No dispare a la ameba

Texas es ese territorio icónico del cine y de la Historia americana donde Dios creó a los hombres pero fue Samuel Colt, dice la leyenda, quien los hizo iguales. Ese estado en el que aún hoy los western son estilo de vida y los vecinos pueden portar revólveres en las cartucheras o ir al supermercado a comprar brócoli congelado con rifles de asalto a la espalda. Allí, desde hace más de dos décadas, un movimiento político reivindica la independencia del estado. Texas, por sí solo, con su petróleo, sería uno de los países más ricos del mundo, y no quieren pertenecer a un estado federal con una burocracia federal y un presidente en Washington porque, argumentan, les roba. Prefieren a uno de los suyos en Houston, o en Austin, o incluso en Dallas, aunque en Dallas, desde que mataron allí a Kennedy y forjaron su mito, son más demócratas que republicanos y los cantantes de country hacen versiones de Lady Gaga (lo juro sobre la Biblia de los moteles porque lo he visto).

En ese Texas donde algunos, muchos, quieren hacerse un Texit, como lo han bautizado, siguiendo el ejemplo de los ingleses, el gobernador declaró a comienzos de semana el “estado de desastre”. Y no por el Covid, sino porque ha aparecido en un suministro de agua una ameba capaz de devorarte el cerebro hasta matarte. Una ameba unicelular, lo más básico de la escala evolutiva o del creacionismo, que para el caso lo mismo da, capaz de aniquilar toda una vida. Inteligente, se supone.

A veces la naturaleza es sorprendente. A veces no, siempre. Pero en esta ocasión, además, también maravillosamente reveladora. En una época en la que la mayor amenaza no es el rebrote del virus, sino el de estupidez, un bichito invisible, anodino, apenas desarrollado solo para vivir, devora a los texanos y de nada sirven las armas porque no se pueden matar amebas a cañonazos. Tal vez esa naturaleza, más sabia que nosotros, también esté en estado de alarma y nos envíe señales así, microscópicas, para que pensemos en tantas amebas que nos rodean, tan invisibles e inútiles como la de Texas, y a cuya merced estamos, dejándonos roer el cerebro y la, en teoría, inteligencia.

David López Canales es periodista freelance colaborador de Vanity Fair y autor del libro ‘El traficante’. Puedes seguir sus historias en su Instagram y en su Twitter.

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