¿Quién mató a J.R.? La pregunta que paralizó el mundo cumple 40 años

17 de agosto de 1982. En un bar cualquiera de cualquier pueblo de vacaciones las sillas están giradas frente a la televisión y en las mesas Larios con tónica –el gin tonic viril–, algún café irlandés –la excusa de las señoras para dar un lingotazo– y las Trina Piña Colada de los niños a los que sus padres han chantajeado con una torre de monedas de cinco duros para el Space Invaders porque esa noche no hay que molestar a los mayores. Ni en los bares de los pueblos vacacionales ni en las casas de los que las ya las habían gastado antes de la última quincena. Los mismos televisores ante los que habían visto la humillante derrota de España en su propio mundial y a Bernard Hinault ganar el Tour de Francia al ritmo de Me estoy volviendo loco. Insólitamente, y como novedad, esa noche no era un acontecimiento deportivo lo que mantenía a toda España unida frente al televisior, desde el Cabo de Gata hasta Finisterre.

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Aquel martes de canícula, alas diez y media de la noche los espectadores se acomodaron en sus sofás cuando el final de 300 millones dio paso a una de las cabeceras más emblemáticas, copiadas y parodiadas de la historia de la televisión. 55 minutos después, con los ceniceros de Cinzano repletos de colillas de Winston de contrabando, España entera se hacía la misma pregunta: ¿Quién disparó a J.R.?

Nunca lo vimos, o al menos no por las vías convencionales. Lo vieron unos años después los espectadores de las televisiones autonómicas, porque el éxito de la serie provocó que su precio se disparase y TVE prefirió no pujar. Hubo que esperar cuatro años para que la tercera temporada apareciese en el mercado doméstico de vídeo y pudiésemos contemplar un momento que fue más icónico en su potencia que en su acto.

Aquella noche de agosto no había nada más que importase en España, pero lo cierto es que la serie había llegado a TVE de tapadillo, en el UHF y sin ninguna fanfarria.Hasta que el boca oreja la puso en su sitio: el horario estelar de los martes en "la primera". Dallas no ofrecía nada que no hubiésemos visto antes, pero como uno de esos nuevos centros comerciales que se empezaban a fraguar en las afueras de las grandes ciudades, nos lo ofrecía todo: era La casa de la pradera cruzada con Yo, Claudio. Tenían un malo más malo que Falconetti y una familia tan ambiciosa como la de Capitanes y Reyes, hasta habíamos visto sus sombreros en la cabeza de McCloud. Pero a pesar de aquellos sombreros vaqueros, el petróleo y los millones, sólo era una historia de una familia que se odiaba, se traicionaba y se destruía. Nada que cualquier familia media española no hiciese por una herencia complicada o un quítame allá esas lindes.

Dallas se vertebraba sobre el odio entre dos hermanos, algo tan viejo como el Génesis y se adornaba con sexo, lujo agreste y frases lapidarias. Pero sobre todo ofrecía un espectáculo inédito: ricos sufriendo.

Su casting era un revoltijo de estrellas venerables con Barbara Bel Geddes, que había sido rubia de Hitchcock en Vértigo, al frente; jóvenes promesas y algunas caras conocidas de la televisión como el Larry Hagman de Mi bella genio. Pero esta vez no interpretaba a un personaje cándido, tierno y enamorado, sino a una auténtica serpiente de cascabel de las que reptaban por el desierto texano. J.R. era el personaje a quien necesitabas odiar al final del día. Nadie más importaba y mucho menos el pánfilo Bobby y la abnegada Pamela –estrella de los chistes más soeces de una época humorísticamente muy poco refinada–. Todos eran comparsas en su vida, sólo servían para recibir sus puyas: “Eres una borracha y una madre inepta, cuanto antes te interne en un sanatorio, mucho mejor para todos”, le espetaba a la pobre Sue Ellen, el único personaje que persiste en los corazones por representar por primera vez una mujer que se refugiaba en la bebida como en un spa en las Bahamas. Mentar a Sue Ellen sigue significando cuatro décadas después darle un buen tiento al vodka a escondidas. ¿Quién podría culparla? Era la sufridora en casa, no había alcohol en todas las destilerías de Kentucky para olvidar los desplantes de su marido y la irritante perfección de su cuñada. El único personaje que competía en popularidad con el de Hagman había sido fruto de una casualidad: en su origen Dallas iba a ser una miniserie y el papel de Linda Gray testimonial, pero su inmenso talento y su química con Hagman provocó que acabase siendo uno de los mayores atractivos de la serie.

Las audiencias estaban disparadas y CBS quiso exprimir un poco más el éxito añadiendo capítulos a la segunda temporada. Como la guionista Camille Marchetta le contó a Lynette Rice en Entertainment Weekly,la idea más brillanteque se fraguó en esa sala de guion surgió por casualidad: "Un día estábamos todos sentados, decidiendo cómo íbamos a terminar la temporada y dije ‘Vamos a disparar al bastardo’. Había muchas personas implicadas en el show así que para mantenerlo en secreto, filmamos múltiples finales. Ni siquiera estaba claro si J.R. iba a morir ¡No creo que ninguno de nosotros pensara que iba a ser tan importante!”. Fueron conscientes cuando intentaron desvalijar su oficina para robar el guion, las casas de apuestas británicas empezaron a apostar por el supuesto asesino y la Reina Madre preguntó a Larry Hagman quién le había disparado. También el ex presidente Gerald Ford intentó usar sus influencias para sonsacárselo al productor Leonard Katzman y la incógnita de aquel capítulo final acabó formando parte de la campaña electoral: los republicanos distribuyeron chapas con el eslogan "Un demócrata disparó a JR" mientras el demócrata Jimmy Carter hacía campaña en Texas al grito de: "Vine a Dallas para averiguar confidencialmente quién le disparó a J.R."

"En este punto, ¿qué era más grande, tu ego o tu sueldo?", le preguntaba Katie Couric a Larry Hagman en el 30 aniversario del cliffhanger más famoso de la historia. "Mitad y la mitad", respondió el actor.

En un mundo que estaba lejos de ser global, Dallas se había convertido en una obsesión internacional. 350 millones de espectadores en 57 países vivían pendientes de las altas y bajas pasiones de los Ewing. Aquel cliffhanger, momento de gran tensión con el que acaba un capítulo, no era el primero que se había visto, pero sí fue el primero que trascendió hasta convertirse en un referente pop. Y tuvo mucho tiempo para hacerlo porque los espectadores tuvieron que esperar un par de meses adicionales debido a una huelga de actores. ¿Se mantendría la intriga o caerían en el olvido? Cómo iban a olvidarlo si la frase Who Shot J.R.? les perseguía desde los rincones más impredecibles del merchandising, desde la portada de Time a las tazas del desayuno. En pleno año electoral las pegatinas para los parachoques con lemas sobre J.R. superaron a las que apoyaban a Carter o Reagan.

¿Y cuál era la respuesta a la gran pregunta? Nadie lo sabía. Se habían filmado todas las opciones para evitar filtraciones y para que los guionistas tuviesen alternativas. Ni siquiera se sabía si J.R. estaba vivo o muerto y cuando Hagman pidió un aumento porque estaba claro sobre quién se sustentaba la serie, estuvo a punto de estar muerto, pero la sensatez imperó. No había Dallas sin J.R.

Sue Ellen, por supuesto, era la primera candidata a empuñar aquel 38 humeante con el que terminaba la tercera temporada. Su archienemigo Cliff Barnes también. Kristen Shepard, la cuñada amante despechada, tenía muchas papeletas, así como Pamela, el seráfico Bobby, la mitad de los empresarios de Denver y hasta la abnegada madre del clan, harta ya de tirar del carro.

Y entonces el21 de noviembre de 1980, el viernes anterior a Acción de Gracias, se desveló el secreto mejor guardado: había sido Kristin, su ex amante embarazada, El premio gordo le había tocado a Mary Crosby, hasta ese día la hija del legendario Bing Crosby, a partir de ese día la respuesta a la gran pregunta: ¿Quién disparó a J.R.?. "Ser quien le disparó a J.R. me hizo una pregunta de Trivial", se enorgullecía Crosby,

Cuando dispararon a J.R. gobernaba Carter. Cuando se descubrió la culpable, Reagan ya estaba en el poder y el mundo se preparaba para sufrir un gran cambio. Los hombres como J.R. estaban a punto de hacerse con el poder, hombres furiosos, individualistas, arrogantes y sin ningún interés más que su trabajo, como a J.R. solo lo interesaba la Ewing Oil. Jimmy Carter, el Charles Ingalls de la política, decía adiós y se iba por la puerta de atrás.

Dallas demostró que el público no necesitaba capítulos autoconclusivos y estaba dispuesto a seguir durante decenas de semanas giros continuos: hijos secretos, gemelos malvados, falsas cegueras e incluso aceptar, como en el sueño de Pamela, que una temporada pudiese ser tan sólo un sueño (sí, el precedente de Los Serrano), una rueda de molino que Los Colby superarían con la abducción de Fallon. Dallas abrió una puerta por la que se colaron la suntuosa Dinastía y la rural Falcon Crest, el spin off Knots Landing y la tristemente efímera Flamingo Road, los malos imprescindibles como Alexis y Angela Channing y los fines de temporada en alto que sirven para renegociar contratos como la boda moldava de Dinastía.

Hasta el final de MASH, nadie le arrebató el récord de espectadores y hasta Quién mató a Laura Palmer ninguna otra frase de una serie de televisión tuvo un impacto cultural semejante. Aunque no consiguió el mayor premio al que un producto puede aspirar: ser parodiada por Los Simpson.

Por supuesto y como ya imaginaban los espectadores, J.R. se recuperaría y seguiría siendo igual de destructivo. Sobrevivió al final de la serie y recuperó su papel en la la nueva versión que TNT estrenó en 2012 y en donde compartió de nuevo escenario con sus viejos amigosLinda Grayy Patrick Duffy.

Larry Hagman también le dijo a Katie Couric que nunca se había se había cansado de interpretar a J.R. "Siempre fue un desafío, siempre fue divertido. Y estar trabajando tanto tiempo… ¿cuántos actores tienen la oportunidad de hacer eso?" ¿Y cuántos consiguen que millones de espectadores en todo el mundo se pregunten por el destino de su personaje? En todo el mundo menos en España, claro. Aquí aquella noche de verano sobre las mesas de los bares y las mesas camillas de los salones reposaban ejemplares de cualquier periódico destripando su final, como elABC que encabezaba su sección de televisión con un: "A todo cerdo le llega su San Martín, y hasta aquí ha llegado J. R. que esta noche, por fin, nos abandona en plena canícula. La oveja negra de los Ewing es herida, pero no muerta, gracias a la generosidad de los productores". Un par de meses antes el mismo ABC ya nos había desvelado quién era la asesina después de que el ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger se lo contase a unos periodistas alemanes.Se ve que los cliffhangers no son un secreto de estado.

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