Hay dos fechas para la boda de Luis Miguel Dominguín y Lucía Bosé, porque, sin pretenderlo, tuvieron que casarse dos veces. La primera fue el 1 de marzo de 1955 en Las Vegas, como las estrellas de Hollywood, como “en las películas”, como Alaska y Mario, como la fantasía kitsch escapista que todavía hoy persiguen muchas parejas, pero en un tiempo en el que el español corriente y moliente no soñaba ni con poder salir del país. La otra fecha de boda es el 16 de octubre de 1955, por la Iglesia, en la finca familiar, con la novia tocada con una mantilla y embarazada, para ser más tópica todavía. Esa diferencia entre ambas ceremonias ilustra a la perfección la dicotomía de lo que eran Dominguín y Lucía Bosé como pareja y por separado. Dos mundos. Dos realidades. Los personajes y las personas que había detrás. Los seres humanos que fueron, que son, y los mitos imperecederos.
A priori, ya resultaban una pareja un poco curiosa. Ella era una actriz italiana recién llegada a España para rodar Muerte de un ciclista, de Juan Antonio Bardem. Su belleza había sido el primer pasaporte para dejar atrás una vida de pobreza y privaciones marcada por la segunda guerra mundial (un bombardeo la tuvo aislada de sus padres, un soldado nazi casi la viola…), belleza que le había dado el título de Miss Italia a los 16 años, dejando a la también despampanante Gina Lollobrigida en segundo lugar. Pero lejos de los tópicos que se asocian a las ganadoras de este tipo de concursos, Lucía poseía reputación de actriz seria, vinculada a Antonioni y a la órbita de lo que entonces era “la crema de la intelectualidad” y algunos años después pasaría a ser lo “progre”.
Luis Miguel Dominguín era, según su propia ausencia de falsa modestia, “el número 1”. Algo a eso tendría que decir su gran rival, Antonio Ordóñez, casado además con su hermana Carmen para su disgusto eterno (y padre de Carmina Ordóñez). Sino el número 1, como él se había autoproclamado, seguro era uno de los primeros toreros de la época, más chulo que un ocho, superviviente del hambre de la guerra civil, maestro de la publicidad cuando apenas se usaba el término y capaz de ser el favorito de Franco, al que tuteaba y con el que acudía con frecuencia de cacería, pero también de Picasso y de Hemingway. Un invitado al Pardo que se codeaba con lo más rancio de la moral nacional-católicaal mismo tiempo que forjaba su más que merecida leyenda de Don Juan. “Luis Miguel no se hubiese puesto delante de un toro si no hubiese habido mujeres en los tendidos”, afirma su biógrafo Andrés Amorós. Entre su lista de conquistas, atención la retahíla, se contaban Zsa Zsa Gabor, María Félix, Lana Turner, Olivia de Havilland, Anabella Power, Yvonne de Carlo, Rita Hayworth, Brigitte Bardot, Romy Schneider, Lauren Bacall o Ira de Furstenberg. Pero el más famoso de todos sus romances tal vez fue el que tuvo con Ava Gardner, que nos dejó la anécdota –si no real, merecería serlo– de la más chocante fase post coitum de la historia: “¿A dónde vas?” “¡A contarlo!”.
Precisamente por Ava se cruzó por primera vez su destino con la que acabaría siendo su esposa. En el 53 Ava Gardner conoce en Roma a Walter Chiari, pareja entonces de Lucía Bosé, su compañera en varias películas de momento. Chiari se obsesiona con Ava, que entonces mantenía un turbulento –y abierto– romance con Dominguín. Ya finiquitada esa relación, Lucía y Dominguín se conocen en diciembre del 54 en Madrid, en una fiesta en la embajada de Cuba. Él se enamora al momento con ella y le pide que se case con él antes siquiera de que se den un primer beso. La de Lucía y Luis Miguel fue una de esas pasiones volcánicas que no atienden a razones. Al principio él no hablaba ni pizca de italiano y ella apenas empezaba a familiarizarse con el castellano, pero, en una tradición que luego seguirían Naomi Campbell y Joaquín Cortés, eso no les impidió amarse “durante tres días y tres noches, ininterrumpidamente”, recordaría ella en sus memorias, en una habitación del hotel Castellana Hilton (el actual InterContinental).
A los tres meses escasos de haberse conocido se marcharon a Las Vegas porque Dominguín no quería “invitar a medio país” a su boda. La actriz Miroslava Stern, amante de él, se suicida en su casa de México al enterarse de la noticia, con, dice la leyenda, fotografías del torero en sus manos. Mientras, Ava Gardner y Walter Chiari se convierten en pareja, pero mantienen una buena amistad a cuatro bandas con sus ex respectivos. Civilización, le llaman.
Esta aura de sofisticación internacional se daba de bruces con una realidad: estaban en España, y en la España del 55 un matrimonio por lo civil en Las Vegas no es que fuese poco serio, es que no era legal. No podía permitirse que el torero amigo de Franco, relacionado con la flor y nata de la sociedad, viviese en pecado. En el 47 Luis Miguel había comprado la finca de Villa Paz, en el pueblo conquense de Saelices, junto a las ruinas de Segóbriga. Allí les casó el cura del pueblo, y allí tuvo lugar también el bautizo de su primer hijo, Miguel, el 12 de julio del 56. “Me empeñé en que fuera Luchino Visconti su padrino”, recordaba Lucía Bosé en sus memorias escritas por Begoña Aranguren. “La madrina fue mi amiga Margherita Varzi y nosotros estábamos tan ilusionados con nuestro primogénito que aprovechamos la ocasión para organizar una fiesta divertidísima con tentadero, flamenco y muchísimos invitados. Entre ellos se encontraba Sophia Loren”. No solo la Loren frecuentó el pueblo: la ubicua Ava Gardner (ya amiga íntima de Lucía), Audrey Hepburn y Mel Ferrer, Humberto de Saboya, Salvador Dalí y Gala, Rainiero de Mónaco, Yul Brynner, Claudia Cardinale o Truman Capote se dejaban ver por allí o por el legendario chalet de Somosaguas. La pareja Dominguín-Bosé funcionaba como un imán del mundo artístico e intelectual internacional que veía en España la mezcla perfecta entre folclore atrayente, buen clima, fiestones y libertad… en la paradoja de un país en el que para la inmensa mayoría de la población estaba vedado todo eso.
Lucía Bosé también vivía en carne propia las contradicciones de amar a un hombre tan refinado y fascinante en lo exterior y tan clásico y carpetovetónico en lo interno. “Cuando empezamos a comprender quién era él y quién era yo, empezó la crisis”. “Prohibido hablar italiano. Prohibido cocinar pasta. Prohibido usar mantequilla”, relataba ella sobre las órdenes de su marido en los inicios de su relación. La mujer independiente que había sido amante de Eduardo Visconti, musa de Antonioni y protagonista de Bardem veía ahora que su marido le prohibía trabajar. “El torero”, como se refería ella siempre a Dominguín, quería a lo que entonces se conocía como una mujer de su casa. Al nacimiento de Miguel siguieron el de Lucía y Paola, y después tuvieron un cuarto hijo, Juan Lucas, que murió al mes de vida por una infección vírica. Mientras, Luis Miguel le ponía a Lucía los cuernos de forma sistemática.
Pero hubo una infidelidad imposible de pasar por alto: en el año 67 Lucía descubre que Luis Miguel está liado con su prima hermana Mariví, 20 años menor, y a la que ella había criado en su casa como una hija más. “Aquel interés en su prima fue creciendo, traspasando poco a poco las fronteras del amor puramente familiar”, relataría Mariví en sus memorias. El golpe fue terrible. Según Mariví, Lucía intentó matarla con un cuchillo, y aquella noche hubo un incendio en la casa, difícilmente atribuible a la casualidad. Se cuenta que Lucía tuvo que amenazar con una escopeta a su marido para que le cediese la casa y la custodia de los niños. Para mantener a su familia, volvió al cine, a medias entre Italia y España. Nunca le concedió la anulación del matrimonio eclesiástico.
En el año setenta se produjo un escándalo mayúsculo cuando la revista Garbo publicó unas fotos de la pareja de Mariví y Luis Miguel en la intimidad. En portada, ella se recostaba sobre él, ambos en bañador. En las páginas interiores, Mariví le quitaba al torero espinillas de la espalda. Todo era tan explícito que nada más llegar a los kioskos el número fue expedientado y retirado; España todavía era una dictadura.
La relación entre primos siguió varios años más, hasta que Mariví le comunicó al torero que estaba embarazada. Él puso en duda que el hijo fuese suyo y la echó de casa. Meses después nació Leo, que ella siempre defendió que era hijo de Luis Miguel. En los siguientes años de su vida Mariví mantendría relaciones con personalidades famosas como Augusto Algueró, el marido de Carmen Sevilla, o el doctor Abril, antes de morir de cáncer en 1994.
Luis Miguel, aparte de su tren de romances habitual, mantuvo relaciones estables conla chilena Pilía Bravo, y acabaría casándose de nuevo con Rosario Primo de Rivera, sobrina de José Antonio. Ya convertido en “el padre de Miguel”, se retiró en Marbella, convertido en un personaje más de la jet set que poblaba la ciudad. Vendió su finca La Virgen por 12.000 millones de pesetas justo antes de morir en 1996. Con él desaparecía toda una forma de entender el mundo y la forma de estar en él. Alguien que representaba los valores más autoritarios de una época oscura y a la vez irradiaba la parte atractiva y glamourosa de ese mismo tiempo. Una personalidad arrolladora dotada de tal carisma que nadie permanecía ajeno a él.
Lucía siguió viviendo en España, convertida también en la madre de Miguel Bosé, y completó su transformación de la belleza extranjera que no encajaba ni en la familia de Dominguín ni en la España del franquismo a la excéntrica señora de pelo azul adorada por el público. Proyectos como su fallido museo de los ángeles de Turégano (Segovia) eran solo una muestra más de esa forma de vida fuera de lo común que parecía haberla adornado desde siempre. Invitada frecuente en programas del corazón, su presencia siempre garantizó titulares, además de estar de forma constante de actualidad por motivos tan tristes como la muerte de su nieta Bimba, la controvertida separación de Miguel Bosé o la acusación de apropiarse de un Picasso que pertenecía a una señora del servicio doméstico. Escándalos aparte, Lucía Bosé pasó por Miss a la que el título saca de la miseria, por musa de una de las cinematografías más impresionantes del mundo o por mamma de una dinastía fascinadora. En todo ello supo, incluso en las circunstancias más adversas, simbolizar una fantasía de escapismo y libertad.
Artículo publicado originalmente el 2 de marzo de 2019 y actualizado.
Fuente: Leer Artículo Completo