Si el secreto de las estrellas para triunfar es tener una marca personal, Angelina Jolie es el supermercado entero: su fama es la más poliédrica que ha existido en Hollywood. Es un mito erótico como Marilyn Monroe, es realeza mediática como Liz Taylor y alterna dramas adultos con vehículos de acción como Charlize Theron. Adoptó una prole como Mia Farrow, visitó el tercer mundo como Diana de Gales y fue acusada de destrozahogares como Camilla Parker-Bowles. Tuvo una juventud salvaje como la de Syd Vicious, concedió entrevistas provocativas como Madonna y puso de moda el heroin chic como Kate Moss. Su atractivo mezclaba a Uma Thurman, a Elvira y a Lara Croft. Era una hija díscola como Paris Hilton, una embajadora de buena voluntad de la ONU como Audrey Hepburn y una mujer fatal bisexual que se excitaba con cuchillos como Sharon Stone en Instinto básico. Dirige cine social como Costa-Gavras, está tatuada entera como David Beckham y su vida privada tiene tanto público como el reality show de las Kardashian. Angelina Jolie resulta fascinante para el público porque su celebridad es la suma de muchas celebridades que no se excluyen entre sí, sino que alimentan un mismo mito: el conjunto del fenómeno Jolie es aún más grande que la suma de sus partes.
Hace ahora 20 años, en 1999, se estrenó Inocencia interrumpida y Hollywood se obsesionó con Angelina Jolie. Parecía una criatura sobrenatural, como si un adolescente hubiera dibujado a su mujer ideal pero con el glamour de las actrices clásicas y la actitud kamikaze de una estrella del rock. Su cuerpo estaba marcado por tatuajes (el más emblemático, “quod me nutrit me destruit” – lo que me alimenta me destruye – en el abdomen) y por las cicatrices de la época en la que se autolesionaba con cuchillos. Tenía 24 años y ya estaba divorciada del actor Johnny Lee Miller, quien le había ayudado a salir de las drogas tras, según ella confesó, probar todas las que existían. Su traje de boda estaba compuesto por unos pantalones de cuero y una camiseta en la que había escrito el nombre del novio con su propia sangre.
Cuando tenía 19 años se compró un piso en Los Ángeles y, mientras elegía el color para la moqueta, se puso a llorar porque estaba convencida de que no viviría para usarla. El primer recuerdo de su vida era mirar por la ventana desde su cuna (una biografía de Andrew Morton asegura que su madre Marcheline Bertrand, una actriz que lo había dejado todo para casarse con Jon Voight, no era capaz de mirarla durante años porque le recordaba al marido que las había abandonado) porque siempre quiso estar en otro lugar. A los 10 años estaba jugando con una amiga y se sintió incapaz de fantasear. A los 13 hizo un curso para trabajar como embalsamadora en una funeraria. “No me gustaba que nadie me tocase, no era capaz de sentir nada, no podía dormir. Así que hacerme cortes con cuchillos y sentir el dolor era mi única forma de sentirme viva. Era terapéutico” explicaba. Jolie también contó que, tras pedirle a su madre una caja extra de barbitúricos, se dio cuenta de que su suicidio haría sentir a su familia culpable. Así que empezó a ahorrar dinero en pequeñas cantidades para no levantar sospechas y contrató a un sicario para que la matase. El asesino a sueldo se apiadó de ella y le propuso que se tomase un mes para pensárselo mejor. Entonces Angelina encontró su salvación, como buena descendiente de la aristocracia de Hollywood, en las películas. “De repente la gente empezaba a comprenderme, pensaba que mi vida no tenía ningún sentido, pero me di cuenta de que no estaba sola”, confesaba.
Jolie recuerda que durante la adolescencia parecía un gnomo y en los castings solo buscaban a las nuevas Julia Roberts, Meg Ryan o Jennifer Aniston. Pero a los 20 su fisionomía exótica empezó a jugar a su favor y le consiguió papeles como la informática sexy de Hackers, la criminal hiperfemenina de Jugando con la muerte o la esposa sexualmente insaciable de un controlador aéreo en Fuera de control. En 1998 ganó el Globo de Oro por el telefilm George Wallace y repitió galardón al año siguiente por Gia, el biopic de la modelo bisexual adicta a la heroína que murió de sida Gia Carangi. En la alfombra roja, Jolie prometió que si ganaba se tiraría a la piscina durante la after party porque años antes la habían echado de esa misma fiesta por hacerlo: todos los paparazzi esperaron pacientemente a su lado durante toda la noche hasta que al final se zambulló en el agua con su vestido de Randolph Duke.
La prensa no se podía creer la lotería que le había tocado: una hija de Hollywood que no se hablaba con su padre (y aseguraba que su película favorita de él no era Cowboy de medianoche, sino Anaconda), que no tenía publicista ni agente y que hablaba abiertamente sobre sus relaciones con mujeres (la más conocida con Jenny Shimizu, su compañera en Jóvenes incomprendidas, mientras seguía casada con Miller). “Tiene proporciones atípicas” describía un artículo de Rolling Stone en 1999, “ojos enormes, nariz minúscula, orejas de elfo, largas piernas, sin caderas, pechos altos. Parece un cruce entre un personaje de anime japonés y un animal nocturno asustado que acaba de escaparse de una orgía en el bosque”. A Jolie le encantaba hablar sobre su colección de cuchillos, que ya no usaba para herirse a sí misma sino para los preliminares sexuales. A veces soñaba con asesinar a su padre pero para eso prefería un tenedor. Cuando le informaban del fenómeno de mujeres heterosexuales que confesaban sentirse atraídas por ella, la actriz lo celebraba: “Hacen bien, porque yo soy la estrella de cine con la que tienen más posibilidades se acostarse”.Winona Ryder se había producido Inocencia interrumpida para recuperar su relevancia en la industria pero Jolie le robó la película delante de sus narices con una interpretación que era, como la propia Angelina, una granada sin anilla. Cuando ganó el Oscar, vestida como si fuese a protagonizar el remake porno de La familia Addams, le dio un beso (que los medios describieron como) perturbadoramente largo a su hermano James y exclamó desde el escenario que estaba muy enamorada de él. La actriz parecía incapaz de hacer nada sin que al mundo entero se le cayera el monóculo.
Mientras compañeros de la universidad de James concedían entrevistas contando que Angelina y él iban de la mano por el campus, que ella era su musa y protagonizó sus cinco cortos y que todo el mundo asumía que eran novios, Jolie ya tenía preparado su siguiente escándalo. En abril de 2000, semanas después de ganar el Oscar, apareció en un evento con un nuevo tatuaje en el brazo: “Billy Bob”.
Laura Dern se enteró por una revista que su novio, Billy Bob Thornton, se había casado con Angelina Jolie en Las Vegas. En vez de intercambiar alianzas, la pareja se colgó al cuello colgantes con un vial que contenía la sangre del otro. Cuando se divorciaron ambos se quejaron de que la prensa había exagerado sus excentricidades, así que cabe aclarar que todo lo que va a ocurrir a continuación en este artículo lo contaron ellos mismos durante su relación de tres años.
Jolie y Thornton se conocieron en un ascensor, al empezar el rodaje de Fuera de control, y él le propuso que lo acompañase a su trailer porque tenía que probarse unos pantalones para la película. A ella le pareció una grosería y salió del ascensor, pero tuvo que apoyarse contra una pared porque sentía taquicardias, respiración agitada y una excitación sexual que no podía comprender. En aquel momento, ella estaba con Timothy Hutton y él con Laura Dern, a quien en octubre de 1999 seguía describiendo como su mejor amiga: “Tenemos un perro y un jardín”, presumía el actor. A pesar de apenas conocerse, Jolie se tatuó el nombre de Billy Bob Thornton en la ingle para que él lo descubriese algún día. “Me hacía feliz saber que existía alguien como él, que representaba todas las cosas en las que creo”, explicó. En abril se les vio juntos por primera vez, en una bolera junto a los protagonistas de la película dirigida por Thornton Todos los caballos bellos, Matt Damon y Penélope Cruz.
Tras ganar el Oscar, Jolie no pudo esperar más y se fue de road trip con Thornton a Arkansas, pero una supuesta discusión acabó con él desapareciendo durante días. Al no poder localizarle, ella le creyó muerto y sufrió un ataque de nervios que le bloqueó la capacidad de hablar. Su madre la internó en un psiquiátrico durante 72 horas. Billy Bob Thornton regresó a su lado y se casaron en Las Vegas. Era su quinto matrimonio.
Por su primer aniversario de bodas, Angelina le regaló una cláusula en su propio testamento en la que indicaba la compra de dos nichos, uno al lado del otro, en el mismo cementerio de Arkansas en el que estaba enterrado el hermano de Billy Bob. A cambio él le regaló varios cuadros pintados con su propia sangre. Cuando estaban separados, el actor metía en su maleta varios tubos de ensayo con la sangre de su esposa y cada mañana dibujaba una cruz sobre su pecho con esa sangre. Durante uno de sus rodajes, Thornton firmó un certificado ante notario en el que se comprometía a no abandonar a Jolie en toda la eternidad. Lo firmó, evidentemente, con su propia sangre. La tinta era para los mediocres.
El actor se tatuó el nombre de su esposa en el antebrazo y en la pantorrilla. Juntos adoptaron a una rata, Harry, que encontraron en su nueva casa. En el salón había una silla eléctrica y una mesa de billar que aseguraban usar solo para el sexo (ella presumía de las quemaduras que el fieltro dejaba en su piel), en el dormitorio un cuadro que decía “Hasta el final de los tiempos” escrito con (a estas alturas ya no puede ser una sorpresa) sangre de Angelina. La pareja concedió una exclusiva a la revista del corazón US Weekly, algo que hoy sería impensable, para compartir todos los detalles de su relación. “¿Has visto cómo Angie agarra su copa de vino?” admiraba él, “para mí es casi sexo. No, es sexo”. “A veces le escucho hablar y quiero llevármelo a la habitación inmediatamente” respondía ella. “Hace unas cosas con los pies que no te puedes imaginar”, prometía él.
Jolie y Thornton eran la típica pareja que habla sobre su relación como si ellos comprendieran el amor verdadero y tú no. Esa pareja que le cuenta lo enamorados que están a cualquiera que quiera escucharlos. Pero en ese caso, “cualquiera que quiera escucharlos” era el mundo entero. Algunas frases parecían sacadas de una canción de Malú (“mi vida cambió completamente cuando supe que alguien como él estaba vivo, sin él una parte de mí siempre estuvo vacía”, “me sentí viva por primera vez cuando por fin pasamos la noche juntos”, “ella me atraviesa y yo la atravieso”), otras sonaban a Extremoduro (“la otra noche me quede mirándola mientras dormía y tuve que contenerme para no asfixiarla hasta la muerte”, “casi rompo el vaso pensando en que hoy nos separaremos”) y otros episodios estaban a medio camino entre una comedia de esperpento y una orden de alejamiento: aseguraban que nunca discutían y que si alguna vez lo hacían ella querría que él la pegase, Angelina expresaba su estupor por no haberse quedado todavía embarazada (estaba tomando la píldora) porque estaba convencida de que la intensidad de su amor neutralizaría los efectos del anticonceptivo y explicaba que le encantaba caminar bajo la lluvia porque las tormentas eran como Billy Bob y entonces sentía que era él quien la estaba mojando. O quizá eran los delirios por toda la sangre que estaba perdiendo.
Lo asombroso de este circo es que la carrera de Angelina Jolie mantenía el tipo y no se amedrentaba ante su imagen pública. En 2000 fue la chica de 60 segundos, una mecánica sexy que mantenía diálogos con Nicolas Cage como este:
–Nicolas: ¿Qué opinas de tener sexo mientras reparas coches?
–Angelina: Pues el problema es que la palanca de cambios no te estorbe.
Y en 2001 se fusionó con otro mito erótico, Lara Croft, para protagonizar la adaptación del videojuego Tomb Raider. La película arrasó en taquilla (al ser su primera superproducción, la actriz tuvo que comprometerse a pasar controles de drogas diarios) y las críticas se lo pasaron en grande haciendo comentarios como “Lara Croft: Tomb Raider está protagonizada por los labios y los pechos de Angelina Jolie y, en un papel mucho más pequeño, la propia Angelina Jolie” (Washington Post), “Jolie no necesita enseñar los pechos como Halle Berry, ya tiene esos labios de perfección acolchada, pastosa e hinchada” (San Diego Union-Tribune), “sus labios compactos y suculentos te atraen como un plato de ostras” (Time), “es como James Bond e Indiana Jones pero con Wonderbra” (Entertainment Weekly), “Tomb Raider vende un producto. O mejor dicho, productos: los labios de Angelina Jolie, sus muslos ataviados con dos pistolas de dominatrix, sus caderas. Y por supuesto, sus coprotagonistas: Pecho Izquierdo y Pecho Derecho”. (Cleveland Plain Dealer). La actriz confesó que tuvo que contener las lágrimas cuando vio las imágenes promocionales de Tomb Raider (“¿por qué han puesto una pistola entre mis piernas?”, “¿por qué me han aumentado los pechos si ya llevaba relleno?”) y cuando el estudio le sugirió que no le diese importancia ella respondió: “esto puede joderme la cabeza, podría enviarme de vuelta a la institución mental”.
Ella misma contó que en su mítica portada para Rolling Stone, en la que aparecía en ropa interior y con actitud de venir de (o estar a punto de) echar un polvo, sus ojos húmedos se debían en realidad a que había estado llorando: el fotógrafo de esa sesión le había hecho sentirse “como una puta”. Angelina Jolie empezó a rebelarse contra la presunción que habían hecho los medios (y, por extensión, el público) de que como era salvaje, deslenguada y desinhibida podrían tratarla como a una muñeca hinchable. Al fin y al cabo, según los preceptos culturales vigentes a principios de los 2000, ella se lo había buscado.
Jolie fue mostrando aspectos más vulnerables de su personalidad. Confesaba entre lágrimas que su hermano había dejado de hablarle para protegerla de los rumores de incesto, aseguraba que podía contar sus amantes con los dedos de una mano y que había estado enamorada de todos ellos y que el rodaje de Camboya de Tomb Raider le había cambiado la vida porque fue la primera vez que salió de su burbuja de privilegio como niña rica. Allí adoptó a un bebé, Maddox, tras deambular por el orfanato durante varias horas sin sentir conexión con ninguno de los niños: al llegar al último, el bebé despertó y le sonrió. “No quiero que parezca que iba en plan de compras”, matizaría años después.
Ni Billy Bob Thornton ni ella han acertado nunca a explicarse los motivos de su separación, aseguran que de la noche a la mañana ya no tenían nada en común y su convivencia estaba llena de silencios incómodos: la primera noche que Maddox pasó en Los Angeles, Billy Bob durmió en la habitación de invitados. La otra víctima de este divorcio fue Harry la rata, que empezó a comerse las cortinas presa del estrés. “El veterinario me dijo que no le estaba prestando suficiente atención y yo no tenía la paciencia para gestionar la terapia de una rata, así que les pedí que encontrasen a alguien que quisiese una rata y la dieron en adopción”, aclaró la actriz.
Jolie terminaría hablando de Maddox poco después en términos de curación mágica no muy distintos a los que un par de años antes usaba para describir su matrimonio con Thornton: “Mi vida le pertenece a él. Ahora que soy madre ya no me puedo permitir refugiarme en ese lugar de autodestrucción, de adicciones o de locura al que antes iba cada vez que algo salía mal. Así que he dejado de hacerlo. Cuando mi mundo se derrumba o me siento deprimida, me levanto y sonrío para que él no se preocupe”.
Al final, el poder sobrenatural de Angelina Jolie ha sido ir mutando de identidad y que cada nueva evolución solo contribuya a hacerla más estrella. Y ella ha defendido cada etapa como si fuese la definitiva: “Ahora estoy mejor que nunca. Siento que por fin estoy viviendo la vida que debería estar viviendo, nunca me había sentido así” presumía en una exclusiva para presentar a Maddox en People. En cuanto se hizo público el divorcio entre Jolie y Thornton, la actriz contrató a una publicista cuya primera acción fue avisar a los paparazzi de que Angelina estaría toda la tarde jugando con su nuevo bebé en un parque. Así consiguió dar una imagen de madre soltera, de madre coraje y de madre definitiva. Y así dio comienzo otra etapa para Angelina Jolie, diametralmente opuesta a sus inicios, en la que su relación de necesidad-aversión con el público y la prensa se ha acabado pareciendo bastante a aquel mantra tatuado en su abdomen: “Lo que me alimenta me destruye”.
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