‘Sexo en Nueva York’ sin Samantha ni es sexo ni es Nueva York

El octavo capítulo de la segunda temporada de Sexo en Nueva York se llama El hombre, el mito y la viagra y contiene el momento favorito de toda la serie de su creador, Darren Starr. Samantha liga con Ed, un anciano multimillonario –¿o multimillonario anciano? Samantha discute con Carrie sobre el límite de edad que cada una pone a sus amantes: para Carrie 50, tengan la cuenta corriente que tengan; Samantha está dispuesta a levantar la mano si la cartera es abultada–. El tipo es encantador, divertido y la corteja como un galán de los años cincuenta: la invita a cenar a su mansión, la cubre de joyas y alaba su belleza y su sentido del humor al que es capaz de replicar con un sarcasmo a la altura. Y cuando llega el momento de entrar en materia, después de explicarle que es asiduo a la viagra, le lleva la mano a su entrepierna y Samantha descubre, para su regocijo, que la cartera no es lo único que le abulta. Se van a la cama, donde Samantha insiste en apagar las luces, y –ahora sí, el momento favorito de Starr– el tipo se levanta al baño. En la penumbra Samantha le ve el culo flácido y caído, y sale corriendo alegando que le ha sentado mal el marisco de la cena. ¿Naturalidad ante el marisco? Toda. ¿Y ante los culos feos? Ninguna.

Sexo en Nueva York vuelve, de la mano de HBO Max, pero vuelve sin Samantha. Kim Cattrall ya había manifestado su negativa a reincorporarse al universo de las amigas neoyorquinas. Parece que la mala relación de Cattrall con Sarah Jessica Parker podría ser uno de los motivos principales de su rechazo. Ya sabíamos desde hace años que Cattrall no quería volver a ser Samantha. Lo que no nos imaginábamos es que alguien concibiera nuevas entregas de Sexo en Nueva York sin ella.

El hombre, el mito y la viagra además de ser un capítulo divertidísimo, se permite hacer una concesión romántica. No, los hombres no son basura –o no más que las mujeres– por mucho que nuestras protagonistas estén acostumbradas a la frustración ante sus amantes. Miranda tiene una cita que se termina porque descubre que su hombre le había mentido y sigue casado, pero acaba conociendo a Steve, su gran amor al que, después de rechazar porque básicamente está enfurruñada, acaba besando bajo la lluvia. Carrie afianza su relación con Big, pero él le pone una excusa barata para no ir a cenar junto a ella y sus amigas. Sin embargo, al final aparece. A veces, las cosas salen bien, aunque sea por un momento.

Los mitos masculinos existen gracias a Dios. Si no le permitimos a una ficción contarnos esto, no sé a qué o a quién se lo vamos a permitir. Y los femeninos también. Samantha Jones es un mito. La promesa inalcanzable de una mujer libre, disfrutona, frívola, incorrecta, triunfadora, pelín cínica, despreocupada y sin miedo a decir lo que piensa. Es fácil conocer a alguna Carrie, a alguna Charlotte, a alguna Miranda, pero todas las mujeres que dicen parecerse a Samantha o que verdaderamente se parecen a Samantha se quedan cortas. Y por inalcanzable también es –puag, perdónenme la palabra– aspiracional.

Samantha ha hecho y ha dicho cosas que en los primeros 2000 nos hacían sonreír y que ahora harían que a muchos se les cayera el monóculo –véase solo en este capítulo, disfrutar cuando un señor sin mediar palabra le coge la mano y se la lleve al paquete o salir corriendo ante la visión del culo de un anciano, con las joyas que él le ha regalado puestas–. Por supuesto la levedad y lo poco en serio que se tomaba a sí misma y a todo el mundo contrastaba con los avatares en los que la ponía la serie, cáncer mediante. Samantha también hacía su viaje y sin necesidad de renunciar a ninguno de los rasgos que la convertían en un personaje extraordinario, acaba asumiendo, a regañadientes, otros. Porque Samantha es frívola, pero no tonta, igual que Sexo en Nueva York.

Es difícil imaginar Sexo en Nueva York sin Samantha. Es como un Manhattan sin vermut. ¿Quién va a ser procaz, obscena, impertinente, valiente y sexual? ¿Quién va a tener ahora la réplica perfecta? ¿Quién sería capaz de contar en una comida que el semen de su amante sabía amargo? ¿Quién se va a grabar montándoselo con su novio mientras se recoloca la peluca? ¿Quién va a poner esas caras de alegría y a dar esos gritos sinceros en pleno orgasmo? Es imposible que Sexo en Nueva York sea Sexo en Nueva York sin Samantha. Pero sus artífices nos han dado hoy una muestra de lo que va a ser en 30 segundos de teaser grave y aburrido, lo cual tiene mérito para su duración. No es difícil presuponer un Sexo en Nueva York travesuras ni incorrecciones, sin diversión, aspiracional, al modo que ahora entendemos lo –puaj– aspiracional.

Lo que más le llamaría la atención a cualquiera no muy familiarizado con la serie si hoy se acercara a El hombre, el mito y la viagra es la presentación del personaje de Ed. Está en un bar, haciendo negocios con un conocido. Donald Trump. Samantha contempla la escena y la voz en off de Carrie retrata la imagen típicamente neoyorquina: "Samantha, un Cosmopolitan y Donald Trump". Se acabó la fiesta. ¿A qué se parece Sexo en Nueva York sin Samantha? Al mundo de hoy.

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