La ensayista y escritora polaca Olga Tokarczuk y el novelisa y dramaturgo austriaco Peter Handcke han sido los ganadores de los Premios Nobel de Literatura de 2018 y 2019 respectivamente.
Para renovarse, unos se hacen un lifting y otros cambian de vida. La Academia Sueca optó por lo primero hace ya años, cuando con el Nobel de Literatura empezó a premiar autores y realidades de otros países y otras culturas más allá de Europa o del EEUU blanco. En los últimos tiempos han recibido muchas críticas, especialmente en su país, donde varias voces aseguran que su labor no interesa, entre otras cosas porque no cambian a la misma velocidad que los tiempos. Fueron ellos, sin embargo, los que premiaron en 1945 a la chilena Gabriela Mistral en un momento en el que no había cada día una tertulia sobre lo políticamente correcto o el #MeToo. Es cierto que a ese jurado le costó más de veinte años volver a salir de Europa y EEUU para darle mérito a un autor. Lo hizo con el guatemalteco Miguel Ángel Asturias.
En 1993, le dieron el galardón de las letras a Kenzaburo Oé –casi 30 años después de habérselo dado al primer japonés, Yasunari Kawabata– y un año después, a Toni Morrison, primera mujer negra en recibirlo. Todos se llevaron a sus casas el mismo premio que en 1907 había reconocido a Rudyard Kipling, –el más joven en recogerlo, tenía 41 años– un autor que de premiarlo hoy, le daría a la academia sueca un buen dolor de cabeza. Que le pregunten a Boris Johnson, que a punto estuvo de causar un incidente diplomático al cantar uno de los versos de The Road to Mandalay en su visita a Birmania: un autor tachado hoy de colonialista, provocó que al entonces primer ministro lo acusaran de “falta de sensibilidad”.
La sensibilidad, como la mirada, cambia con los épocas. Lo dice la propia Tokarczuk en sus escritos. Para hacerlo visible, se pueden exhibir otros adornos y puestas en escena, como cuando hace dos días en la misma Academia, la encargada de anunciar elPremio Nobel de Química no recitó a Kipling sino las primeras frases de la canción de cabecera de la serie Big Bang Theory. Un detalle simpático, nada más. Hace tres años, el guiño a los espectadores contemporáneos fue más allá y le dieron el Nobel de Literatura a Bob Dylan: fue el particular clickbait de la Academia Sueca.
Si el mundo es global –y los Nobel le hablan al mundo– no puede ignorar lo que ocurre en rincones donde no llega un vuelo sin escalas. Tampoco pueden persistir en cegueras más cercanas: por ejemplo, la de que sus 112 premiados en letras solo 16 sean mujeres siendo ellas más del 50% de la población y, a pesar de las dificultades para hacerlo, han escrito desde siempre. ¿Se las premia por ser mujeres? No, se las premia porque publican libros, títulos que a unos gustan y a otros no, como ha ocurrido siempre con los hombres premiados y nadie o casi nadie se pregunta si los han galardonado por su condición de hombres. Lo que intenta remediar esa mirada que los suecos han ido aplicando progresivamente –lifting tras lifting– es un desequilibrio histórico, no solo en la Academia, sino en todos los sectores y en todo el mundo.
Ahora bien, lo que ocurrió el año pasado fue más grave y como tal debió tratarse. Que Jean-Claude Arnault, marido de una de las miembros de la Academia, Katarina Frostenson, esté cumpliendo condena por violación, precisaba algo más que posponer el premio. Del mismo modo que quedaron dos sin dar durante la Primera Guerra Mundial y cuatro durante la Segunda, dejarlo desierto en 2018 –como un luto– hubiera sido más acertado. Porque la nueva ola feminista no es una guerra –no al uso– pero sí un terremoto social llamado a cambiar los cimientos, no el aspecto del sistema. El caso, en los tiempos del #MeToo requería una medida así, no darlo un año después y además, a una señora, Olga Tokarczuk, como si en lugar de un premio fuera un resarcimiento, lo que refuerza el argumento de quienes aseguran, muy cabreados, que hoy se premia al feminismo, no el trabajo de una mujer. Las sospechas sobre el mérito femenino son las mismas que hay sobre su palabra y su credibilidad. Eso no ocurre con ellos, a quienes para dudar de su trabajo se les da al menos el beneficio de que pase el tiempo: ¿dónde quedó la obra del propio Asturias, de José Echegaray o de Henrik Pontoppidan?
El Premio Nobel de Literatura, además, tiene un lastre añadido: el valor del resultado –un libro, un poema, un ensayo- es subjetivo. Nadie dudó en 2015 de que la doctora Tu Youyou ganara el de Medicina por su descubrimiento de la artemisina, utilizada para evitar millones de muertes en el mundo a causa de la malaria. Ahora bien, no hay que olvidar que el objetivo primero de los Nobel –sean de la Paz, de Química o de Literatura-, como el de todos los premios es perpetuar la continuidad de quien lo da, reconocer su labor y mejorar su imagen. Todo lo demás viene después.
Fuente: Leer Artículo Completo