Sexo ruidoso, grandes peleas y agua de Evian para lavarse el pelo: el matrimonio de Kim Basinger y Alec Baldwin

Su boda fue un día de celebración tras un huracán mediático de noticias sobre rabia y ruina financiera. Alec Baldwin y Kim Basinger se casaron el 19 de agosto de 1993 certificando su estatus como una de las parejas más famosas y atractivas de los 90. Empezaron su historia dando un escándalo y la terminaron con otro; por el medio hubo juicios, bancarrota, insultos telefónicos, algunos éxitos, muchos fracasos, yun Oscar inesperado.

Se conocieron en 1990 cuando quedaron para cenar en el restaurante Morton’s de Los Ángeles para charlar sobre la película que iban a protagonizar juntos. El título era ya premonitorio: The marrying man, Ella siempre dice sí en su traducción en España. Habían hablado ya varias veces por teléfono, pero esa misma noche quedó claro que la relación entre ambos iba a ir mucho más allá de lo estrictamente profesional. Llegaron por separado al restaurante y se fueron juntos. Contaría Kim: “Me besó y luego me preguntó si quería tener hijos”. Ella le dijo que era un psicótico y que se centrase en la película. Se ve que ninguno de los dos pudo hacerlo del todo. Alec y Kim iniciaron un apasionado romance que les llevaba a tener relaciones sexuales de forma ruidosa y audible para el resto del equipo, y no solo eso: se gritaban, se peleaban delante de los demás, daban portazos y montaban números dignos de lo que eran o querían ser o estaban a punto de ser, dos divos de Hollywood. El rodaje fue definido por los que participaron en él como un infierno. Alec sufría ataques de rabia recurrentes en los que rompía teléfonos a golpes y lanzaba sillas por el aire; Kim por su parte retrasaba las jornadas negándose a rodar a la luz del sol, exigiendo maquillarse de nuevo 20 veces, negándose a pronunciar líneas del guion escrito por Neil Simon arguyendo que no era gracioso, lavándose el pelo solo con agua de Evian –con fabulosos resultados– y diciendo guarradas con los wakie talkies funcionando, quizá precisamente para escandalizar a los técnicos. Uno de ellos lo resumiría así: “Lo juro por Dios, si estuviera en la indigencia y viviendo en la calle sin comida y alguien me ofreciera un millón de dólares por trabajar con Alec y Kim, pasaría”.

Muchos años después, Baldwin contaría sobre Hollywood en Nevertheless, su libro de memorias: “Hay actores que son drogadictos, locos fornicadores… Hay actrices cuya vanidad y falta de conciencia de sí mismas son tan densas que podrías dividir los átomos de sus egos y alimentar un reactor”. Cabría preguntarse hasta qué punto estaba hablando de sí mismo y de su primera esposa. La primera parte de su afirmación la cumplió durante una época. En los 80, Alec desarrolló una adicción al alcohol y la cocaína que le llevó al borde de la muerte. “Me siento e inserto cocaína, al estilo de un mosquete, en cigarrillos. Adopté este método algunos años antes, para caminar por Columbus Avenue y drogarme mientras cruzaba el Upper West Side”, cuenta en sus memorias. En la temporada en la que rodaba Knots Landing, un spin-off de Dallas, en Oregon, cuenta que tenía tal dependencia que en una ocasión estuvo de cuatro de la tarde a ocho de la mañana en su habitación del hotel consumiendo coca. Y en otra ocasión, mientras se preparaba para un encuentro sexual con dos compañeras de rodaje cuyos maridos estaban fuera, notó que su corazón hacía “pop”. Apenas tuvo tiempo llamar por teléfono para que avisasen a una ambulancia. Después de una sobredosis accidental de drogas fue a terapia y dejó de consumir el 23 de febrero del 85, a los 27 años.

En cuanto a la segunda parte de la afirmación, en sus memorias Baldwin no se explaya mucho sobre su afán fornicador. Es cierto que en los 80 tuvo una larga relación con la también actriz Janine Turner, en la que llegaron a prometerse. Ella se encontraba muy afectada por el divorcio, segunda boda y de nuevo divorcio de sus padres, y él la apoyó tanto en sus problemas emocionales como en su incierta carrera. “Era tan macho, tan encantador, tan divertido, y quería ser el presidente de los Estados Unidos”, evocaría ella, aunque la boda nunca llegó a celebrarse. “Teníamos el vestido, las invitaciones, la iglesia, todo. Y entonces nos echamos atrás. Decidimos cancelarlo de mutuo acuerdo”, le explicó a Oprah Winfrey. “No era sano. Y sabía que no quería vivir mi vida de esa forma”. Tras la ruptura,Janine se dio cuenta de que tenía un problema con la bebida. Dejó Los Ángeles, “que casi me destruye” y se mudó a Nueva York para meterse de lleno en la intensa vida cultural de la ciudad. Eso incluyó un romance intermitente de cuatro años con Mikhail Baryshnikov, que acababa de romper con Jessica Lange. La ruptura definitiva fue muy amarga: Janine se enteró de que él había dejado embarazada a una bailarina. Mientras, Alec estaba logrando su sueño de ser actor de éxito tras unos comienzos titubeantes trabajando en tv movies y series de televisión. En el 88 había conseguido papeles menores pero de lucimiento en Beetlejuice, Armas de mujer y Casada con todos; justo en esta última había compartido pantalla con la ya muy famosa Michelle Pfeiffer, con la que se rumoreó que salió durante poco tiempo. Él es esquivo sobre el tema, liquidándolo con un: “Pobre Michelle, teniendo que lidiar con que todo el mundo se enamore de ella”. Era cuestión de tiempo que la industria le diese oportunidades más jugosas a aquel joven apuesto de ojos azules, impetuoso, seguro de sí mismo hasta la arrogancia y lleno de energía contagiosa. Su gran protagonista relevante llegó con el papel de Jack Ryan en La caza del octubre rojo. Hollywood puso su mirada en Baldwin y los espectadores hambrientos de nueva y atractiva carne también, entre ellos, por insólito que parezca, nada menos que Jacqueline Kennedy, Jackie O. Según contaría James Hart, el ex marido gay de Carly Simon, la ex primera dama se puso en contacto con él, que conocía al actor, para tantear si éste estaría dispuesto a acompañarla en una cita al teatro. Baldwin, demócrata convencido que dedica un emotivo pasaje de sus memorias a hablar del impacto que le produjo la muerte de Bobby Kennedy, aceptó entusiasmado. A su exprometida Janine Turner la vida no le sonreía tanto: no conseguía papeles, no tenía trabajo, no le quedaban ahorros, pidió ayuda tanto a Baldwin como a Baryshnikov, pero ninguno la ayudó. Estaba dispuesta ya a irse a Texas a trabajar de lo que fuera cuando consiguió una audición para una nueva serie con un guion diferente a todo lo que se emitía por entonces. Se trataba de Doctor en Alaska. Janine consiguió el papel de Maggie O’Connell que marcaría su carrera para siempre, y habla con cariño de su ex Alec Baldwin, pese a que él sea ferviente demócrata y ella republicana.

Si Alec era una estrella emergente cuando conoció a Kim en el 90, ella era entonces una de las actrices más cotizadas y buscadas de una industria en la que llevaba más de una década trabajando. Rubia con ojos azules, dueña de una belleza deslumbrante, ex modelo, ex imagen de un champú, ex ganadora de concursos de belleza, ex animadora del instituto en su pueblo de Georgia… Kim Basinger parecía la encarnación del sueño americano en su versión más tórrida. La realidad era un poco más compleja. “Pensaban que estaba loca”, contaba sobre su infancia en una entrevista a Vanity Fair en el 89. “Pensaron que tal vez debería hacerme pruebas. Dijeron: Tal vez sea autista, no sabemos qué es”. Era tan tímida que no era capaz decontestar preguntas en clase o hablar en público, pese a lo cual quería ser actriz. Según ella, se debía a que en su niñez había “visto demasiado”, y declaraba que incluso su madre estaba asustada de ella, aunque a la vez afirmaba que a los 10 años pasaron un verano en el que estuvieron tan unidas que cuando Kim tuvo que volver al colegio padeció ansiedad por separación. En algún momento dejaron de hablarse y solo se reconciliaron cuando su madre llegó a la vejez, en un episodio que tal vez Kim quiera contar algún día. En cualquier caso, la joven no fue diagnosticada como autista y comenzó a ganarse la vida como modelo de la agencia Ford en la Nueva York de los 70, con la idea a medio plazo de dedicarse a la interpretación. En el 79 conoció al maquillador Ron Snyder, de 40 años, que llevaba ya 10 años trabajando en la industria y resultaba ser hijo del maquillador que preparó a Marilyn tras su muerte. Al año siguiente se casaron y comenzó un matrimonio en el que los rumores aseguraban que él la tenía dominada y manipulaba su carrera a su antojo. Según la versión que él contaría en su libro autobiográfico Kim Basinger: Longer Than Forever, se trataba más bien de lo contrario: ella le pidió que se cambiase el apellido Snyder por Britton porque le sonaban mejor las dos “B” y le coaccionó para que dejase de trabajar porque la profesión de maquillador estaba por debajo de sus ambiciones. Él así lo hizo y se dedicó a que ella prosperara, ejerciendo como manager, asistente, maquillador (también) y psicólogo. La propia Kim reconocería que él la ayudó mucho cuando empezó a tener problemas psicológicos serios. En el año 82 la joven sufrió su primer ataque de pánico en medio de un supermercado. Después de eso se pasó cuatro meses recluida en su casa, sufriendo agorafobia. No fue la única ocasión. La timidez que siempre había sentido se volvió patológica y en otra época llegó a pasarse seis meses confinada. Sin embargo, en el 83, para resarcirse del parón de su carrera, posó desnuda para Playboy y la estrategia funcionó. La seleccionaron para ser chica Bond junto a Sean Connery en Nunca digas nunca jamás, su primer papel importante. El siguiente, tres años después, en el 86, la convertiría en una de esas estrellas que son más famosas que sus propias películas.

Lo curioso es que al principio Nueve semanas y media fracasó en taquilla en Estados Unidos. La historia de una relación sadomasoquista dirigida por Adrien Lyne no despertó el interés del público hasta que llegó a Europa y arrasó en los videoclubs. Convirtió a Kim en un mito erótico eterno y logró que cada vez que suenan los acordes de You can leave you hat on de Joe Cocker hasta la persona con más sentido del ridículo comience a amagar un striptease. Los métodos empleados durante el rodaje, contados aquí por Guillermo Alonso, eran entonces moneda corriente pero hoy harían encender unas cuantas señales de alarma. El director no dejó que las estrellas se conocieran hasta rodar las escenas de alto voltaje porque “Necesitaba que ella sintiese miedo de él”. “A menudo Lyne daba instrucciones exclusivamente a Rourke y dejaba a Basinger sin directrices, haciendo que pareciese confusa y asustada”, describe Alonso. En una escena que no estaba saliendo bien, Rourke agarró a Kim del brazo con fuerza y cuando ella se puso a chillar, él le pegó una bofetada que la dejó al borde del ataque de histeria. “Sabía que si hacía esto me haría más fuerte y más sabia. Me sentí humillada y a disgusto. Todo aquello iba contra mis principios. Pero cuando vas contra tus principios surgen unas emociones que no sabías que tenías”, contó ella después al The New York Times.

El efecto que tuvo en Kim convertirse en la mujer más deseada del planeta casi de la noche a la mañana no está claro. “Parece desesperada por conseguir el estrellato y el anonimato a la vez”, describían en Vanity Fair. En las entrevistas se la describía en el fondo como una estrella sin personalidad, que podía asumir la de una hospitalaria chica sureña, la de una modelo elegante o la de una bomba sexual que dejaba caer como de pasada “en ese momento estaba sin bragas”.Según su entonces marido Ron Britton, la pareja disfrutaba de una intensa vida sexual aunque cada uno tenía historias por su cuenta, él con exnovias y ella con directores y compañeros, “cualquiera que le ayudase a medrar en su carrera”. Esto incluía un affaire con Richard Gere, su pareja en Atrapados sin salida, a los que Ron declara haber pillado in fraganti. Al final, tras siete años de matrimonio, Ron y Kim se separaron y eldivorcio llegó en el 80. Ella confesaría: “no me había dado cuenta de lo perjudicial que era la relación para mi salud mental, física y creativa”, mientras que la visión de él es que en cuanto ella consiguió el papel en Batman quiso deshacerse de su esposo que era ya poco más que una rémora. Ron recuperó su apellido, escribió su libro contando los secretos íntimos de su matrimonio con una famosa, después de un tiempo volvió a trabajar en cine y televisión y hasta ha ganado dos Emmys a mejor maquillaje por la serie Deadwood.

El papel de Batman que según Ron certificó el final de su matrimonio le llegó a Kim de rebote cuando Sean Young, la primera opción para interpretar a Vicki Vale, se rompió un brazo. “Según ella lo que pasó fue que no quisieron esperarla porque al productor “Kim Basinger le proporcionaba una erección”, recordaba Eva Güimil. La inefable Young no iba muy desencaminada porque pronto Basinger inició un romance con Jon Peters, productor de la película que había pasado de peluquero a poderoso empresario de la industria vía una relación con Barbra Streisand. La historia no llegó a más porque Kim comenzó a salir con Prince y hasta se mudó una temporada con él a Minneapolis. Llegaron a grabar un álbum, Hollywood Affair, en el que Kim canta y rapea con tan poco éxito que el disco decidió guardarse en un cajón y no se editaría hasta varios años más tarde, de tapadillo. Se decía que en uno de los remixes se incluían los gemidos de la pareja practicando sexo, al estilo de Je t’aime… moi non plus. Y entonces, tras el éxito estratosférico de Batman, apareció Alec en su siguiente proyecto, una historia tan Hollywood como ellos mismos.

Ella siempre dice sí estaba basada en la relación entre el millonario Harry Karl y Marie McDonald, que era amante del mafioso Bugsy Siegel. Marie había sido considerada un problemático sex symbol de su época, tanto como Kim de esta, y en cuanto a Harry y Alec… Carrie Fisher le conoció de cerca porque fue el segundo marido de su madre Debbie Reynolds, y así lo describía en su monólogo Wishful Drinking: “Mi padrastro Harry Karl no era un hombre apuesto, pero se decía que tenía un aspecto distinguido porque era rico y estaba bien arreglado. Eso es “feo con dinero”. De hecho, hicieron una película sobre Harry Karl y Marie McDonald y sus múltiples matrimonios llamada Ella siempre dice sí y Alec Baldwin interpretó a Harry Karl. Creo que el parecido es asombroso”. Entre peleas y maratones sexuales, Alec y Kim se estaban enamorando con tanta intensidad como Harry y Marie McDonald. “Me está volviendo loco. Y nos vamos a casar”, aseguraba fascinado por la actriz cinco años mayor que él, a la que describe “irónica un minuto y torpe al siguiente, con sus rasgos angulosos enmarcados por su característica corona de cabello rubio, Kim es una criatura, un objeto preciado como un leopardo o una orquídea o un magnífico lago de montaña”. Sin embargo, en un primer momento, duraron sobre la conveniencia de estar juntos: “La vida con Kim se centró en gran medida en las pasiones narcisistas de dos actores sin hijos… pero los problemas en el set de Ella siempre dice sí, junto con la edad de Kim (cumplía 38 años en diciembre de ese año), parecían habernos desinflado las ruedas. Yo, por otro lado, necesitaba un descanso, y me fui a Nueva York sabiendo que necesitaba un descanso de ella y de su ensimismamiento también. Kim podía ser graciosa. Podía ser un desastre. Pero, sobre todo, Kim se preocupaba de Kim”.

Al final, la pasión mutua volvió a unirles y Baldwin y Basinger se convirtieron en pareja oficial durante dos años, en los que él, contraviniendo el mensaje de la película que les había unido, intentó que ella aceptase casarse con él en vano. Algunos medios apuntaron a que el detonante para que esta vez sí dijese sí fue cómo él la protegió y cuidó de ella en un momento crítico de su vida: cuando tuvo que declararse en bancarrota.

En la lista de excentricidades y/o negocios ruinosos de los famosos siempre tendría que aparecer la decisión de Kim de comprar en el 89 junto a unos socios el pueblo de Braselton, en su Georgia natal, muy cerca de su pueblo. El elemento sentimental para gastar 20 millones de dólares en un pueblecito parecía determinante: “Estos eran los campos por los que paseaba con mis novios”, contaba ella nostálgica, y cuando le contestaban “un hermoso lugar para el cortejo”, ella respondía “¿cortejo? ¡Estos son los campos donde aprendí a hacer sexo oral!”. La actriz bromeaba con que deseaba que fuese como Dollywood, planeaba montar un parque temático sobre Hollywood y organizar un festival de cine anual. Nada de eso ocurrió. A los complicados planes para construir desde cero una industria turística semejante en un pueblecito en medio de la nada se sumó una demanda millonaria que llegó en el momento en el que la actriz, después de Batman, sumaba varios fracasos comerciales seguidos y se acercaba a la peligrosa frontera de los 40 años. Mi obsesión por Helena era un proyecto personal de Jennifer Lynch, la hija de David Lynch, que Kim había firmado para protagonizar después del rechazo de Madonna, pero al final se negó a hacerlo por no estar de acuerdo con los desnudos y escenas sexuales. Los productores demandaron a la actriz por 9 millones de dólares y Sherilyn Fenn, que había aparecido en Twin Peaks, acabó protagonizando la cinta sobre un cirujano loco que se obsesiona con una mujer y acaba amputándole las extremidades para que no pueda huir de él. La película fue un fracaso crítico y de taquilla –Baldwin escribe sardónico en sus memorias que Jennifer Lynch “heredó el pelo de su padre, pero no su talento”–, y el juicio llevó a Kim a la bancarrota. Alec cuenta que ella sollozaba cada mañana al borde de la cama mientras dudaba qué ponerse para dar una impresión correcta al jurado. No lo consiguió, y para pagar tuvo que acabar vendiendo el pueblo de Braselton por un millón de dólares en el 93.Con toda la intención, se publicó que la actriz gastaba entonces 43.100 dólares al mes, de los cuales 6.000 iban para ropa y 7.000 al cuidado de las mascotas. A Braselton no le ha ido mal, pese a su destino frustrado: el que era en el año 90 un pueblo decadente de apenas 400 habitantes con una media de edad de 70 años, posee hoy casi 12.000 y varios negocios prósperos.

Quizá para alegrarla o distraerla de lo ocurrido, Baldwin se encargó él solo de organizar en seis semanas su boda con su pareja, celebrada antes de que rodasen juntos de nuevo una película. Esta vez se trataría de un remake de La huida, la película de los 70 en la que se enamoraron Ali MacGraw y Steve McQueen. La ceremonia tuvo lugar el 19 de agosto del 93 en la casa de la playa de Long Island de Alec Baldwin, al atardecer. De 100 invitados, 90 eran por parte del novio y solo 10 de parte de la novia. La madre de Kim, por ejemplo, no acudió a la ceremonia. La víspera de la boda Alec estaba tan nervioso que llamó varias veces para asegurarse de que Kim iba a presentarse en el altar. Ella lucía un vestido blanco de escote redondo, el pelo en un semi recogido, él traje y pajarita. Se diría que pese a todo, el compromiso marcaba un deseo de ser felices juntos y dejar atrás la mala racha, pero su matrimonio fue tempestuoso desde el principio. Como diría con humor Kim mucho después, “rechacé hacer Durmiendo con su enemigo para hacer Ella siempre dice sí y al final acabé de verdad durmiendo con mi enemigo”.

Según Alec, Kim era hipersensible a cualquier crítica y montaba escenas por cualquier artículo de prensa en el que no saliese bien parada. Y éstos cada vez eran más, haciéndose eco de sus exigencias chifladas, su comportamiento caprichoso y sus broncas en plató. Además, su criterio a la hora de elegir proyectos era discutible; rechazó el papel de Patsy en La fuerza del cariño y protagonizar Atracción fatal o Algo para recordar. La consecuencia es que Kim dejó de hacer películas en el 94 y se centró en la maternidad. Su hija Ireland nació en el 95 y para sus emocionados padres supuso un motivo más para estar juntos. Tampoco es que Alec fuese un prodigio de buenas maneras, como quedó claro cuando agredió a un paparazzi que intentaba fotografiar a la niña. La agresividad y las explosiones de violencia del actor eran proverbiales. Su esposa declararía a una revista en el 1998: “Vivo con un hombre muy apasionado, verborreico y expresivo, que no guarda ningún pensamiento para sí mismo. Tiene el corazón más grande de todos los que he conocido. Pero al mismo tiempo, es un católico irlandés con mal genio”. Y, aunque Alec no dejaba de trabajar y siempre se pone la carrera de Kim en los 90 como una amalgama de malas elecciones y bluffs, ojo a la trayectoria de su marido. Él mismo recordaba para The Guardian que tras protagonizar un hit mundial con La caza del Octubre rojo, “hice Ella siempre dice sí, que se estrelló. Hice Hechizo de un beso, que se estrelló. Hice Malicia, que tal vez ganó un par de monedas de cinco centavos. Hice The Shadow, se estrelló. Hice Prisioneros del cielo, se estrelló. En el 95, hice Coacción a un jurado, se estrelló. Hice Fantasmas del pasado y El desafío, y ambas fueron muy tibias. Tuve una película exitosa y ocho fracasos seguidos”.

Pese a sus regulares resultados comerciales, Alec y Kim representaban el núcleo duro de Hollywood, una pareja atractiva, envidiada y en apariencia muy unida. El mundo asistió al broche perfecto cuando Kim Basinger recibió un Oscar a mejor actriz de reparto en el 98 por su papel de prostituta con el corazón de oro en LA Confidential. La actriz había protagonizado ya otro momento para el recuerdo en la ceremonia cuando en los 90, mientras entregaba un premio, aprovechó para salirse por la tangente y quejarse de que el autor de la mejor película del año, Spike Lee por Haz lo que debas, no estuviese nominado. Aquello fue embarazoso y muy criticado en un momento en el que las reivindicaciones y quejas no eran en absoluto bien recibidas en la academia, aunque se ha rescatado décadas después cada vez que se ha hablado de la falta de diversidad y la renuencia a premiar o nominar artistas no blancos en los Oscar. El premio a Kim parecía el reconocimiento de la comunidad de que la actriz, nunca considerada un talento especial más allá de su evidente atractivo, era uno de ellos, además de la primera mujer que había posado desnuda para Playboy y primera chica Bond en ganar un Oscar. La muy tímida y propensa a la ansiedad actriz subió incrédula a recoger el premio ante su entregado y orgullosísimo marido. Y entonces, tras tres años sin hacer cine y una carrera en la que no es que hubiese buscado desmarcarse de su imagen de icono erótico como sí lo había intentado por ejemplo Sharon Stone, Kim, tras obtener el Oscar, se puso a hacer películas “de prestigio”. Pero en el lapso de tiempo que fue de ese Oscar en el 98 –el mismo año en el que aparecieron en Los Simpson como paradigma de “pareja de Hollywood”– y el estreno de Soñé con África en el 2000, su matrimonio y su intensa relación de una década se fueron al garete.

La noticia saltó en enero del año 2000. Aunque se habían separado el 5 de diciembre del 88, todavía pasaron las navidades juntos con la familia de ella en Georgia. Ella se quedó con Ireland en la casa de Woodland Hills, en Los Ángeles, y Alec se trasladó a su costa este natal, a repartirse entre su apartamento de Manhattan y su mansión de los Hamptons. Pronto comenzó a especularse sobre los motivos de su separación, y algo tan básico como dónde vivir saló a colación: mientas que Alec había pagado 1,75 millones de dólares por la casa de Amagansett, en los Hamptons, ella prefería vivir en Los Ángeles porque consideraba que el clima seco iba mejor para los problemas respiratorios de Ireland y para sus perros (el amor de Kim, vegetariana desde hacía mucho tiempo, por los animales era proverbial. En el momento de separarse convivían con ocho perros).Se citó el divismo de ella que tantos problemas había ocasionado en los rodajes y se recordó su ruinosa inversión inmobiliaria. En estas se estrenó Soñé con África, un proyecto surgido de su pasión en el que se había involucrado tanto que cuando dejó Kenia lloró durante horas. Fue un fracaso absoluto; hasta el Washington Post la citó como ejemplo en un artículo titulado “¿Por qué les ocurren cosas malas a las malas personas?”. Volvieron a mencionarse los problemas de comportamiento del actor. El padre de Kim declaró a People: “Quiero a Alec. Es el hombre más amable y generoso que he conocido en mi vida, y ha superado algunas cosas muy difíciles. Todas menos una: su ira. Alec tiene este tipo de ira en el que busca algo doloroso, algo que puede haber sucedido hace uno o dos años, y luego abusa de Kim con eso. Esto ha sucedido públicamente. Pero cuando comenzó a suceder frente a Ireland, Kim al final dijo: ‘Bueno, no voy a aguantar eso”. “Aun así, el mayor Basinger enfatiza que ni el abuso físico ni una tercera persona jugaron ningún papel en la ruptura y que su yerno “siempre será bienvenido en mi casa”, se apresuraba a aclarar el medio.

Alec acudió a varios cursos de gestión de la ira, aunque a juzgar por lo que sucedió después, no le sirvieron de mucho. Aunque el divorcio llegó en 2002, el litigio por la custodia de Ireland se alargó varios años más de una forma bochornosa y cruenta para todos los implicados y muy lucrativa para sus abogados. “Fue muy doloroso en la medida en que alguien que pensé que no era capaz de cierto tipo de comportamiento terminó siendo el marqués de Sade”, describiría Baldwin. “Ese período de mi vida es borroso. Sé exactamente qué proyectos estuve haciendo de 1986 a 2000. Y luego, de 2000 a 2006, durante labatalla del Dien Bien Phu que fue mi litigio de divorcio, apenas puedo decirle lo que hice. Fue como estar seis años al borde de un acantilado”. Tanto fue así que un resentido Alec acabó publicando un libro tras el divorcio, A Promise to Ourselves: A Journey Through Fatherhood and Divorce, en el que cuenta con pelos y señales cuán extenuante y costosa puede ser esa situación sobre todo cuando viene acompañado de peleas por la custodia de los hijos. En él se ceba con su ex mujer, con los abogados, con los tribunales y con el sistema judicial americano, denunciando lo que define como toda una industria creada en torno a las rupturas familiares, en la que los que salen a menudo perdiendo son los padres frente a las madres, y reivindicando la custodia compartida. Años después, Baldwin diría que uno de los motivos del fin de su matrimonio fue que tras el nacimiento de Ireland su esposa transfirió todo su amor a su hija, olvidándose de él.

Desde luego, la posición de Baldwin como padre había quedado maltrecha tras un episodio ocurrido en 2007. En medio de la larga batalla por la custodia se filtró un mensaje que el actor dejaba en el teléfono de su hija donde, furioso, la llamaba “pequeña cerda desconsiderada”. En su libro, Baldwin aseguraba que los insultos no iban dirigidos hacia Ireland (¿tal vez hacia Kim?): “Mis amigos y familiares, las personas más cercanas a mí que realmente entendían la situación, sabían que las palabras en esa cinta en realidad estaban dirigidas a otra persona”, aunque en otro momento del mensaje gritaba: “Me importa un carajo que tengas 12 años, o 11 años, o que seas una niña, o que tu madre sea un desconsiderado grano en el culo al que no le importa lo que tú haces en lo que a mí respecta”. En 2012 la misma Ireland le restó importancia a lo ocurrido: “Para mí fue como. Ok, lo que sea. Le llamé y le dije “Perdona, papá, no estaba al teléfono. Eso fue todo”, yen 2015 padre e hija demostraron un gran sentido de la ironía al publicar una fotografía en Instagram en la que aparecían leyendo elcuento infantil “Si yo fuera un cerdo…”.“Si yo fuera un cerdo… ¡sería maleducada y desconsiderada, por supuesto!”, escribía Ireland en el cuadro del texto. Pese a los chistes más o menos afortunados, Baldwin reconoció que el mensaje de voz produjo un daño permanente en su relación con su hija y que esa es una herida de la que nunca se recuperarán del todo: “Los frágiles años de la infancia que son golpeados por divorcios de alto conflicto se ven irreversiblemente afectados. Creo que lo peor que se puede hacer es poner a un niño en medio de esas batallas. Eso es lo que hice. Y lo recuerdo y lo lamento todos los días”.

Si Baldwin establece un punto borroso en su vida y su carrera entre 2000 y 2006, tiene motivos para ello. De forma sutil, insinuaba que su decisión de acompañar a su todavía esposa al rodaje de Soñé con África influyó de manera decisiva: “Estuve con ella durante tres meses. Y recuerdo que mi agente me dijo: ¿Estás loco? ¡No puedes irte a África con tu esposa y bebé durante tres meses! Me lo presentó como si fuera un punto de inflexión en mi carrera”. Claro que esos no eran sus únicos problemas de gestión de vida íntima y trabajo, también lanzaba una pulla destinada quizá a sus hermanos, los también prolíficos actores pero de mucho menor éxito Daniel, William y Stephen Baldwin: “Tenía un gerente comercial que miró el porcentaje de mis ingresos que se estaba desviando para ayudar a la gente de mi familia y me dijo: “Me recuerdas a tú-sabes-quién”. Se refería a Ryan O’Neal. Ryan era alguien cuya carrera se vio afectada negativamente por tener que ir a buscar dinero porque todos en su familia estaban chupando su cantimplora. La gente no entiende esto; si quieres tener una muy buena oportunidad de tener éxito, hay puertas que tienes que cerrar de golpe en la cara de la gente y decir: ‘Esta es mi prioridad y no puedes depender de mí para ayudarte’. Nunca fui bueno en eso. La de mierda que hice porque tenía que ir a buscar algo de dinero rápido. Y, por cierto, sé que esto suena nauseabundamente egoísta, como mira qué buen chico soy, tratando de dar a entender que arruiné mi carrera cinematográfica para poder servir a los demás”.

Para 2006, Baldwin se dio cuenta de que no estaba en el punto de su profesión que tenían a su edad sus admirados Al Pacino o Tom Hanks –pese a haber estado nominado al Oscar como actor de reparto–, así que echó mano del todavía considerado entonces salvavidas económico con poco prestigio: hacer televisión. Lo que le llegó fue un papel tan jugoso como el que había salvado la vida profesional de su exnovia Janine Turner en los 90. Tina Fey le ofreció interpretar a Jack Donaghy en 30 Rock, y con él llegaron los aplausos y los premios, los Emmy, los Globos de Oro y un definitivo renacer profesional. Sigue siendo un actor prolífico que lo mismo presta su voz a documentales o personajes de animación como Bebé Jefazo, secundario de lujo en películas de todo tipo y demuestra sus grandes dotes como imitador con su parodia de Trump en Saturday Night Live. Su vida sentimental se asentó con su segundo matrimonio en 2012 con la profesora de yoga Hilaria Thomas, con la que tiene cuatro hijos. A Alec Baldwin se le ha perdonado todo. El libro escrito como venganza de su esposa, la ira descontrolada, el documental en teoría gracioso junto a James Toback, director sobre el que después hemos sabido que pesan múltiples denuncias sobre acoso y abuso sexual… Incluso Kim Basinger habla hoy bien de él. Es prestigioso y cae simpático, pero lo mismo que le ocurría a su personaje de 30 Rock o en No es tan fácil, a veces lo es incluso a pesar de sí mismo. Demuestra que incluso los tíos majos como él, los tíos que pese a todo el público no puede evitar adorar, se benefician de unas oportunidades, unos privilegios y una corriente de simpatía con la que mujeres y actrices de su generación no pueden contar.

Ese es el caso de Kim, desde luego. Si siempre se la consideró como un reclamo físico por su atractivo deslumbrante y desvalido, las presiones de la industria auguraban que a partir de los 40 no tendría muchas oportunidades de hacerse con personajes de enjundia, y así ha sido. Ha seguido trabajando de forma constante en las últimas décadas, pero solo ha levantado titulares por el papel de madre de Eminem en 8 millas y el de antigua amante de Christian Grey en la saga de 50 sombras de Grey. Se jugaba ahí con la rima de que la iniciada en el sadomasoquismo en Nueve semanas y media era ahora la que había sido maestra del protagonista. Su vida sentimental se ha asentado con el peluquero –igual que su primer marido– Mitchell Stone, con el que sale desde 2014, y sigue siendo defensora de los derechos de los animales, aunque ya no viva con varias decenas de ellos como en el pasado, incluido una vaca llamada Henry. Se limita a trabajar con profesionalidad dejando atrás los tiempos en los que la tildaron de villana justo ahora que algunos se preguntan si no sería también un poco víctima. “En tiempos del #MeToo, de momento esta mujer que debió de ver de todo en los 80 prefiere mantener cerrada esa boca con la que tantas veces posó entreabierta”, escribía Juan Sanguino sobre su discreción. Atrás quedaron los tiempos en los que junto a Alec Baldwin protagonizaba los cotilleos más jugosos de la industria. Él, mucho más locuaz, escribía en sus memorias sobre el mundo del que forman parte: “No hay grupo de personas a las que les guste más joder a otras personas innecesariamente y por deporte que a la gente del cine”.

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