Vanessa Redgrave: Cuando la gente se empeña en comparar el covid con la Segunda Guerra Mundial creo que es estupidez extrema

Vanessa Redgrave fue abucheada cuando salió a recoger su único Óscar, concedido en 1978 por interpretar a una activista antinazi en Julia, de Fred Zinnemann. Utilizó en su discurso la expresión “matones sionistas” (también criticó el antisemitismo, el fascismo y la caza de brujas de McCarthy), y eso la convirtió de inmediato en persona non grata en muchos entornos de Hollywood. Pero si en algo nunca ha demostrado especial interés es en caer simpática. He aquí un punto en común con Juliana Bordereau, el personaje con el que vuelve a las pantallas de cine a sus 83 años, en una adaptación de la novela de Henry James Los papeles de Aspern dirigida por el novel Julien Landais.

Miss Bordereau es una anciana muy suspicaz que custodia las cartas de un poeta romántico que fue su amante de juventud, y a la que el personaje interpretado por Jonathan Rhys-Meyers se acerca con propósitos interesados. Esta entrevista telefónica guardará inesperados paralelismos con la situación de la película, que también protagoniza su hija Joely Richardson en el papel de Miss Tina, el factor humano de una historia sobre el peso del pasado, la idolatría y el vampirismo emocional que Landais pone en escena a veces como un cuento de terror, a veces como un lujoso fashion film (también participa en ella el modelo y actor español Jon Kortajarena, en la piel de Aspern precisamente).

Redgrave ha trabajado en grandes películas de estudio –Camelot, Asesinato en el Orient Express– y también en obras minoritarias o escandalosas –Morgan, Los demonios-, ha sido dirigida por Antonioni, Elio Petri, James Ivory, Brian De Palma, o por su primer marido Tony Richardson (con el segundo, el actor italiano Franco Nero, se casó en 2006, 35 años después de terminar una breve relación), y ha interpretado en el cine a Isadora Duncan y María Estuardo, entre otros personajes poderosos. Pero ahora su mayor preocupación es la crisis de los refugiados, sobre la que en 2017 dirigió el documental Sea Sorrow. Hasta tal punto que, cuando nos presentan, me dirige una pregunta tras la que se intuye el brillo de una esperanza que pronto será defraudada: "Pero Ianko es un nombre serbio, ¿verdad?"

Así es. Sin embargo, yo soy español.
¿Entonces ha sido usted un refugiado o algo así?

No, no. Simplemente me pusieron este nombre por otra persona que también lo tenía.
Ah, muy bien, gracias por explicármelo.

De nada. ¿Sabe? Hace muchísimos años la vi en Londres, interpretando en el teatro El abanico de Lady Windermere, de Oscar Wilde, también junto a Joely Richardson. La dirección de Peter Hall me pareció bastante convencional, pero su interpretación resultaba muy moderna, lo que me impresionó. ¿Qué diferencias ha encontrado con su trabajo conjunto esta vez?
Qué pregunta tan interesante… Bueno, que nosotras somos mayores. ¿Ha entendido?

Perfectamente.
Pero estoy segura de que no era ese el sentido de su pregunta. Seguro que usted quería otra respuesta. El asunto es que mi hija es una actriz maravillosa. Si quiere decirlo, yo también soy una actriz maravillosa, no le voy a poner objeciones [ríe]. Soy una profesional, y aprecio una buena interpretación, así que no tiene nada que ver con que Joely sea mi hija. La juzgo como profesional, no como madre. Ella ha hecho muchas películas, y en la mayor parte no he trabajado con ella. Y estoy muy contenta de que fuera ella quien me recomendara para estar en Los papeles de Aspern. Primero hablaron con mi hija, y yo me emocioné mucho porque pensé que ella sería la Miss Tina perfecta. ¿Entiende? ¿Cree que lo entiende?

De hecho, en 1984 usted interpretó a Miss Tina en el teatro, y antes que eso su padre, Michael Redgrave, hizo el papel que ahora hace Jonathan Rhys-Meyers. ¿Aceptó la película por ese vínculo familiar?
La acepté por varias razones. Primero, porque [Juliana Bordereau] es un papel extraordinario. Esa es la manera adecuada de describirlo. Y, en efecto, Los papeles de Aspern es parte de mi historia. La obra que interpretó mi padre era bastante anticuada. Pero a su manera anticuada, siempre me pareció muy interesante. Así que fue en parte por nostalgia, en parte por reconocimiento, en parte por Venecia. Dígame usted quién rechazaría una película que se va a filmar en Venecia [ríe]. ¿Entiende lo que quiero decir? Y estaba el hecho de que mi hija interpretaría a Miss Tina. Sabía que estaría fantástica. Porque lo está, ¿verdad?

Está muy bien, es cierto.
Bueno, dice que sí porque yo se lo he pedido. Esa es mi visión. Pero creo que dice usted la verdad. Porque su interpretación está llena de perspicacia [insight]. ¿Entiende? I-N-S-I-G-H-T. Así que ahí tiene su respuesta, querido.

Últimamente he escuchado bastantes comparaciones entre la actual pandemia y la guerra. Usted, que vivió en primera persona la Segunda Guerra Mundial, ¿qué piensa sobre esto?
¿Y qué piensa usted de la gente que compara la Covid de esa manera?

Creo que no es comparable una guerra con una enfermedad, sobre todo porque desencadenar una guerra es un acto voluntario que procede de lo peor del ser humano. Pero sus efectos en la gente sí pueden coincidir. No he vivido una guerra, así que tampoco puedo saberlo.
¿Recuerda los cuatro jinetes del apocalipsis? ¿Cuáles eran?

Creo que la muerte, la guerra, el hambre…
Y la peste. Ahí está. Cuando la gente se empeña en comparar el Covid con la segunda Guerra Mundial creo que es estupidez extrema. Porque son los políticos los que hacen eso. No creo que lo haga la gente normal. Y de todas maneras ya nadie se acuerda de la Segunda Guerra Mundial. ¿Usted se acuerda? Habrá leído sobre ella, claro, pero no se acuerda. Yo sí me acuerdo. Aunque ustedes tuvieron al Generalísimo Franco, que es parte de la historia española. Él ganó, y eso fue un desastre porque abrió las puertas para otra guerra. Los políticos no saben de historia, no saben de nada. Yo, que he estado en territorios en guerra, en África, en Yugoslavia… ¿Se acuerda de Yugoslavia? ¿Se acuerda de Srebenica? Yo he pasado mucho tiempo allí, en los campos. En la República Socialista -porque así la llamaban- de Yugoslavia. Estuve allí con los niños porque he trabajado como embajadora de buena voluntad para Unicef. Y he estado en otros lugares. Así que sé de la guerra y sus causas.

Por eso mismo le hacía la pregunta.
Una enfermedad con lo que puede identificarse es con investigación, y por supuesto eso implica dinero e inteligencia. Y no hay mucha inteligencia en la gente que toma las decisiones. Sí la hay en la gente corriente, y en los médicos y enfermeros. Le diré algo de mi país que quizá no sepa. Los enfermeros y médicos en formación pidieron un incremento salarial. Un pequeño incremento. Mire lo que hicieron desde el 23 de marzo [fecha en la que el primer ministro Boris Johnson se dirigió a la nación para anunciar el confinamiento], que salvaron vidas y trataron de salvar más, trabajando horas y horas poniendo en riesgo sus propias vidas. ¡Y nuestro gobierno no les dio un incremento! Salir a aplaudir todos juntos, y mientras tanto negar un pequeño incremento salarial a la gente que hace todo lo que puede para salvar vidas…

Le diré que eso que describe no es muy distinto de lo que sucede en España.
¿Cómo puede llamarse a eso? Yo no lo sé, no conozco una palabra adecuada. Y si la encontrara, dudo que se la dijera a usted.

¿Qué le impulsó a comprometerse con los derechos humanos desde tan joven?
Olvídese de los derechos humanos. La mayoría no sabe nada de derechos humanos, de leyes y de sus procesos. Los derechos humanos son el imperio de la ley. Mucha gente no sabe que sin el imperio de la ley no tenemos democracia. Hoy he leído que cincuenta países han firmado el tratado contra las armas nucleares. ¡Cincuenta! ¿Sabe qué países no lo han firmado? El Reino Unido es uno. Los Estados Unidos es otro. Rusia es otro. China es otro. ¿Qué me dice ahora de los derechos humanos? ¡Hay algo llamado derecho a la vida! Los líderes desobedecen la ley de los derechos humanos. En cosas tan importantes como la vida de los niños, que es donde yo intento ayudar un poco. Un poco es mejor que nada, creo.

Trump podría ganar las elecciones que están a punto de celebrarse en los Estados Unidos, y en varios países de Europa ascienden los partidos de ultraderecha. ¿Esto la asusta? (Nota: esta entrevista se realizó pocos días antes de las elecciones).
No [Larga pausa].

¿Entonces no deberíamos temer que la extrema derecha gane poder?
Pero esa no era esa su pregunta. No podremos salvar nada de lo que respetamos y amamos como las vidas humanas si no somos muy específicos. Por ejemplo yo me he pasado la vida intentando saber más y mejor sobre lo que me preocupa. Y ahí los niños estarían en el primer lugar. Yo miro mi país, y miro el nivel de pobreza infantil en él, y es horrendo. Y me preocupo por eso. Nos hemos desviado mucho de Los papeles de Aspern, pero… Cuando la señora Thatcher era primera ministra en mi país, firmó a favor de los derechos de los niños [la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989]. Así que todo gobierno, a no ser que no firmara aquello oficialmente, está legalmente obligado a proteger a los niños. ¿Pero los están protegiendo? No lo están haciendo.

Sin embargo, usted tiene esperanza.
Un futbolista estupendo, Marcus Rashford, ha movilizado a todo el Reino Unido para conseguir comida para los niños mientras no estén yendo al colegio. Mucha gente se ha unido para conseguir comida y llevársela a los niños. Miremos eso. Porque ese es un buen ejemplo que vale mil veces más que todo lo malo. Si nos importan los derechos debemos pensar en la gente de verdad. Si no, para eso tenemos una expresión inglesa que es hot air [palabras huecas]. Yo siempre me miro a mí misma. ¿Me doy cuenta de cuál es la verdad, saldré a defenderla? ¿Puedo ayudar en la necesidad del ser humano de verdad? Y la verdad significa comida. ¿Entiende lo que digo? De todos modos, muchas gracias por su preocupación.

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