Por qué Louisa May Alcott estaría orgullosa de la nueva ‘Mujercitas’

Leer Mujercitas es un rito de paso a la madurez desde hace siglo y medio para las adolescentes norteamericanas, al estar protagonizada por cuatro chicas que no se disculpan por caer en arquetipos femeninos: Jo es independiente y, por tanto, percibida como masculina; Meg es envidiosa; Amy es egoísta y frívola; Beth es un alma vieja. Tampoco se disculpa la novela por ensalzar valores como la inocencia, la solidaridad y la familia. Por eso en 1933 George Cukor arrasó en taquilla evocando, en plena Gran Depresión económica, la belleza de una América más sencilla, digna y generosa justo cuando más se acusaba a Hollywood de explotar el sexo y la violencia gratuitos.

Las dos tramas de amor de Jo —Katharine Hepburn— son comedias de enredo, humor físico y guerra de sexos típicas de los años treinta, pero por encima de todo Mujercitas es un relato sobre la austeridad: las hermanas llevan vestidos intercambiados para transmitir sus penurias económicas y solo el amor —Jo encuentra su feminidad, al fin, cosiéndole un botón a Bhaer— las salva de la miseria literal y metafóricamente.

Solo 16 años después, Mervyn LeRoy rodó, con el mismo guion, una superproducción en tecnicolor que se presentaba como una vitalista y exuberante evasión justo después de la Segunda Guerra Mundial. Pero los paralelismos con la guerra de Secesión en la que está ambientada la novela —los soldados como héroes, las mujeres como su apoyo incondicional— y el código Hays que ya se había instaurado para censurar cualquier atisbo de inmoralidad en el cine acaban arruinando el espíritu impetuoso, imperfecto e independiente de Jo: pierde su vulgaridad para ser una adorable chica de al lado, no genera ninguna intimidad con Laurie para no quedar como una lisonjera cuando lo rechaza —parece que él se enamora sin motivo— y no aprende ninguna lección en toda la película, de modo que es tan infantil en la última escena como en la primera. Los vestidos hacen a las hermanas March parecer modelos de alta costura, especialmente a Liz Taylor como Amy, que se adueña de todas sus escenas con un glamour, una sensualidad y un desparpajo que te recuerdan constantemente que estás viendo una superproducción del Hollywood de los cuarenta, no un drama costumbrista ambientado en el siglo XIX.

La versión de 1994 incluyó más de las escenas cotidianas que enriquecían la novela y ahondaban en las contradicciones emocionales de los personajes y también apostó por un feminismo explícito impensable en los años treinta o cuarenta, con varios hombres despreciando a las protagonistas o dándole por fin a Meg una escena en solitario para retratar sus inseguridades físicas. Susan Sarandon aportó agallas a la anodina matriarca, que ahora participaba activamente en casi todas las decisiones de sus hijas educándolas para no resignarse en un mundo que estaba diseñado para ser injusto con ellas: “Laurie es un hombre, nadie lo critica porque es más difícil rebajarlo que a nosotras”.

La inteligencia ahora tiene más valor que la belleza o el virtuosismo, e incluso las March se permiten reflexiones sociales sobre la discriminación contra los negros, la explotación infantil en China o el machismo de las élites intelectuales y de poder. Un ejecutivo sugirió que la ambientasen en los noventa, con las March disgustadas por no poder comprarse un coche por Navidad, pero la obstinación de las productoras por recrear casi paso por paso la novela y construirla en torno a la intimidad familiar la mantienen, 25 años después, como la adaptación más fiel a la historia que escribió Louisa May Alcott en 1868.

Por eso Greta Gerwig ha apostado por una reimaginación all stars. Su estructura de saltos temporales agrava el contraste entre felicidad y miseria que Alcott siempre pretendió: un cuento sobre la vida y cómo las pequeñas anécdotas y los grandes eventos, las alegrías y las tristezas pueden tener un calado similar en las personas. Gerwig ignora el contextohistórico para centrarse en la psicología de las hermanas, de modo que la película resulta no solo una recreación de la novela sino un comentario de texto, un ensayo teórico y un debate de club de lectura. Pero sobre todo es una celebración de lo lejos que ha llegado esa causa feminista que Louisa May Alcott jamás se atrevió a pronunciar en voz alta.

Si la versión de 1933 es conocida como “la de Katharine Hepburn”, la de 1949 como “la de Liz Taylor” y la de 1994 como “la de Winona Ryder”, esta es “la de Greta Gerwig”. Ella es la Jo de esta historia, la mujer que encuentra su voz al construir una obra que solo podría haber creado ella: las reflexiones, guiños y relecturas propias que inserta son audaces y con carácter, pero no adulteran la obra original. Su mayor triunfo es mirar atrás con agradecimiento, no con condescendencia ni amargura, homenajeando la novela, reivindicándola y manteniéndose fiel a su luminosidad sin caer en el cinismo del siglo XXI. Por eso no hay que avergonzarse de llegar a una conclusión tan cursi como esta: Louisa May Alcott estaría orgullosa.

Las otras Jo

Cuatro de las actrices que han interpretado a la más rebelde de las hermanas March.

Katharine Hepburn (1993)

La Jo más glamurosa, pero también la única que abraza encantada su masculinidad. Hepburn aceleró el ritmo de todos sus diálogos.

Winona Ryder (1994)

Columbia solo aceptó producir la película si Ryder la protagonizaba. Consiguió una nominación al Oscar y arrasó por sorpresa en taquilla.

Maya Hawke (2017)

Mucha gente en Twitter se sintió devastada, como Joey en Friends, al descubrir en esta adaptación de 2017 de la BBC que Beth moría.

Saoirse Ronan (2019)

La Jo más caótica, más divertida y más asalvajada es también la única que deja brillar a sus compañeras, como Jo habría querido.


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