahora Jennifer Lopez en una película que producirá, denominada Backwards in Heels y que, aunque pocos son los detalles que se conocen de su trama, se espera que se estrene a principios de 2023, una fecha en la que llegaría 96 años después de su creación, en 1927.
El Barbizon fue una salvaguardia para las mujeres de la época. Desde los años 40 comenzó a ganar fama y en los años 60 logró su máximo apogeo llegando a acoger a personalidades reconocidas y aplaudidas a día de hoy. Molly Brown fue una de las primeras huéspedes del hotel, pero después de ella una amplia lista de nombres lo coronaron: desde Joan Crawford o Anne Beattie, pasando por Joan Didion o Sylvia Plath.
La decoración de las habitaciones carecía de ornamentos innecesarios, sus instalaciones tenían piscina y azotea con jardines y se organizaban reuniones para jugar a las cartas, leer o tomar té. Las normas, por supuesto, inamovibles: nada de hombres, ni de alcohol.
Fue en la década de los años 70 cuando comenzó a cuestionarse el concepto sobre el que versaba el hotel y a tacharse de ambiguo y, en los años 80 cuando, por primera vez, un hombre pudo dormir en sus estancias. Hasta entonces fue un puente creativo, un espacio de liberación, un estudio de creatividad. En el Barbizon nacieron grandes historias. Barbizon creó su propia historia.
Fuente: Leer Artículo Completo